Entra y sale de casi todos los eventos científicos y de la agricultura cual colibrí que liba, no el néctar sino la esencia de las cosas; aunque no es la historia en sí, desde sus vivencias podrían escribirse los avatares de la ciencia cubana. Es, sencillamente, Lidia Tablada.
Habla como si desconociera sus aportes a este inmenso mundo de la ciencia, enrevesado para quien desde niña soñó ser historiadora, se graduó como médico, se especializó en microbiología hasta su doctorado, y desde hace 24 años dirige el Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA).
“Tuve una infancia poco florida, pero feliz. Hasta 1961 viví en 10 ó 12 lugares de La Habana Vieja; cuando la familia no podía pagar el alquiler, nos mudábamos por la noche. Con mi abuela pasé la mayor parte de mi niñez y nos asentamos en una casa de cuartos individuales, en Compostela 810. Fui la única hembra y me dejaba jugar porque estaban mis primos: era la que mejor tiraba el trompo, empinábamos papalote, hacíamos pelotas con cajetillas de cigarros, escenificábamos episodios…
“De mi familia recibí los valores más importantes: la honestidad, la lealtad, la amistad, la responsabilidad para trazarme una meta y hacer todo para lograrlo; la necesidad de superarme. De la escuela primaria Loló de la Torriente guardo el mejor de los recuerdos; aprendí la disciplina, el trabajo, el esfuerzo, la voluntad…”
Fuimos creciendo “He tenido el privilegio de formar parte de colectivos extraordinarios.
“Llegué al Instituto de La Habana por un premio, pues había que pagar la matrícula y no teníamos dinero; ingresé en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, y esa etapa épica al fragor de la Revolución me permitió cortar el nexo de la crianza tan cerca de la casa.
“Recuerdo las discusiones en el Parque Central con los contrarrevolucionarios, la confrontación entre los desposeídos y los que tenían y veían venir el cambio social; la venta de periódicos, las reuniones de madrugada, las conferencias de Carlos Rafael Rodríguez en el plantel, todas las semanas iban dirigentes de la Revolución a darlas, y muchas veces terminaban en ‘piñaceras’.
“Durante la Crisis de Octubre nos entregaron armas por primera vez, me vestí de verde olivo y estuvimos semana y media movilizados en el Instituto. Después surgió el éxodo de los médicos y yo que prefería la historia, hice el bachillerato en ciencias para estudiar Medicina. Si la Revolución nos daba oportunidades lo menos que podíamos hacer era responder”.
Lidia Margarita Tablada Romero estudió Medicina en Victoria de Girón; en 1967 hizo su primer servicio social en la actual provincia de Granma después del alumbramiento de su primogénita. “Al final de quinto año, cuando optaba por la especialidad de ginecología y obstetricia, nos explicaron que Fidel había valorado la posibilidad de crear una institución científica que se dedicara a las investigaciones en la salud animal y que nosotros éramos los candidatos. Eso fue como una bomba atómica, no hubo una respuesta masiva.
Ver nacer a un niño me emociona casi hasta el llanto, pero… Cerca de 80 compañeros fuimos para el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CENIC) a recibir las asignaturas de ciencias, que eran muy complejas; junto con el estudio nos dieron a resolver tareas que se presentaban.
“En 1975 nos mudamos para las primeras instalaciones que se habían terminado en el CENSA; veníamos en camiones, la comida era terrible, trabajábamos por el día en los laboratorios y después de las cinco ayudábamos en la construcción. Éramos muy unidos y todos fuimos en algún momento dirigentes de todo. Metiendo la pata y haciendo alguna cosita bien, crecimos”.
Un centro infinito
“Rosa Elena Simeón fue nuestra primera directora. Cuando Fidel dejó inaugurado el CENSA, el primero de septiembre de 1980, dijo que este centro había pagado la inversión —14 millones de dólares— con sus resultados a partir del diagnóstico del brote de fiebre porcina. Eso es un orgullo.
“La primera misión que nos dio Fidel, en enero de 1969, fue prepararnos para realizar el diagnóstico de cualquier enfermedad exótica que entrara al país, y poner las ciencias en función de las demandas nacionales.
