(Traducido del original, publicado en inglés el 5 de julio del 2019)
Después de la publicación de los cuatro libros de Dan Kovalik (escritor estadounidense) desde 2017 (The Plot to Scapegoat Russia, The Plot to Attack Iran, The Plot to Control the World y ahora The Plot to Overthrow Venezuela), finalmente ahora estoy cumpliendo la promesa que le hiciera de escribir esta reseña en el momento de la publicación de su primer libro, hace ya dos años. Sin embargo, la reseña es acerca de este cuarto texto, publicado la semana pasada. Aunque podría decir “más vale tarde que nunca”, en este caso es realmente una ventaja, puesto que lo que está sucediendo en Venezuela en este momento es quizá el más importante problema internacional.
No es casualidad que los comentaristas de Venezuela, Cuba, el resto de América Latina, Estados Unidos y otros países, consideren la experiencia venezolana como lo hacen actualmente (y en diferentes grados), como el epicentro del antiimperialismo o incluso el epicentro de la izquierda antiimperialista. Esta última consideración es de gran importancia. A diferencia de Rusia e Irán, tema de dos de las tres publicaciones precedentes, el componente de una nueva ideología −y el ejemplo venezolano con el que podemos identificarnos− destaca la enorme importancia internacional de este país latinoamericano en el hemisferio y más allá de éste. Un mundo mejor es ciertamente posible. Esto no significa subestimar o denigrar de cualquier manera a Irán, cuya revolución yo apoyo plenamente, o a Rusia, como actor determinante en la configuración de un mundo multipolar, uno de cuyos ingredientes clave es sin duda el decisivo apoyo a la Revolución Bolivariana y al Presidente Maduro. Independientemente de lo que se pueda pensar de estas consideraciones acerca de Venezuela como nuevo epicentro, este país sigue siendo el foco del debate y discusión de las relaciones internacionales y, en particular, de la política de Estados Unidos hacia el mundo entero.
En un gesto que Kovalik merece plenamente, el galardonado cineasta y renombrado autor Oliver Stone escribió el prólogo del libro. En éste se establece el tono de uno de los principales temas del libro y las preocupaciones existentes en Estados Unidos y a nivel internacional con respecto a la política exterior de este país y en particular hacia Venezuela. Stone escribe, por ejemplo, que “muchos estadounidenses, incluyendo a muchos liberales y a los auto-proclamados “izquierdistas”, quienes deberían estar mejor informados, se encuentran en contra de ellos y a favor del imperio y su cultura de muerte. Stone indica además que “es increíble que muchas de las personas que declaran estar en la ‘resistencia’ contra estos delincuentes, creen que de alguna manera pueden y podrán lograr una ‘intervención humanitaria en ese país’”.
En esta campaña mediática de falsedades casi sin precedentes, que ha logrado capturar las mentes de personas que se suponía eran inmunes a ello, Kovalik pasa a la acción. Este libro voltea la página. El autor atrae al lector en el tiempo (una serie que cautiva al lector, lo arrolla, una investigación factual e histórica) y en el espacio (Venezuela como parte de América Latina y más allá, como víctima de la política exterior de Estados Unidos hacia el mundo, especialmente desde la II Guerra Mundial).
El autor de estos estudios dinámicos y simultáneos tanto a nivel de los antecedentes históricos como de los actuales conflictos geopolíticos, los integra de forma talentosa e innovadora, de manera que logra que su amplia experiencia en el terreno en Venezuela y en otros lugares, cobre vida de forma conmovedora a lo largo del libro. Mientras el lector es absorbido por el análisis general, de vez en cuando −y cuando es más necesario− las experiencias humanas que ha acumulado a lo largo de los años florecen naturalmente en el libro para desarrollar la investigación, ofreciendo innumerables sorpresas a los lectores. Kovalik cuida que las experiencias no sean acerca de él, sino acerca de las personas entrevistadas: son ellas las protagonistas. A través de las páginas, sin exagerar, el viaje transporta a los lectores a la hora y al lugar en cuestión, como si se tratase de un zoom sobre un mapa de Google.
Kovalik desarrolla además una manera original de refutar completa y exhaustivamente la desinformación impulsada por Estados Unidos, dirigiendo para ello la política exterior estadounidense en contra de sí misma. Por ejemplo, después de demoler completamente la idea de que la falla de la red eléctrica no fue causada por ese gobierno sino por la mala administración venezolana, el autor ofrece el ejemplo de Puerto Rico. Resulta notorio el estado ruinoso de su red eléctrica causado por una falta total de interés y ausencia de fondos provenientes de Washington. El autor comenta, de alguna manera en un tono irónico, “nunca nadie ha reclamado que esta realidad constituya una razón legítima para un cambio de régimen, tanto en San Juan como en Washington”. Alguien podría preguntarse si se trata de una comparación exagerada. Personalmente no lo creo. ¿Cuál es el propósito de escribir un libro acerca de Venezuela si no es para desafiar de forma provocadora al arrogante y presumido pensamiento único de la élite estadounidense con relación a países como Venezuela? Estas ideas y valores predominantes deben ser sacudidos: el futuro de la humanidad depende de ello.
