Bablee vive en las montañas de Bangoin, quizás una de las más altas, desde donde la bruma de la tarde apenas deja un resquicio para divisar el Himalaya. Es pedregoso y elevado el camino hacia su hogar. Pero cuando la hermosa niña paquistaní de 11 años percibe que los médicos cubanos se dirigen hacia allí, comienza a acondicionar el patio para que los visitantes se sientan felices.
Como buena anfitriona, su recibimiento es especial, pero entre todos prefiere al doctor Julio César Martínez, de Cienfuegos, a quien recibe con los brazos abiertos y le aprieta las manos, como para no dejarlo marchar.
La escena se repite muy a menudo, pues nuestros galenos no solo prestan atención en los hospitales de campaña, sino que recorren caminos y montañas en busca de familias enteras que necesitan ser vistas por un médico, y jamás lo han podido lograr.
Unas semanas atrás, mientras Julio César caminaba por esas montañas de Bangoin, un pueblito de Rawalakot, en la Cachemira paquistaní, el líder de la comunidad le advirtió que en la zona había dos personas que no podían trasladarse hasta el hospital cubano ubicado allí.
Uno de ellos era, precisamente, el hermano de Bablee, nombrado Furkan, de 15 años de edad, quien padece de una secuela de poliomielitis, de aproximadamente seis años de evolución, lo cual le impide caminar y mover con soltura sus brazos.
Sentado en una silla de ruedas, Furkan no tenía otra esperanza que ver todos los días caer la tarde. Pero ahora, cuando los médicos llegan, hay sonrisas y apretones de manos, y siente que otros horizontes se han abierto.
Primero fue valorado por un pediatra de experiencia como Julio César, luego la doctora Suleime Batlle, licenciada en Rehabilitación, ha seguido el caso, por lo que diariamente los técnicos en esta especialidad lo visitan para ayudarlo a realizar los ejercicios indicados. La recuperación ha sido un poco tardía, pero el objetivo es auxiliarlo para que logre algo de independencia. Ahora eso es lo más importante.
Presencia novedosa
Llegar al Hospital Cubano Integral de Campaña en Bangoin presupone haber vencido caminos zigzagueantes y alturas espectaculares. En algunos tramos todavía hay signos de nieve, mientras en otros el sol la ha transformado en agua.
Sobre las tres de la tarde, hay ajetreo de pacientes y médicos. En la terapia intensiva una muchacha paquistaní se recupera de una cesárea practicada con urgencia el día anterior, mientras se espera que esa noche se produzca otro alumbramiento, en ambas acciones es determinante la labor de la ginecobstetra Mirtha Luisa Zuñet, de la provincia de Cienfuegos, la única que responde en Bangoin por esta especialidad, y cuya asistencia es decisiva para afrontar partos con complicaciones, tal y como ha ocurrido.
“Estas pacientes se ven muy necesitadas de atención —aseguró Mirtha—. Hemos encontrado mujeres a término de su embarazo que, increíblemente, jamás han sido vistas por un médico, tampoco hay seguimiento prenatal. Pero nuestra labor ha hecho que ya muchas acudan a las consultas. Eso significa que hay satisfacción y, sin dudas, también confianza.
“No solo asistimos a las mujeres, sino que los recién nacidos también cuentan con el servicio de un pediatra; es decir con una atención integral.”
En el campamento de Bangoin el ritmo de trabajo es fuerte. La lluvia y la nieve no impiden que los pobladores de las comunidades más cercanas acudan a las consultas y busquen a los médicos y enfermeras con los cuales ya existe alguna familiaridad.
También en el terreno la afluencia de pacientes es incesante. Las colas parecen interminables y hasta última hora las personas continúan acudiendo, en ocasiones por un dolor insignificante o una simple preocupación. Los médicos son ahora la novedad.
¡Arroz con pollo con picante!
En este hospital laboran actualmente 79 cooperantes, quienes hasta la fecha han atendido a más de 7 mil pacientes y realizado casi 100 intervenciones quirúrgicas. En la actualidad todo resulta más fácil, puesto que las condiciones de vida y trabajo están creadas. Como es lógico, el inicio fue lo más difícil y, en particular, el primer día. Para la enfermera pinareña Adelfa Cueto, jefa del salón de operaciones, aquellos momentos son imborrables.
«Llegamos a Bangoin el 4 de diciembre, serían las cinco y media de la tarde, ya estaba oscureciendo —narró—, y el camión que traía las casas de campaña y nuestras camas tuvo un percance. Nosotros íbamos para otro lugar, pero cuando la población de esta zona nos vio, pidió que nos quedáramos. Ya el líder de la comunidad había organizado que los vecinos nos prepararan comida. Ese día el menú fue arroz con pollo, ¡pero con mucho picante!, como aquí se acostumbra. Teníamos tanta debilidad que no reparamos en ello.
“Esa noche dormimos en los autobuses que nos habían trasladado desde Islamabad, apenas podíamos movernos. Ya al segundo día cuando llegaron las tiendas, se empezó a organizar el campamento. A partir de entonces aquí nos hemos radicado y ya estamos adaptados.
“En esa adaptación, tantomía como del colectivo, también han tenido mucho que ver dos personas especiales que son Félix Aliaga y Fara Lugo Sotolongo, el electromédico y la cocinera; los que primero madrugan, y siempre están en pie de combate pese a cualquier adversidad o inclemencia del tiempo.”
Confesiones de recién graduadas
Las recién graduadas, pues todas son mujeres, son una fuerza sobresaliente en el campamento de Bangoin. A la formación universitaria suman ahora una práctica rica y conmovedora, única y especial.
Agradecidas de la oportunidad que Cuba les ha dado, hoy dedican todas sus energías al trabajo. “El fruto de mi labor —aseguró la avileña María Caridad Camacho— lo veo en la tranquilidad de una madre, en la sonrisa de un niño y en la esperanza de un pueblo que nos ha acogido con tanto amor”.
Yadimelkis Peralta, de la provincia de Santiago de Cuba, expresó: “es maravilloso ver cómo nos hemos acomodado, aun en estas condiciones adversas. Es un escenario totalmente diferente, por su idioma, costumbres y religión. Cada día aprendo de los médicos de más experiencia y me siento feliz al poder ayudar a otros pueblos que lo necesitan”.
“La misión en Paquistán —dijo Yuleidi Rivero, de Ciudad de La Habana— ha sido la experiencia más linda de mi vida, pues nunca había tenido la oportunidad de entregar tanto de mí, de sentirme tan útil. Y a la vez ha sido la más difícil, ya que por primera vez estoy tan lejos de la gente que amo, de mis costumbres y de mi pueblo.”
Para Surmaily Piñeiro, del municipio pinareño de Mantua, la realidad vivida por estos días le ha permitido constatar que “Cuba y los cubanos somos algo especial. ¡Yo lo sabía, pero aquí lo he comprobado! En la Cachemira, los paquistaníes no saben si nuestro país es rico o pobre, muchas veces nos hacen esa pregunta; sin embargo consideran a Fidel como un Dios”.