Por Agustín Borrego y María de las Nieves
Musa inspiradora de artistas, orgullo de los cubanos; amor eterno y admiración para la cultura universal.
Su arte cautivó a todos. Entre ellos estuvo Ernesto González Valdivia, el Pintor de la Tierra. Un día, en su natal Sancti Spíritus, siendo un adolescente, la vio bailar en la plazoleta del parque Serafín Sánchez.
Quedó extasiado. “¿Quiénes son?”, preguntó. Un hombre ya mayor le respondió: “Es el ballet de Cuba, y la del centro es Alicia Alonso”.
Pasó el tiempo, ya su pincel de plumas de aves, habían pintado muchos paisajes de Tuinucú, su pueblo natal, palmas y ríos se habían tejido con sus pinturas extraídas de los suelos cubanos.
En La Habana, en la televisión vio de nuevo bailar a Alicia Alonso. No se conformó: en el Gran Teatro de La Habana la vio bailar Carmen, y nació su primera pintura de la excelsa bailarina.
No se conformó. Otra vez nació de entre sus pinceles, con suelos cubanos y auténticos, otra Alicia, su musa inspiradora. Aún está, privilegiado, en una de las paredes de la sala de su hogar, con una lámpara que lo ilumina siempre. “Era el preferido de mi padrino, el Doctor Hiram Porro, le gustaba mirarlo y nunca quiso deshacerse de él”.
Y, por último, hace poco, nació en una de sus noches de quehacer artístico, la obra Adiós Alicia, una reverencia eterna a quien entregó su arte siempre con pasión y amor; un sencillo homenaje a quien fue, por sobre toda su grandeza, fiel a su Patria y a su pueblo.