Éste es otro de los muchos ejemplos donde autor se ha atrevido a desafiar la corriente dominante del pensamiento. Al confrontar la “ayuda humanitaria” como pretexto de Estados Unidos para intervenir en Venezuela, Kovalik nos sorprende con el ejemplo del huracán Katrina. ¡Bien hecho! Recordamos que mientras que Estados Unidos administró pésimamente los efectos del huracán Katrina, Cuba y Venezuela ofrecieron una importante ayuda humanitaria (entre otros, médicos y medicamentos) al área afectada por el Katrina y sus residentes. Estados Unidos rechazó el ofrecimiento. Pensemos en ello. Kovalik reveló el engaño: “Ni Castro ni Chávez amenazaron con asaltar a Estados Unidos para proporcionar la tan necesaria ayuda, ni la prensa trató la negativa de Estados Unidos, como lo hicieron algunos, de alto crimen”.
Dado el título del libro y su enfoque en el petróleo, podría tenerse la impresión de que el autor no trata la cuestión del chavismo como una importante y creciente tendencia ideológico-política en América Latina. De hecho, tuve esa duda antes de profundizar en el libro. He descubierto, como seguramente otros lo harán, que nada estaba más lejos de la verdad. En los capítulos 3 y 4, relacionados con los antecedentes de la situación actual, el lector es atraído al corazón del chavismo. Sin embargo, no existe el menor indicio de la orientación ideológica del autor de la cual yo no sea consciente. Los hechos y las importantes anécdotas de la experiencia directa, basadas en las extensas y frecuentes visitas a Venezuela, hablan por sí mismos. Los lectores podrán llegar a sus propias conclusiones acerca de la esencia de esta ideología, así como muchas personas (individual o colectivamente) exploran alternativas al capitalismo y al agresivo status quo imperialista.
En el Capítulo 3, “1989, año de las masacres históricas de las que usted nunca ha escuchado hablar” (“1989 – The Year of Historic Massacres You’ve Never Heard Of”), el autor se asegura de que los lectores sean plenamente conscientes de la importancia histórica de lo que ocurrió aquel año. ¿Había usted escuchado hablar de esto? De forma anecdótica, Kovalik afirma que su software de corrector ortográfico reconoce el término “Tiananmen” pero no el de “Caracazo” (tampoco el mío: ¡acabo de comprobarlo!). Estados Unidos selecciona sus acontecimientos históricos que favorecen sus propios intereses. El Caracazo fue −y no− tal evento. Después de todo, fue “tan sólo” un levantamiento popular multitudinario contra las políticas neoliberales impuestas por Estados Unidos, en el que fueron asesinados cientos, sino miles de ciudadanos. No obstante, Kovalik nos presenta este evento como muchos otros en el libro, a través del testimonio de un ex sacerdote católico de Estados Unidos quien vivió en Venezuela durante varios años: en cuanto a Chávez, un soldado común en el momento de la rebelión de 1989, el sacerdote reflexiona lo siguiente: “Él [Chávez] probablemente se pregunta por qué los soldados matan a personas hambrientas por robar espaguetis”.
¿Es esta simplemente una anécdota o se trata más bien de un profundo conocimiento del Chavismo? En la mima dirección innovadora de la publicación, trata además el Caracazo en términos de tiempo y espacio. ¿De qué otras masacres esencialmente estadounidenses no hemos escuchado hablar? ¿Qué tal ésta?: Diciembre de 1989: ¿sabía usted que los soldados estadounidenses asesinaron a más gente durante la invasión a Panamá que la que murió el 11 de septiembre? El doble rasero en masacres y asesinatos se refleja también en el contexto de la política exterior de Estados Unidos para asesinar a dirigentes y activistas religiosos progresistas. En 1984, Chomsky señaló que un sacerdote fue asesinado en Polonia −y que esto generó una importante cobertura mediática comparada con el virtual silencio informativo acerca de los 72 personas religiosos asesinados en América Latina entre 1964 y 1978 por regímenes patrocinados por Estados Unidos.
En el capítulo 4, “La Revolución Bolivariana” (The Bolivarian Revolution), y en este contexto el ascenso de Chávez y las consiguientes características de esta revolución, su política económica, sus opciones políticas particulares de democracia y raza, y otros temas, comienza a tocar la cuestión del petróleo. Un nuevo periodo fue iniciado con respecto al interminable tire y afloje entre la utilización de este recurso para beneficio del pueblo venezolano y su control por parte de Estados Unidos y sus aliados.