“El dictamen del primer brote de fiebre porcina africana (La Habana, 1971) demoró entre 20 y 25 días; el segundo (Baracoa, enero de 1980) se hizo en cuatro días incorporando las tecnologías de avanzada. Luego hemos definido otros en un día y en estos momentos los podemos hacer en horas, gracias a los conocimientos, los equipos y las técnicas con que contamos”.
Lidia fue subdirectora de microbiología del CENSA varios años. “Unos meses después de que Rosa Elena fue nombrada presidenta de la Academia de Ciencias, me llamó a su oficina y me preguntó quién yo creía que debía ser la directora del CENSA. Me quedé sin palabras, hasta que dijo: ¿quién mejor que tú? Le sugerí los nombres de otras dos subdirectoras y ella quiso saber mi opinión sobre una tercera. Meditó y afirmó: ‘sí, pero ninguna es microbióloga’.
“Nunca más me comentó nada, y un día llamaron del departamento de cuadros de la Universidad Agraria para pedirme unas fotos; las estaban solicitando del Ministerio de Educación Superior. Así supe que asumiría la dirección de este centro, que como predijo Rosa va a ser infinito.
“En quienes primero pensé fueron en mi madre y en Engracia Ortiz, la directora de mi escuela primaria. No me preocupé tanto por asumir la dirección del CENSA como por sustituir a Rosa, a quien admiraba por su capacidad para darle respuesta a tantos problemas a la vez. Dudaba de poder hacerlo bien, hasta que me dije: si alguien lo pensó, tengo que hacer lo posible por ser capaz.
“A la luz de tantos años reconozco que me he equivocado en algunas decisiones administrativas. El dirigente tiene que ser un poquito más severo que lo que soy yo.
“Hoy estamos haciendo un análisis para concentrar aún más los recursos humanos y materiales, nos ha ido saliendo bien la cultura y el estilo de dirección de planeación estratégica y dirección por objetivos, pero todavía tenemos que ser más precisos para poner los recursos donde logren mayor impacto.
“Este centro es muy diversificado, tenemos resultados en todas las esferas y la altísima responsabilidad de ser integrales; el investigador sabe que tiene que conocer lo más avanzado de la tecnología mundial, pero también ordeñar una vaca, ir a un campo de cultivo, equilibrar la proporción entre innovación tecnológica y aplicación y generalización de resultados; la incorporación de nuevas tecnologías y la gestión del conocimiento.
“No tenemos el mismo capital financiero que los países desarrollados, pero el conocimiento y la capacidad los ha creado la Revolución.
“Durante mi formación visité Francia; por aquellos años hubo un brote de brucelosis bovina y estuve en una estación de patología de la reproducción para incorporar tecnologías y producción de vacunas; la segunda vez fui a Alemania para una confrontación de mi tesis de doctorado. Puedo hacerlo porque tengo un colectivo que le da el frente a las tareas”.
No recuerdo un día que haya dejado de trabajar
“De mi mamá heredé ser muy presumida; soy obsesiva con la limpieza, he pasado mucho trabajo para cuidar a mis tres hijos y sin el respaldo de mi madre, mi suegra y mi esposo me hubiera costado mucho más; quizás algunas cosas no las hubiera podido hacer. Realicé el doctorado siendo subdirectora de microbiología, y todos mis experimentos fueron de madrugada.
“Soy muy apasionada, me acaloro cuando discuto. Delego las tareas; tengo dos personas preparadas para sustituirme desde hace años y otras cuatro jóvenes se están formando. Me desvelo cuando se me queda algo por hacer durante el día, y me levanto a las cinco de la mañana para dejar preparada la comida.
“He tenido el privilegio de estar varias veces junto a Fidel. Es muy curioso, sabe y lee mucho, admite el debate y le gusta convencerse de las cosas, que se le argumente.
“No recuerdo algún día que haya dejado de trabajar. Me inculcaron eso de ‘no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan’; me gusta reconocer lo que sale bien, hay que ocuparse de las personas. Les tengo un respeto extraordinario a mis trabajadores.
“Mis hijos quieren que me jubile, me encanta mi casa, regar las plantas, limpiarlas; a veces pienso que puedo ser profesora de la SIUM, tengo 44 años de trabajo, y más que la edad necesaria para jubilarme, pero hacerlo sería una traición”.
¿Una vida para dar?
“Dando me he sentido contenta, siento que he hecho algo útil”.