Los ocupados en la esfera de la producción se encargan de lo que pudiéramos llamar lo esencial, o como dicen en las tertulias callejeras: es el pollo del arroz con pollo. Claro que no es lo único decisivo en el complicado camino hacia el consumidor.
Las fábricas, talleres, sembrados… suelen ser lo más visible porque está concentrado en un área, pero para que la mercancía llegue a su destino final: el cliente consumidor, se necesita un sistema de distribución que incluyen elementos como la transportación, el almacenamiento y el soporte para la operación final de compraventa.
Abundan textos que abordan científicamente la producción y distribución, y también las referencias de cómo lograr que los precios mayoristas y minoristas disminuyan como consecuencia de reducir los gastos en el trayecto de la mercancía hasta el último destino.
Los conocidos en Cuba como “revendedores” no son personas que simplemente venden lo que compraron, sino que adquieren las mercancías para acapararlas, creando o aumentando el desabastecimiento que necesitan para lucrar mediante la especulación, un acto que no agrega nada al producto, pero que eleva el precio por encima del establecido.
Estos elementos inescrupulosos entorpecen consciente o inconscientemente hasta la producción cada vez que tienen oportunidad, pues mientras mayor sea el déficit, más altos son los dividendos.
Tampoco han sido efectivas, ni suficientes las cantidades de cámaras de seguridad, que parecen ya haber sido estudiadas para burlarlas, pues no son filmadas (¿o sí?) las imágenes ni grabadas las voces cuando pregonan que tienen de todo y lo mismo lo hacen cerca que lejos de la puerta de entrada a los establecimientos, y hasta dentro de estos.
Y cuando no pueden impedir que la producción sea estable o aumente, actúan sobre la esfera de la distribución y la venta mediante el acaparamiento y traslado de las mercancías de una zona a otra para revenderlas al mayor precio posible.
Tampoco los llamados a la ciudadanía han sido efectivos, pues rara vez alguien no sucumbe ante la oportunidad de comprarle a un revendedor alguna mercancía que ya ni soñaba con obtenerla, aunque tenga la certeza de que pudo haber sido robada.
El descontento es mayoritario, pero la reacción contra el acaparamiento ha sido un combate que no se gana, pues tras apoderarse de los productos los revenden a un precio superior, lo cual desorganiza la implementación de las mejores ideas dirigidas a elevar el poder adquisitivo del salario.
La impunidad con que actúan los dedicados al acaparamiento y posterior reventa de lo que retiran de la circulación normal es de tal magnitud, que ya en mayor o menor medida participan los legales que los ilegales, lo mismo infiltrados en el sector estatal como los de las formas no estatales, recientes o antiguas.
Y nadie dude de que están armonizados y actúan coherentemente, pues se han repartido áreas de influencia, y van extendiendo gradualmente sus daños a la moral y a la decencia, además de entorpecer la economía, lo mismo la cubana que de cualquier país, sin importar cuál sea su sistema económico social.
No creamos que será fácil neutralizar a los revendedores que se dedican a especular lo que acaparan, pues sus procedimientos no son impensados ni espontáneos, pues cualquier operación especulativa requiere análisis de información, y el que a mejores conclusiones llega es el que tiene datos privilegiados.
Sin ánimo de discusiones académicas, pero es cuestionable el grado de exactitud de la denominación cubana de “mercado de oferta y demanda” donde lo real es que los revendedores son los poseedores de una mercancía y no compiten entre sí para vender, sino que actúan homogéneamente para ganar lo más que puedan aunque sea al margen de la legalidad.
Basta que cualquier decisión gubernamental deje una brecha en controles y regulaciones, o alguna imprecisión, y será la oportunidad para especular, pero algo que no pueden revender los revendedores es la dignidad, que no es una mercancía, no se compra ni vende, y existe en sobradas cantidades como para apelar a ella para detener el avance del acaparamiento, la revendedera y la especulación.
En este empeño, es válida la frase de los vegueros cuando dicen que en un sembradío de tabaco hay que “dar los golpes a tiempo”, es decir, cultivar en el momento oportuno. En este caso, estamos a tiempo, pero hay que darlo ya en cada lugar, buscando constantemente cómo y con capacidad para hallar variantes tal cual si fuera un juego de ajedrez en un tablero que tenga el cuádruple de escaques y piezas que los verdaderos.