Manuel Permuit Hernández, de 40 años de edad, fue una de las 73 víctimas del sabotaje al DC-8, matrícula CUT-1201, de Cubana de Aviación, que el 6 de octubre de 1976 estalló en pleno vuelo en aguas de Barbados.
Esa inhumana acción, que ocasionó la muerte de 57 cubanos —la tripulación de la nave y los integrantes del equipo de esgrima, quienes regresaban orgullosos por el triunfo alcanzado para su pueblo—; 11 guyaneses —la mayoría elegidos para cursar estudios en Cuba—, y cinco norcoreanos, fue concebida por los terroristas Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles, nacidos en Cuba, y ejecutada por los mercenarios venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo.
A partir de entonces la vida de Belkis Permuit Díaz, de 10 años de edad, y de su familia se trastocó por la pérdida del padre, quien viajaba al frente del equipo de esgrima.
A los 16 años de edad, Wilfredo Pérez Rodiles soñaba con ser piloto, como su padre, de igual nombre y capitán de la nave siniestrada. El estado sicológico que la tragedia provocó en él le impidió lograr su anhelo. El piloto tenía otros cuatro hijos; los menores, de uno y dos años.
Por siempre, Dasnay Rey Valdés sentirá el profundo dolor de haberse visto privada del calor y los consejos paternos, porque solo tenía nueve meses de nacida cuando su padre, Santiago Rey Pérez, entrenador del equipo juvenil de florete, pereció en la criminal acción.
Marta Hernández Hernández, madre del estudiante universitario Carlos M. Jiménez, de 20 años de edad, narró:
“Mi hijo integraba el equipo de esgrima. Todos los del equipo visitaban mi casa cuando salían de pase y para mí eran como mis hijos. Carlos era mi apoyo; me ayudaba mucho. Era un muchacho muy activo, muy querido, muy ocurrente”.
Acerca de la personalidad de su padre, el capitán Miguel Espinosa Cabrera, Haymel Espinosa Gómez recuerda que podía estarse cayendo el mundo y él no perdía la calma. Para ilustrar esa afirmación señala que la primera vez que pusieron una carga explosiva en un avión pilotado por él, un IL-62 en un vuelo México-La Habana, lo que se supo cuando ya había despegado, ante la indicación de regresar dijo: “Yo lo siento, pero nuestro destino es llegar a La Habana”.
“Cuentan que reunió a toda la tripulación en la cabina, mandó a buscar una botella de ron, les comunicó la situación y les dijo que como no sabían qué pasaría, iban a brindar por si acaso no llegaban. Al aterrizar, en medio de la alarma existente en el aeropuerto, recogió todo con mucha calma y fue el último en bajar. Por suerte la bomba no estalló, porque no estaba activada”, apunta Haymel.
Pese a todos los años transcurridos, nunca se hizo justicia. Los principales responsables, Orlando Bosh y Luis Posada Carriles, vivieron libremente en Estados Unidos hasta su muerte.
Es otro de los muchos crímenes impunes del imperio contra Cuba.
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