Año 1871. En la tarde del 27 de noviembre la población de la Habana conoció horrorizada del fusilamiento de ocho estudiantes de Medicina acusados –sin prueba alguna- de haber profanado la tumba del reaccionario y anticubano periodista español Gonzalo Castañón, en el antiguo cementerio de Espada.
El horrendo crimen era una muestra evidente del afán de la España colonialista por “pacificar” a la Isla insurrecta en los momentos en que acontecía la primera guerra de independencia, iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en el oriente cubano, el 10 de octubre de 1868.
Tan bárbaro asesinato tuvo como preludio la celebración de dos consejos de guerra en un término de 48 horas. Las sentencias contra 45 procesados durante el primer juicio no satisfizo la sed de odio y venganza de los llamados «Voluntarios”, un destacamento paramilitar integrado por individuos de la peor ralea al servicio de la metrópoli europea.
A pesar de que los acusadores carecían de las pruebas sobre la supuesta profanación que alegaban, el tribunal durante un segundo juicio dictó finalmente ocho penas de muerte y más de 30 jóvenes fueron condenados a varios años de presidio.
No faltaron las voces honestas y valientes de personas que públicamente repudiaron uno de los actos más brutales cometidos por el colonialismo español en nuestra patria.
El presbítero Mariano Rodríguez, capellán del Cementerio de Espada, no se prestó a secundar aquella farsa oficial y las imputaciones calumniosas de las autoridades de la Metrópoli.. Tal actitud bastó para que fuera separado de su cargo durante tres meses.
Otro gesto viril fue el del profesor oriundo de Canarias Domingo Fernández Cubas, catedrático del primer año de Medicina. En sus declaraciones sostuvo con firmeza la inocencia de los jóvenes encartados, cuyas edades estaban comprendidas entre los 16 y 21 años. Por esa razón quedó arrestado y encarcelado junto con sus discípulos.
La historia muestra también que hubo militares españoles que no mancharon su honor y rechazaron tanta infamia.
Días antes de la ejecución, el capitán del ejército Nicolás Estévanez supo que el consejo de guerra dictó 8 sentencias de muerte, las que calificó de ilegales y criticó severamente la actitud del entonces capitán general de la Isla quien, «cedió cobardemente a la presión de una turba inconsciente, insubordinada y sanguinaria».
En el instante del fusilamiento, se encontraba no lejos del lugar del hecho. Al escuchar los disparos y conocer lo que ocurría protagonizó una enérgica protesta pública, acción que rememora una tarja de bronce situada en la Acera del Louvre, la más concurrida en La Habana de entonces.
Otro militar con una limpia y vertical conducta fue el capitán Federico Capdevila, abogado de oficio que asumió la defensa de los 45 jóvenes acusados y cuyo alegato fue más allá de señalar la inocencia de los universitarios al denunciar la sede de venganza que impulsaba a los Voluntarios.
Tantas verdades llevaban sus palabras que se vio obligado a desenvainar su espada para ripostar a una posible agresión de los sediciosos durante el juicio.
Al referirse a la conducta del oficial español, el Héroe Nacional cubano; José Martí, escribió: «España en aquella vergüenza no tuvo más que un hombre de honor: el generoso Capdevila, que donde haya españoles verdaderos, tendrá asiento mayor, –y donde haya cubanos».
Fermín Valdés Domínguez, amigo de Martí y condiscípulo de aquellos jóvenes, escribió en una ocasión: “el nombre de Capdevila es sagrado para los que en noviembre de 1871 le vimos dominar la furia de los amotinados”.
El propio Valdés Dominguez, quien ademas se encontraba entre los condenados a prisión, dedicó esfuerzos para demostrar la inocencia de sus condiscípulos y a acusar a los asesinos. Años después, obtuvo la declaración del hijo de Castañón, en la que tras la exhumación del cadáver de su padre confesó públicamente que la tumba no tenía señal alguna de profanación.
Los nombres de los jóvenes víctimas, Alonso Álvarez de la Campa, Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Pascual Rodríguez, Cartlos A. de la Torre, Carlos Verdugo, Eladio González y Ángel Laborde, quedaron para siempre grabados en el recuerdo doloroso de los cubanos
Cada 27 de noviembre, estudiantes de todas las enseñanzas y pueblo en general acuden a la escalinata de La Universidad de La Habana y desde ahí, en multitudinaria peregrinación, llegan hasta el mausoleo aledaño a la fortaleza de La Punta para tributar homenaje a los ocho mártires y reafirmar el compromiso de continuar defendiendo a la patria, la Revolución y el socialismo.