Por: Yimel Díaz Malmierca y Juan Dufflar Amel
Denle al vano el oro tierno/ que arde y brilla en el crisol:/ a mí denme el bosque eterno/ cuando rompe en él el sol. No sé cómo esa estrofa de los Versos Sencillos de José Martí llegó a introducir el libro Cuba, prendida del alma, pero encarna a la perfección el espíritu laborioso y humilde de Eusebio Leal Spengler.
La Habana es un misterio, es un estado de ánimo, es una ciudad llamada a la inmortalidad, dice, es uno de los tantos espejos en que se mira el rostro de Cuba; mientras de la Oficina que dirige (Oficina del Historiador) opina que no es más que un “seudónimo de la sociedad en que nacimos”.
Próxima al medio milenio, “La Habana se conserva bajo un velo decadente, pero está allí. Cada vez que se rasga el velo, si se hace bien, aparece debajo una maravilla”, afirmó meses atrás, ocasión en la que además ponderó el conocimiento: “Fui los libros que leí”.
Eusebio es fuente e inspiración. A lo largo de su fecunda obra como historiador se ha adentrado en “las nubes del saber”, sin desechar el valor de construir mitos y leyendas que ayudan a entender, que enamoran y comprometen.
Sus discursos y charlas son flechas que nos transportan a lugares y épocas insospechadas, y siempre vuelven al arquero, al punto de partida, al hoy, a la circunstancia.
“Cuando ya no viva, seguiré caminando por las calles de la ciudad que tanto he querido, o quizás ya no vivo y soy apenas una sombra”, confesó a Trabajadores.
En su imaginario, ¿cómo ocurrió el acto fundacional de La Habana?
Sobre el nacimiento de La Habana han trabajado los historiadores clásicos. Imprescindibles, que yo recuerde ahora, además de Arrate (José Martín Félix de Arrate y Acosta, 1701-1765), historiador por antonomasia de La Habana; están los trabajos de Irene Wright (Irene Aloha Wright, estadounidense, 1879- 1972); de Antonio Bachiller y Morales (1812 -1889); de Hortensia Pichardo (1904-2001); de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964) y de Jenaro Artiles (español, 1897-1976). Más modernamente, los del académico Arturo Sorhegui D´Mares, que ha situado todas las opciones con la mayor claridad posible.
Todos coinciden con que La Habana estuvo, primero, en 1514, en un campamento en el sur. En los mapas y cartas de la época aparece, inequívocamente, la pequeña figurita de una iglesia en la ensenada de la Broa, en un punto en el golfo de Batabanó: San Cristóbal. Un poco más adelante aparece la Habana.
Evidentemente, en la estrechez del territorio que hoy ocupan Mayabeque y La Habana, ocurre un desplazamiento de distintos grupos que suben hasta Puentes Grandes y La Chorrera, buscando zonas altas y las aguas del río donde se construiría una pequeña presa que sobrevivió hasta hace unos pocos años.
Después, ya en la costa norte, cerca de la desembocadura del río, donde ahora está el hotel Riviera, hay pequeñas tierras, lugares de cultivo. Hay un vaivén de lo que más tarde se va a llamar el Pueblo Viejo hacia La Habana, cuando se unen los dos elementos: San Cristóbal y La Habana.
Lo que no ha aparecido nunca es el documento de fundación, que en la cultura jurídica española era indispensable: había que levantar un acta de tomar posesión de un sitio en nombre del rey. Tampoco aparecen la Actas Capitulares del 1517, 1518, 1519, o quizás del 1520, donde ya el nuevo asiento de La Habana estaba en su lugar definitivo, en un punto dentro del canal del puerto de Carenas.
Como se sabe, las Actas Capitulares halladas comienzan en 1550. La desaparición de las anteriores se atribuye al incendio, a los saqueos de La Habana por los piratas…, todo lo cual parece razonable; pero hay una voz popular antigua, una huella en la memoria de las generaciones, que ubica a la ciudad, en la parte sur, en torno a Melena, y en la norte, alrededor de un árbol: la ceiba de El Templete.
De ese sitio se encontró, hace muy pocos años, un lindo dibujo, casi ingenuo, de la nueva Habana, donde aparece el árbol exento y, en otro lugar, el cadalso con la horca, lo cual quiere decir que esa ceiba no era un árbol para azotar a los esclavos y a los no obedientes, sino que fue alcanzando veneración.
