Desde la patana que nos cruzaba el río Pasión contemplamos el municipio de Sayaxche, que inclinado sobre la orilla parecía a punto de zambullirse en las aguas con su abigarrado conjunto de edificaciones tapizadas de escandalosos letreros anunciando los establecimientos comerciales más diversos. Numerosas lanchas y canoas, apiñadas unas y en movimiento otras, y un grupo de mujeres y niñas lavando ropa, sumergidas hasta las rodillas, matizaban de singularidad el paisaje.
Estábamos en el suroccidente del guatemalteco departamento de Petén; y apenas tocamos tierra, un vehículo cargado de jóvenes vestidos con el uniforme gris que utilizan aquí nuestros médicos para trabajar en las comunidades, nos salió al encuentro.
Del descubrimiento mutuo brotó casi simultáneamente la misma pregunta: ¿ustedes son cubanos, verdad? Y tras la respuesta afirmativa vino la alegría que siempre nos embarga cuando los nacidos en la isla caribeña nos encontramos fuera de la patria. Pero no hubo tiempo para más, tenían que abordar la patana para ir a la ribera opuesta, donde los esperaba una intensa jornada de vacunación.
Así fue nuestro primer encuentro con el contingente de 34 cooperantes de la salud que laboran en esta apartada región.
Experiencias inolvidables
Ana Cristina Matos, pediatra y neonatóloga del hospital materno norte de Santiago de Cuba ha vivido en este centro asistencial guatemalteco experiencias inolvidables. «Aunque no tenemos salas especializadas de cuidados intensivos, hemos logrado la sobrevivencia de recién nacidos de muy bajo peso: menos de mil 500 gramos (por debajo de 5 libras).» Mario Trejo, especialista en medicina general integral de Camajuaní, trabaja junto con Ana en pediatría y no olvida a una niña de un año con una desnutrición severa, que llegó con 3 kilogramos y medio de peso, (unas 7 libras). «La vimos la semana pasada en consulta, ya pesa 11,6 libras.» Ambos galenos salvaron también a dos niños mordidos por serpientes venenosas.
El doctor William Trujillo, coordinador de Petén suroccidental y de todo el departamento, nos precisó que en el hospital laboran trece cooperantes de la salud cubanos: cuatro especialistas en medicina general integral, un anestesiólogo, un cirujano, un ginecobstetra, un pediatra, un especialista en medicina interna, tres técnicos (de rayos X, laboratorio clínico y estadísticas) y una enfermera. Hasta su llegada, la institución contaba sólo con tres médicos y el trabajo descan saba principalmente en el personal de enfermería.
A partir de la presencia de los cubanos, la institución, que tiene un carácter distrital, empezó a recibir más pacientes que el hospital departamental. Entre finales de marzo y septiembre habían realizado unas 300 operaciones, hasta que el Ministerio de Salud estableció que se practicaran solamente las de emergencia, aunque continúan haciendo las electivas, si se trata de pacientes muy humildes y sin recursos.
Han duplicado además el número de consultas y revitalizado la institución, al poner en funcionamiento todos los servicios.
En emergencias dialogamos con Eloína Madero, quien al graduarse de enfermera intensivista en Cuba, con certificado de oro, ganó el derecho de estudiar medicina. «He visto a muchos pacientes llegar aquí muy graves y salir caminando y riéndose», expresa con satisfacción.
«Me ha tocado hacer de todo: partos, cesáreas, operaciones de cirugía menor, y con un médico guatemalteco aprendí a atender fracturas».
De la dedicación de los trabajadores de la salud cubanos a sus pacientes es elocuente ejemplo el de una paciente operada de vesícula, que hizo una complicación anestésica. En circunstancias normales debe dejarse intubada con un ventilador mecánico, pero al no existir este equipo, el anestesiólogo, el técnico de rayos X, el ginecobstetra y el cirujano se turnaron, durante toda la madrugada, para darle ventilación manual con una bombita.
¿Chanru nacacueca?
Ya el doctor Orlando Pérez Rodríguez ha perdido la cuenta de las veces que ha pronunciado esta frase, que en lengua kekchí significa cómo se siente.
Mediante el contacto diario con la población indígena y con la ayuda de un folletico del que nunca se separa, ha aprendido a comunicarse con sus pacientes, que lo respetan y aprecian.
Pero al principio no fue así. Le tocó ser el primer médico de Sayaxche que se ubicó en la comunidad, en el puesto de salud de Las Pozas. «Cuando me vi solo en esta casucha, sin luz, sin colchón donde dormir y sin comida, me dieron ganas de correr detrás del camión que me había traído, para regresar.
Pero enseguida pensé que había nacido en Villa Clara, la tierra donde peleó el Che, y si él había sabido enfrentar situaciones más difíciles, por qué no lo iba a hacer yo».
La situación se complicó porque los pobladores de la comunidad, que en reiteradas ocasiones habían sido engañados, no lo aceptaron, y en tres días no le proporcionaron comida ni ningún tipo de apoyo. Pero el doctor Orlando resistió a pie firme la incomprensión inicial, hasta que con su trabajo cotidiano logró ganarse la confianza de los indígenas. Su historia, comentada en el Congreso del Sindicato de los Trabajadores de la Salud celebrado en La Habana, le mereció un saludo especial del Comandante en Jefe.
Y por los resultados de su labor, en la emulación interna que se lleva aquí, este abnegado villaclareño fue elegido como el mejor médico.
Una doctora de armas tomar
En la desconcertante tarde guatemalteca que tiñe el cielo de oscuridad desde antes de las seis, fuimos al puesto de salud de la comunidad La Esperanza, a visitar a la doctora Lisette Alfonso. Nos sorprendió su apariencia de muchachita, pero bastaron unas pocas palabras para comprender que estábamos en presencia de una doctora «de armas tomar».
No resulta fácil imaginarla navegando a lo largo de todo el río Usumacinta, que hace frontera entre México y Guatemala, parando en cada casita de esta orilla para vacunar a sus habitantes, o internándose en el monte con el lodo hasta las rodillas, para ponerles la vacuna a los pobladores de Canaleño, una de las comunidades que atiende, que no es la más difícil, aclara, porque peor es recorrer a pie quince kilómetros para llegar a otra zona intrincada llamada Cubil, donde viven unas doce familias.
Basta contemplar las chozas de techo de guano que rodean el puesto de salud, de las que no se filtra ni un rayo de luz, para comprender las precarias condiciones de vida de los pacientes de Lisette. Pero la tienen a ella, siempre dispuesta no solamente a ayudarlos, sino a educarlos en el cuidado de su salud.
Así lo hacen todos los cubanos que en esta tierra batallan diariamente porque triunfe la vida.
(Fecha de publicación: 1999-11-15)