El aviso de inundaciones en las afueras de Cobán nos puso en acción a la par de los médicos. Desde hacía días, el sol parecía haber sido condenado al destierro.
La lluvia indetenible, a ratos intensa y por momentos una fina cortina nebulosa, añadía una molesta humedad a la frialdad reinante que penetraba por los abrigos arrancando estremecimientos.
Las capas apenas amortiguaban el azote de la lluvia, y el avance se hacía difícil dentro del fangoso líquido, donde el paso raudo del vehículo levantaba surtidores. No pudieron avanzar mucho más. El río crecido se había hecho dueño de las calles y el salvamento de los pobladores, atrapados en lo alto de las casas, había que hacerlo con lanchas.
Osvaldo Abréu, el coordinador de la brigada del departamento, distribuye las fuerzas.
Hay que llevar médicos a los albergues de evacuados, ver las condiciones de estos lugares, adoptar medidas para que no se presenten enfermedades, investigar la calidad del agua que se les va a suministrar, y la forma en que van a elaborar los alimentos.
Por radio, Osvaldo va recibiendo el parte de la situación en las zonas afectadas y mantiene permanente comunicación con las autoridades locales.
A mi lado va la epidemióloga Norma Rodríguez. Llegamos a una gran nave con techo de zinc donde la frialdad se hace más intensa. En el suelo, tirados sobre colchonetas o montones de hierba, las familias se acumulan con las pertenencias que pudieron salvar. La lluvia se ha deslizado por las puertas y forma charcos en el piso de cemento, que los niños descalzos atraviesan juguetones e inocentes de las consecuencias. Junto a las personas hay aves de corral, y perros que forman un nervioso concierto de ladridos.
Norma reúne a las familias y les orienta cómo actuar para evitar que se produzca un brote de diarreas, y recomienda abrigar a los niños y calzarlos, para que no «pesquen» una neumonía.
En su recorrido, el equipo médico detecta, arropada entre sus hermanitos, a una niña indígena con hepatitis. Hay que trasladarla al hospital, para prevenir contagios. La madre no puede. Irá el hermano mayor. Los cubanos se preocupan porque se le garantice la alimentación al acompañante. En todas partes y ante cada situación los cooperantes se comportan con los damnificados como hermanos en la adversidad.
Más de cien corazones junto al pueblo
Hace poco tiempo que Osvaldo dirige a los 110 cooperantes de los departamentos de Alta y Baja Verapaz, pero en un mes y medio ya había llegado hasta los lugares más difíciles y compartido las duras condiciones de vida de sus compañeros.
En Baja Verapaz -precisa- estamos ubicados en los distritos de Purulá, Matanzas, Rioacó y Ravinal, y en quince de los diecisiete distritos de Alta Verapaz.
La reducción significativa de la mortalidad infantil (en la mitad respecto a 1998, según las estadísticas guatemaltecas), los casos salvados de tuberculosis y de otras enfermedades inexistentes en Cuba, el incremento en el número de consultas y de operaciones, y sobre todo la aceptación del pueblo, son logros de los que habla con orgullo, a los que suman la reciente celebración de una jornada científica que permitió un fructífero intercambio de las ricas y en ocasiones novedosas experiencias acumuladas desde el arribo de la brigada a este territorio. «A nuestra llegada había muy baja cobertura de vacunación y en estos meses, en cooperación con el personal de la salud guatemalteco, hemos elevado este indicador al 92, con el compromiso de alcanzar, al final del año al 95 por ciento.
Hay lugares, como los abarcados por los hospitales de La Tinta y Fray Bartolomé de las Casas, con el 100 por ciento».
Osvaldo no olvida a una niñita de una de las 21 comunidades que atendía, la cual pesó al nacer poco más de tres libras. Iba todos los días a verla y hasta llegó a darle leche con una jeringuilla. «Isabela Dominga se llama, y cuando logré que alcanzara las cinco libras, la retraté».
Otro episodio que recuerda es la venida al mundo de un bebé con imperforación anal. La comadrona fue a buscar a Osvaldo a la consulta, y al conocer el hecho, él mismo fue a la casa de la madre, la sacó con su hijo al terraplén, y paró un transporte para que los llevara sin pérdida de tiempo al hospital donde el pequeño debía someterse con urgencia a una intervención quirúrgica.
«Necesito salvar a este niño, pero no tengo para pagarte», le dijo al chofer. Este le respondió que allí no acostumbraban a hacer viajes gratis, pero sabía que los médicos cubanos estaban trabajando mucho a favor de la población y accedió a llevarlos.
Nuestro diálogo se interrumpe. La radio informa de los nuevos estragos de la lluvia, hay que analizar nuevamente la situación sobre el terreno, pero antes de partir Osvaldo opina que lo más importante de esta misión ha sido que ha permitido evaluar el desarrollo alcanzado por la medicina cubana y resaltar el valor que tiene el especialista en medicina general integral para la solución de los problemas de salud del individuo y de la comunidad.
«Hemos demostrado que ni las diferencias de ideología ni la existencia de otro idioma en la población, como ocurre en las comunidades indígenas que atendemos, constituyen una barrera para hacer salud. En muchos de los lugares a los que llegábamos la opinión sobre Cuba no era favorable, sin embargo con nuestro trabajo les hemos dado a conocer lo que es capaz de hacer nuestro país por los demás.»
(Fecha de publicación: 2000-01-17)