El actual contexto de escasez de combustibles y sus consecuencias en la producción y los servicios y en la vida de los cubanos ha precisado, por fuerza mayor, activar al máximo una actitud que debe ser consustancial con la existencia misma: la racionalidad.
Hoy, dadas nuestras posibilidades, resulta inadecuado no hacerla valer en cada decisión o medida adoptada. Hay que sacar cuentas para todo. Un ejemplo: para dar un viaje con pasajeros, o carga, se debe utilizar el combustible necesario según los propósitos y distancias a recorrer.
Las circunstancias precisan emplear de la forma más eficiente los recursos, tanto materiales y financieros, como humanos, y ese es el sentido entre otras alternativas del teletrabajo, que actualmente se ha puesto en práctica en los lugares donde es posible, siempre y cuando reporte eficiencia.
Según definen los estudiosos, la racionalidad es la capacidad que permite pensar, evaluar, entender y actuar de acuerdo a ciertos principios de mejora y consistencia, para satisfacer algún objetivo o finalidad, y persigue el progreso continuo. Vale la interrogante: ¿por qué no siempre forma parte de la actitud con que se analizan y afrontan los propósitos tácticos y estratégicos en todo lo que se hace en el país, principalmente en las entidades productoras y de servicios?
No pocas veces los medios de comunicación han criticado determinados derroches. Casos en los que ha faltado el pensamiento racional, que pasa ante todo por una planificación adecuada y un estricto control de los recursos disponibles.
Para ser racional hay que apoyarse en el pensamiento lógico, consciente, en la reflexión colectiva, en la voluntad de utilizar eficazmente lo que se tiene y hacer que rinda al máximo. Por eso, se fundamenta en elementos básicos: la propia experiencia, el conocimiento científico, la autoridad fiable, las opiniones…
La racionalidad, en nuestro ámbito, tiene que estar presente también en las propuestas del plan de la economía y el presupuesto, las que se realizan a inicios de año en los colectivos laborales, así como en el análisis posterior de su cumplimiento. De no hacerse de ese modo, constituirían solo compromisos “sin los pies puestos verdaderamente en la tierra”, a los que le faltaría solidez.
Ese método hay que entronizarlo con fuerza en todo el proceso de planificación y cobra mayor importancia en momentos de limitaciones. Por ello se ha llamado a potenciar las reservas de eficiencia en cada lugar.
Existen en este momento muchos ejemplos positivos de medidas adoptadas, a tono con la contingencia energética, que tienen en cuenta la racionalidad. Una que me viene a la mente es la decisión de que los vehículos pesados hagan los viajes de ida y regreso siempre cargados, aunque los productos no estén asignados a las entidades a que pertenece el citado transporte. También se ha procedido al reacomodo de horarios de trabajo en centros fabriles para que no coincidan con los de mayor consumo eléctrico.
Esas decisiones no pueden quedarse enmarcadas solo en la eventualidad actual. Como se dice, eran para aplicarse “ayer”, porque ciertamente, por una razón u otra y de manera fundamental, por la garra extendida del bloqueo económico, comercial y financiero del Gobierno de los Estados Unidos, siempre hemos estado en algún tipo de contingencia.
En la economía hay un principio básico: no se puede gastar más de lo que se dispone. Sin embargo, al meditar y actuar con racionalidad sí es posible utilizar de mejor manera y con más eficiencia lo que se tiene, está demostrado: casi siempre es posible hacer más con menos.
Hoy todo tiene que ser racional porque las circunstancias así lo exigen: el consumo energético, tanto en el sector estatal como en el residencial; la transportación de pasajeros y de cargas; la recogida de desechos sólidos; el aseguramiento material a los servicios básicos, pero, reitero: esa actitud tiene que manifestarse de forma constante y enraizarse en el quehacer cotidiano.
En la microeconomía, en los hogares cubanos, pueden encontrarse los mejores ejemplos al respecto: se controla con esmero el consumo eléctrico y los alimentos son muy planificados, al igual que otros gastos. Entonces, multipliquemos ese sentido de racionalidad. Pensemos como país.