La felicidad puede ser muchas cosas, para el camagüeyano Pegerto Vázquez Velazco es estar pegado a la tierra. A él, eso de pasear, de ir a la ciudad, no le gusta mucho; “lo mío es trabajar, ordeñar mis vacas, sembrar, oler el campo”, dice.
Incluso, cuando le tocó representar a los agropecuarios en dos congresos sindicales se sintió extraño: contento y comprometido por un lado, pero muy preocupado por el otro; extrañaba lo suyo.
Unas casi tres décadas lleva Pegerto en las 10 caballerías que conforman la vaquería 1-14, perteneciente a la unidad básica de producción cooperativa (UBPC) La Paz, ubicada en el municipio agramontino de Jimaguayú, y una de las pocas productoras de leche que en el país ostentan, por 23 años seguidos, la condición de millonaria. Y de eso, de su aporte, Pegerto vive orgulloso.
“Aquí la productividad y la eficiencia son lo fundamental. Las buenas ganancias, las primas que recibimos, los reconocimientos nacionales, todo eso gracias a los trabajadores de la UBPC, que como Pegerto piensan en hacer bien lo suyo”, explica Onel Ortega Vázquez, presidente de la unidad básica.
La clave del éxito
La Paz fue fundada en 1993, y año tras año, sin importar los vaivenes de la vida, cumple sus planes. “Este año también vamos a llegar al millón de litros entregados para el mes de diciembre. Solo nos faltan un poco más de 260 mil, pero con el triple ordeño y los aseguramientos para la alimentación que hemos diseñado, lo lograremos”, afirma Ortega Vázquez.
“Tenemos un sistema de trabajo que nos ayuda –expresa–. Nos reunimos todos los meses, evaluamos los problemas e intentamos arreglarlos. Solo así podemos atender las mil 550 cabezas de ganado, las 900 vacas y mantener de estas en ordeño todo el año, más del 63 por ciento”.
La cantidad diaria que entregan se logra gracias a la máxima, no escrita, de ser juiciosos. Y de atender bien al hombre. “Esa es una de las cosas fundamentales –alega Idelkis Delgado Murgas, secretaria general de la sección sindical–. A los trabajadores siempre tratamos de estimularlos moral y materialmente, conversamos mucho, intentamos resolver los problemas que se les presentan, aunque sean personales, e incluso en momentos tan sencillos como en un trabajo voluntario, nos preocupamos por ofrecer una meriendita y dar café”.
“Eso enamora a uno”, afirma Félix Figueroa Iglesias, quien pronto cumplirá 80 años y desde hace décadas labora en la UBPC. “Esta es mi casa y de aquí no me voy. Yo me gradué de mecánico de tractores soviéticos, he trabajado en diferentes cosas, ya no tengo mucha fuerza, pero ayudo en la jardinería y en todo lo que haga falta”.
También incentiva el sistema de pago que se ha perfeccionado y toma como base, claro está, la eficiencia y la productividad. Esa rentabilidad garantiza salarios que rondan los mil y hasta los 5 mil pesos.
Alega el presidente de la UBPC que uno de los elementos que también apoyan esta realidad es el empleo de la inseminación artificial. “Tenemos inseminadores y fisiopatólogos, quienes aseguran que se reduzca el período de servicio, se geste más rápido y se obtenga un ternero por vaca cada año”.
Esta técnica contribuye a un mayor control en los partos y protege el potencial genético, lo que permite que el promedio de litros por vaca supere los seis diariamente.
Con pasto, comida… y sueños, el futuro es posible
“El trabajo en la ganadería tiene que ser día a día”, aclara Pegerto. Para él la fórmula es esa: dedicación más gusto por lo que haces. Solo así, indica, han podido él y sus 13 compañeros cuidar las 155 vacas de la finca haciendo ellos la guardia obrera; pueden sembrar comida tanto para animales como para los humanos y entregar, a esta altura del año, 103 mil litros, de 150 mil acordados.
Las 10 vaquerías de la unidad son así, aclara Ortega Vázquez. “Para todos ese es nuestro baluarte fundamental, quizás por eso no fue complejo hacer entender a los 139 socios la importancia de sembrar comida para entregar a Acopio y también para nuestro consumo. O de humanizar el trabajo con la instalación del ordeño mecánico”.
La 1-14 lleva un año y medio con el equipo. Dice Juan Carlos Góngora Álvarez, uno de los ordeñadores, que al principio no entendió mucho, pero poco a poco se dio cuenta que era mejor. “Ahora no me tengo que levantar temprano, casi de noche. Y en siete minutos, sin esforzarme, cuatro vacas nos dan su leche”, cuenta orgulloso. Pronto otras cinco vaquerías, en cuanto encuentren los 15 interruptores que requieren, saborearán el gusto de la tecnología.
Pero otras cuestiones igualmente mueven a los trabajadores de La Paz. Según argumenta Ortega Vázquez “lo primero es la liberación de marabú de nuestras tierras, para poder sembrar alimento para animales. En los últimos tres años plantamos más de 50 hectáreas con semillas que conseguimos e introdujimos nuevas variedades de pasto como el mulato, la cobra y el yacaré. Estos son de alto valor nutricional y mejor que el que se da por aquí. Además, como apostamos por el acuartonamiento, que ya suman 227, siempre está fresca la comida.
“La recuperación de unidades es otra de las misiones. Completamos la cadena de desarrollo que incluye una cría artificial típica como la que diseñó el Comandante, dos unidades de desarrollo de hembras que garantizan el reemplazo de las vacas con edad avanzada, una preincorporación y un centro de novillas”.
A los socios de La Paz les apremia hacer más, ya que las 100 toneladas de alimentos que entregan a la comunidad les sabe a poco, así como las fincas de cultivos varios. Les gustaría incorporar más usufructuarios a su producción, aunque los 13 que les acompañan son eficientes, “pero entre más, se hace más”. Quieren ser millonarios, vanguardias y lo intentan trabajando la tierra.