De mi maestro, Emilio Roig de Leuchsenring, debo haber tomado las impresiones de la columna de Cajigal, en El Templete. Gracias a ellas, las lápidas, hoy casi borradas, explican que en ese espacio la ciudad encontró su lugar definitivo.
¿Qué sueños verá realizados en el festejo organizado por el 500 aniversario de la ciudad? ¿Cuáles quedarán pospuestos?
De esos 500 años, a mí solo me corresponden 77. Lo más importante es lo que la ciudad acumuló a lo largo de siglos, no solo en arquitectura, sino en valores imponderables, inmateriales, es la historia de una nación, de sus personalidades, de sus figuras más ilustres, de su pueblo trabajador, de su gente, en todos los órdenes, en todos los sentidos.
Esa es La Habana que me interesa, la de la Universidad, la Sociedad Económica, los sindicatos, los trabajadores, la de Martí, la música, la de la arquitectura, la que es Patrimonio de la Humanidad… la Ciudad Maravilla, como le dicen.
Yo lo que quisiera es que después del 500 aniversario las hipersensibilidades que existen en torno a La Habana se mantengan y se siga trabajando por ella. Que la ciudad se salve, porque sería lamentable que se perdieran las partes más interesantes y bonitas, que no es solamente el Centro Histórico, sino que están en la esquina de Toyo, en Luyanó; en Jesús del Monte; en Regla y Guanabacoa; en Santa María del Rosario; en toda esa periferia que formó la identidad de la capital.
Sería muy importante que surja un movimiento, desde abajo, en el que todo el mundo se proponga hacer algo por su ciudad, a nivel de barrio, de institución, que se cuide el patrimonio público, el del Estado, que se cuiden los espacios, los monumentos. Eso le daría sentido al trabajo de la Oficina del Historiador y al mío propio. Lo demás no importa.
Su predecesor, el historiador Emilio Roig, entendió el rol de la comunicación para preservar el patrimonio. Usted consolidó un sistema de medios, con Habana Radio a la cabeza. ¿Qué proyecciones o novedades tiene en ese ámbito?
Emilio Roig fue un periodista, un hombre de la palabra, un orador. Tenía una gran capacidad para transmitir ideas. Escribió artículos para periódicos y, sobre todo para las revistas, desde su más temprana juventud. Publicó en El Fígaro; en Social, que fue su obra junto a Conrado Massaguer; y posteriormente en Carteles, en el que escribió un compromiso casi semanal.
La colección facticia de Emilio Roig es realmente impresionante, nos da la idea de la multiplicidad de su talento como hombre público que creía mucho en la palabra y en la comunicación personal, en salir caminando a las calles, él que fue siempre tan atildado y a la vez tan sencillo.
Fue un hombre de la mano y del corazón. Vivía en la calle Tejadillo y tenía su bufete en la calle Cuba, donde recibió a algunos de los intelectuales de aquella época. Un hombre cuya impronta quedó en el corazón de tantos cubanos y en el mío, de manera tal que no es posible escribir mi propia época, ni mi trabajo, sin él y sin María Benítez Criado, su esposa. A esas dos personas se les debe el basamento sólido, pétreo, basáltico, de la Oficina del Historiador.
El sistema de medios de comunicación desarrollado por la Oficina apunta a lo que él, quizás, no pudo tener en su momento, como es una emisora de radio, a pesar de que habló tantas veces por ella.
Habana Radio, ahora de aniversario redondo, nace un 28 de enero, con vocación martiana y cubana, buscando crear en la sociedad no élites, sino vanguardias del refinamiento para darle la espalda a la vulgaridad, a la grosería, que también responde a ese llamamiento a la decencia que el Presidente (Miguel) Díaz-Canel hace cotidianamente.
La Oficina del Historiador necesitó estructurar un programa cultural que quizás parezca fácil de escribir, pero la labor orgánica de los que trabajan ahí, bajo la dirección de Katia Cárdenas, es de un mérito extraordinario.
Igual sucede con Habana Radio y sus colaboradores, dirigidos por Magda Resik; la revista Opus Habana, bajo la dirección de Argel Calcines; la labor editorial de Boloña, bajo la dirección de (Mario) Cremata; y todas las acciones que se realizan a través de los medios del país, fundamentalmente la gran prensa nacional: Granma, Trabajadores, Tribuna de La Habana, Juventud Rebelde, la revista Bohemia y otras.
