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No es turística esta gira, es presidencial (+ Fotos)

Por Arleen Rodríguez Derivet

Cuando a las 6:30 de la mañana del martes 22 de octubre salimos del hotel Clayton al aeropuerto y por el camino nos deslumbraron puentes, calles y edificios que no habíamos visto, reparamos en que nos íbamos de Dublín sin conocerla, más allá de las céntricas calles de la zona antigua y los sitios del programa oficial de la visita del Presidente cubano a Irlanda.

 

Foto: Presidencia de Cuba

Pasa siempre. Una gira presidencial no es una gira turística, aunque algunos le pongan la etiqueta por pura malidicencia o por pobre conocimiento del carácter de estos intercambios que, además de políticos y económicos, son también sociales y culturales en la más diversa acepción del término.

Dirán que me contradigo. ¿Acaso no es cultural -y mucho- el turismo? Por supuesto que sí. Lo que no se puede es confundir una gira presidencial con una gira turística. Mucho menos en el caso de Cuba, cuyos viajes de Estado al exterior son un auténtico desafío al cerco brutal del imperio que vive persiguiendo y amenazando a cuantos se atreven a invitarla, para impedir acuerdos que podrían ayudar a aliviar el bloqueo.

Esas circunstancias hacen cortas y muy intensas estas giras, en las que los periodistas hemos tenido que renunciar a dormir para poder contar e ilustrar cada novedad de la que somos testigos.

El tiempo real no da para más. Y Díaz-Canel que lo sabe, le saca el jugo. Hasta en las horas de vuelo trabaja, revisa papeles y despacha asuntos de gobierno con hábito de insomne. La escuela de Fidel. La militancia en el bando de los impacientes, que abre los ojos más agotados y pone a los hombres a competir con ellos mismos.

Mientras el IL 96 levanta vuelo, rumbo al próximo destino, la para muchos desconocida Belarús, intento no dormirme para escribir. La noche anterior la crónica de la jornada murió sin nacer y eso golpea siempre la moral periodística.

El ritmo de Díaz-Canel obligó a dividir nuestras fuerzas al salir de la impresionante cárcel museo Kilmainham, dura memoria de tiempos de hambrunas y de rebeliones por la Independencia que forjaron en parte el mítico carácter irlandés, resistente y solidario.

Los que visitáramos las instalaciones de la legendaria fábrica de cerveza Guinness, enlazada en la historia con el premio homónimo a los récords mundiales, no podríamos ver el encuentro privado del Presidente con el Primer Ministro Leo Varadkar, al que sólo accedieron los gráficos y del que no se daría más datos.

En la búsqueda y cotejo de hechos, perdí la secuencia. No llegué a tiempo a ninguno de los dos encuentros de la noche: con cubanos emigrados primero y con irlandeses solidarios después. Y una gira presidencial tiene también esa dura exigencia: nunca debe seguirse por oído ajeno.

A la cita con los cubanos residentes en Irlanda llegué atrasada por la razón que dije, pero a la siguiente entré a la hora de los aplausos y las fotos de amigos, porque un par de historias personales de nuestra emigración me retuvieron: El joven Alejandro Fernández, que trabaja como guardia de seguridad y dedica su tiempo libre a enfrentar en las redes sociales a los practicantes activos del odio contra Cuba y Geovani Cuesta, guía turístico.

Alejandro tiene un sitio llamado Cuba va y nos pide que le facilitemos audiovisuales históricos. Le encantaría que sus seguidores europeos vean lo que en realidad era Cuba antes del 59 porque lo que les llega es una leyenda de desarrollo que nunca existió. La mayoría cree que éramos un emporio de prosperidad que el socialismo empobreció. Eso es negar el crimen del bloqueo.

La de Geovani es otra historia. Como guía de turistas hispanohablantes, choca con todo tipo de opiniones cuando se declara cubano y planta si siente que ofenden la dignidad nacional:»Estoy fuera pero amo a mi país. Hay cosas que quiero que cambien. Hay experiencias de aquí que me gustaría que se apliquen en Cuba, pero no acepto ofensas ni mentiras».

Minutos antes, ellos eran dos de los más activos participantes en el encuentro con Díaz-Canel, que reunió a una treintena de emigrantes cubanos llegados del Norte y el sur de Irlanda, alrededor de un 10 por ciento de los poco más 300 que viven en la Isla.

Alejandro, en particular, ha salido al paso de alguien que habló de intolerancias de ambos lados de la nación. Su intensa actividad en las redes le permite ser categórico al afirmar: «La intolerancia y el odio actualmente yo los veo de un solo lado y es de los que están contra todo lo se hace en Cuba».

Luego me comenta que Trump también visitó Irlanda y no se reunió con la gente de su país. «No conozco ningún presidente que haga lo que hace Díaz-Canel».

Pasa media hora antes de que pueda ir hasta la sala contigua, donde el Presidente ya se despide de personalidades políticas de la talla de Gerry Adams, congresista y líder histórico del Sinn Fein y Mary Lou Mac Donald, actual Presidenta de la agrupación independentista o Maureen O Sullivan, vicepresidenta de La Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento Irlandés. Hay también músicos, cineastas, intelectuales y artistas reconocidos.

Sólo tengo tiempo para pedirle un selfie a Gerry Adams y transmitirle la admiración que despertó su lucha en mi generación. Para muchos, él simboliza el inderrotable espíritu independentista irlandés que supo emplear su liderazgo para conseguir la paz.

A la mañana siguiente, tras despedirse de Irlanda, Díaz-Canel comentaba a la prensa cubana la profundamente grata impresión que le dejaron todas las personas que conoció en el rápido, intenso y prometedor paso por la Isla a la que nos unen sentimientos comunes como «un mar de lucha y esperanza».

En horas de renovadas amenazas y estrechamiento del cerco económico y financiero a nuestro país, el simple abrazo de una nación soberana y digna, se convierte en un hecho trascendente. Lo demás, lo concreto, como suelen llamar los pragmáticos a los acuerdos económicos y de colaboración entre los gobiernos, llegará en más o menos tiempo y en dependencia de los contextos, pero hay que empezar por conocerse. Y hasta donde he sido testigo, fue mutua la buena impresión que dejó el primer viaje oficial de un Presidente cubano a la admirable Irlanda. Por delante quedan esfuerzos, acciones y más esfuerzos.

Por delante también 3 horas de vuelo y siete de diferencia con Cuba. Belarús espera.

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