Por Walter Frieiro, estudiante de Periodismo
Escuchar el nombre de José María López Lledín podría no decir mucho; sin embargo, cuando se indica que es nada más y nada menos que el Caballero de París, se nos dibuja un anciano barbudo que cuentan que caminaba por La Habana vestido de negro, con periódicos del día bajo el brazo y dando fe de su estirpe de noble, de caballero.
Por aquel entonces era una persona mentalmente sana. Trabajó como sirviente de restaurante en los hoteles Inglaterra, Telégrafo, Sevilla, Manhattan, Royal Palm, Salón A y Saratoga, sitios donde acudía la alta sociedad capitalina. En ese entorno aprendió a hablar inglés.
Pero su vida dio un giro de 180 grados cuando de manera injusta fue encarcelado en el Castillo del Príncipe. El supuesto delito que motivó su detención sigue siendo una incógnita, aunque algunos aseguran que fue enjuiciado en 1920.
El doctor Luis Calzadilla, quien lo atendiera durante años, relata en su libro Yo soy el Caballero de París que “José fue arrestado durante un baile de carnaval que se estaba celebrando en el Centro Gallego de La Habana. Él estaba con su novia, que era una secretaria de la acaudalada familia Gómez Mena. Todo tuvo que ver con un billete de lotería”.
Existen otras teorías que expresan que fue acusado de asesinato, de robar en una bodega, e inclusive de ser inculpado por el dueño del hotel Habana, al poner este un billete de $ 20 bajo la almohada y acusarlo de robo por sospechar que su esposa se había enamorado de José.
Cualquiera de esas teorías, o ninguna, pudo ser la causa de que luego de salir de prisión sufriera parafrenia, un tipo de esquizofrenia que provoca delirios y genera creencias irracionales diferentes a lo que en realidad sucede.
Fue en ese momento cuando aquel gallego migrante se convirtió, sin quererlo, en un ícono citadino, pues inició un deambular interminable por las calles de La Habana, cual Quijote frente a los molinos de una ciudad que lo acogió como hijo.
El Caballero solía dormir en las calles, habitualmente en la esquina de Infanta y San Lázaro. Con frecuencia abordaba las rutas 19 y 32, en las que recorría el Vedado, Miramar y el centro de la ciudad.
Murió solo, en el 1985, en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, y fue enterrado en el cementerio de Santiago de Las Vegas. Años después sus restos fueron exhumados y transferidos al convento de San Francisco de Asís por iniciativa de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, quien al develar la escultura del mito urbano dijo:
“Confundido entre los transeúntes, José María López Lledín desanda ahora y, por siempre, las calles de La Habana Vieja. Gracias a la magia del escultor José Villa Soberón, su silueta de caballero medieval se perfila a la entrada del Convento de San Francisco de Asís, para que de boca en boca, como en las leyendas antiguas, sea develado el misterio de su identidad”.