Esa labor da continuidad al espíritu de Roig que creyó en ese canal de comunicación activa, militante, pues a él no podemos verlo solo como un cultor de La Habana, sino que además fue un defensor de la cubanía raigal, del antimperialismo militante, pues creía que Cuba no podía ser libre si no era verdaderamente independiente.
Varias de las instituciones que operan en el entorno habanero declarado Patrimonio de la Humanidad figuran en una lista de absurdas prohibiciones del Gobierno de Donald Trump. ¿Cuán efectivas han sido esas sanciones en la economía local?
Todo eso pasará. ¿Usted sabe por qué?, porque Cuba y La Habana son algo extraordinariamente tentador por la paz social; la cultura media o el conocimiento educacional del cubano; la solidez de sus manifestaciones artísticas populares y aun aquellas que, sin dejar de serlo, apuntan a la alta cultura; la tranquilidad y la paz pública, tan importantes; la inmunidad que tienen los cubanos a los vicios que laceran a la sociedad contemporánea mundial y que ha sido, en gran medida, la obra de la Revolución cubana, una obra moral y regeneradora, que tiene que ser vista como el logro principal.
Todo eso pasará, hay que tener paciencia, como la que tenía Fidel.
Lo que hay que hacer es estar, continuar trabajando en lo que creemos más justo, no creyéndonos que tenemos el monopolio absoluto de la verdad o la razón, pero sí siendo profundamente analíticos y realistas, haciendo en cada momento lo que sea más conveniente.
Desde su perspectiva de historiador, ¿cómo explicaría la obsesión de Estados Unidos con Cuba?
No te diré que es la obsesión de la mujer porque sería un discurso machista, pero es la de la pareja engañada, sea él o ella. Lo que fue amor se convirtió en odio.
La Revolución fue como la gran traición porque encarnó el ansia de una justicia social que superaba el razonamiento de un imperio explotador que no tuvo nunca misericordia con Cuba, la invadió en nombre de la solidaridad, de la humanidad, la ocupó y la mantuvo mutilada en su régimen constitucional y democrático hasta la derogación de la Enmienda Platt, 20 años antes del triunfo de la Revolución cubana.
Eso nunca lo puede perdonar y, desde luego, quiero eximir de esto al pueblo de los Estados Unidos. Cuba tuvo, en tiempos de Martí y antes, hoy y mañana, amigos grandes allí. ¿Quién podrá hablar de resistencia patriótica sin contar con los libertadores norteamericanos, sin los grandes amigos de José Martí, sin los Pastores por la Paz, sin todos lo que han defendido justicia para Cuba?
Entonces esta ola negra, oscura más bien, pasará.
Usted ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales, podemos suponer que todos son igualmente valiosos en tanto representan un reconocimiento a su obra, pero cuando concluyen los protocolos y las ceremonias, ¿en qué piensa?, ¿qué significado tienen para usted?
Mi experiencia es que, con algunas excepciones, las viudas venden todo eso. Los papeles y los títulos se queman, o quizás algún archivo o institución se interesa por ellos.
Yo me siento muy orgulloso de esos reconocimientos y siempre he creído, sin falsa modestia, que pertenecen a mi patria. Yo me lleno de orgullo pues fui una persona que tuvo que superar limitaciones intelectuales, culturales, de salud también, muchas de las cuales aún me acompañan.
Cuando se reconoce a un intelectual, o a un artista, no pueden decir, no, yo no me lo merezco. Eso es una falta de respeto a la inteligencia de los tribunales que otorgan los premios, pero yo sé cuál es mi parte en esta historia, es pequeña.
Un artista ante un lienzo puede hacer una maravilla, como un poeta o un músico ante un papel pautado, pero la restauración es la obra de muchos que yo encarno de atrás y hasta aquí, a tal punto que siempre he llegado a creer que Eusebio Leal es una ficción, es algo que ya no existe.
Recientemente me ocurrió algo insólito en el Teatro Martí. Yo estaba sentado y de pronto entra una señora y me dice: Ay, Dios mío, yo pensé que usted estaba muerto. No, señora, muchas gracias, hasta ahora vivo, respondí.
La verdad es que a lo mejor ya me he muerto y no lo sé. Quizás camino por las calles y soy una sombra que pasa, una nueva figura para el mito de La Habana.