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¿Un griego habanero?

Por Walter Frieiro, estudiante de Periodismo

La antigua ciudad y sus contrastes lo enamoraron desde la primera vez. Dimitri, griego de nacimiento, había conocido mundo, pero ninguna vieja urbe lo encandiló tanto como La Habana. Llegó casi por casualidad y muy pronto presintió que esta podría convertirse en su segunda tierra.

 

El primer viaje, allá por inicios de la década de los 90, fue una experiencia transformadora para su vida. Como turista recorrió la ciudad, descubrió la arquitectura ecléctica, la espontaneidad de la gente, la cordialidad, el bullicio… y todo le invitaba a regresar.

Una noche, junto a otros turistas del hotel donde se hospedaba, se aventuró a recorrer La Habana profunda, la que no suele estar en postales ni ofertas turísticas. Es así que llegan al barrio de San Isidro, una rumba de solar les llamó la atención a primera vista, luego fue una mulata vestida de amarillo, en alegórica alusión a Oshún, deidad del panteón yoruba que encarna la sensualidad y la pasión.

El último día de aquella primera visita transcurrió en una pequeña barbacoa en La Habana Vieja, y marcó su vida. A los tres meses ya estaba de vuelta, y no como turista, sino con intenciones de radicarse. El amor de aquella mulata fue suficiente para dejar atrás su Grecia natal y desafiar juntos las escaseces frecuentes y hasta el llamado período especial.

Hoy Dimitri tiene 56 años, dos hijas y es residente permanente en Cuba.

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