Miguel Iglesias dirige hace décadas Danza Contemporánea de Cuba. Es, de hecho, el director que más tiempo ha estado al frente de esta emblemática compañía de la escena cubana.
“Pero sería una tontería y un pecado de vanidad compararme con el pionero, con el maestro, con uno de los más grandes creadores de nuestra cultura: Ramiro Guerra, afirma. Él fundó esta agrupación, hace ahora 60 años, él estableció las bases del gran movimiento de la danza moderna en Cuba, que es también una escuela. Al crear esta compañía sembró una semilla que hoy es un gran árbol, los frutos están en Cuba y muchos países del mundo”.
Se dice muy fácil 60 años, pero ha sido un devenir intenso, pletórico de peripecias, de hitos, de esfuerzo colectivo… “Muchas personas me han dicho que esta es una gran compañía que a su vez ha sido formada por varias compañías. Yo mismo he tenido que armar unos cuantos elencos, con sus características, con sus potencialidades. Es un trabajo que no cesa nunca. Pero el reto es renovarse, cambiar, sin que eso signifique traicionar las esencias, sin que eso implique negar la historia que nos sostiene. Es posible hacerlo, aunque cueste”.
Miguel Iglesias dice que en Danza Contemporánea de Cuba siempre están asumiendo nuevos proyectos. “Necesito estímulos, novedades, retos… eso me mantiene vivo y es lo que les inyecto a los que trabajan conmigo. Me gusta también la contaminación, asumida como un concepto estético: ¿por qué excluir si en escena pueden coexistir poéticas incluso antagónicas? El medidor tiene que ser la calidad, y por supuesto, aspiro al equilibrio, pero para lograrlo hay también que arriesgarse, experimentar. Me gusta que nuestros espectáculos cubran un espectro amplio de estéticas, de maneras de asumir el movimiento. Buscamos en Cuba y fuera de Cuba, por eso hemos logrado el aplauso de multitudes en importantes teatros del mundo. Pero nunca renunciamos a una identidad. Es imposible: el bailarín cubano se distingue en cualquier parte”.
Ahora mismo Danza Contemporánea de Cuba es un hervidero. Se ensaya el gran espectáculo que se presentará a partir del próximo viernes en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba: Carmina Burana, una coreografía de George Céspedes a partir de la música de Carl Orff. Es una puesta multidisciplinaria, en la que participan, además de los bailarines, solistas líricos, un gran coro y una orquesta sinfónica.
Será la temporada del aniversario 60 de una agrupación que es madre y sostén del gran entramado de la danza moderna en el país. Para estas funciones hay varias sorpresas.