Kovalik cita muchas de las fuentes acerca de la evolución de Venezuela bajo el liderazgo de Chávez que invitan a la reflexión, indicando en este caso que las sarcásticas referencias a “los miserables” se convirtieron, por primera vez en la historia del país, en objeto de atención del gobierno. En el corazón de esta orientación política vemos la idea de que la Revolución Bolivariana es una revolución de los pobres para los pobres, en conflicto con los pocos ricos que gobiernan a Venezuela con el apoyo de Estados Unidos. Para corroborar esto, los datos y análisis son hábilmente combinados con la experiencia adquirida en el terreno y las interacciones acumuladas por el autor a lo largo de los años en Venezuela. Si bien no es el único libro acerca de Venezuela que subraya un enfoque similar desde que Chávez llegó al poder en 1989-1990, éste merece una atención especial. Hasta donde sé, es el primero en salir de prensa que hace referencia a las consecuencias de la tentativa de golpe de Estado del 23 de enero de 2019.
En el contexto actual, cuando la expresión “elecciones fraudulentas” sale tan sólo de la boca de Estados Unidos y sus apologistas, los lectores tienen a su alcance la famosa evaluación del sistema electoral venezolano por parte de alguien que no es ni comunista ni revolucionario: ¡el ex Presidente Jimmy Carter! Refiriéndose a las elecciones que supervisaba, Carter afirmó, “Yo diría que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo”. Este mismo estribillo es repetido continuamente por los medios masivos de comunicación y, como lo advierte Oliver Stone al iniciar los comicios, también por algunos “izquierdistas”. En este sentido, el libro de Kovalik será una referencia útil en su biblioteca y podrá llegar con la garantía de no acumular polvo.
La igualdad racial, como parte integral de la Revolución Bolivariana, es tratada con franqueza, de una manera que aún no la he visto en otra publicación. Por supuesto Kovalik tiene la ventaja de escribir en un contexto posterior al golpe de Estado del 23 de enero de 2019. El observador astuto, que no está restringido por la moral puritana superficial ni la rectitud política estadounidense, podrá notar en la televisión que el conflicto actual es principalmente de blancos (Estados Unidos y su títere) versus mestizos. Como muchos de nosotros, el autor, fiel a su personalidad, como resultado de la observación las elecciones del 11 de abril de 2013, confiesa lo siguiente:
“Fui testigo de un mitin de campaña por Maduro, y lo que ocurrió fue que casi todo el mundo que vi en el rally era negro. Es decir, de ascendencia africana. No había pensado mucho acerca de la composición racial y de las divisiones dentro de Venezuela, pero esto no puede pasarse por alto al pensar en ese país y en la Revolución Bolivariana”.
Nos enteramos que, de hecho, en Venezuela el 70% de la población es mestiza, es decir, una nación compuesta por gente con sangre indígena y africana. Por otra parte, leemos que las multitudes de los mítines de la oposición de Guaidó de 2019 son casi totalmente blancas.
Además, como lo señala nuevamente Kovalik en el tiempo y el espacio, Estados Unidos siempre ha mantenido un fuerte prejuicio contra los negros, no sólo en su interior, sino también al sur de la frontera, proporcionando un ejemplo de resentimiento histórico contra Haití por su intento de establecer la primera república negra en esa parte del mundo. Asimismo, Kovalik no deja pasar la oportunidad de señalar que Estados Unidos, cuyo sistema político prospera sobre “políticas de identidad”, convenientemente se hace el de la vista gorda frente a la notoria identidad política que se juega en Venezuela.
Dada la grave situación económica y en materia de derechos humanos en Colombia, ampliamente conocida, el Capítulo 5 está dedicado íntegramente a la comparación de los logros de la Revolución Bolivariana en Venezuela con la situación en Colombia. Kovalik revela características desconocidas y en las que no necesariamente pensamos, gracias en gran parte, una vez más, al trabajo de terreno del autor en ese país, uno de los principales aliados de Estados Unidos en la búsqueda de un cambio de régimen en Venezuela. Lejos de ser redundante, este capítulo constituye, por el contrario, una valiosa argumentación en contra de Colombia y su constante intento de derrocar violentamente, a nombre de Estados Unidos, al gobierno de Maduro. Vemos que el deseo de alcanzar este objetivo continúa hoy, y probablemente lo hagan en el futuro.
En el capítulo 6, la cínica receta de Washington para un cambio de régimen descrita como “’hacer gritar la economía’, agregar el caos y agitar”, está siendo aplicada a Venezuela en este momento. Sin embargo, esta política exterior letal está bien atrincherada en Washington. El autor nos lleva a través de las experiencias históricas de Cuba, Nicaragua, Irán, Brasil (la imposición original de la dictadura brasileña, no la actual a través del enfoque del poder blando de la administración Obama, que será abordada más adelante) y Chile. Este capítulo demuestra ser un instrumento útil en manos de quienes se oponen a la injerencia estadounidense, a su intimidación y agresión a escala mundial, siendo Venezuela el ejemplo más reciente y quizás el más dramático de esta política.
Uno de los logros más importantes de la Revolución Bolivariana consiste en forjar aliados internacionales en términos políticos, así como la ampliación de los beneficios de la extracción del petróleo y sus ingresos a otros países de la región. Con base en esta perspectiva política global común de independencia y soberanía frente al insaciable objetivo de dominación mundial, se han constituido nuevos bloques regionales en América Latina y el Caribe. Este cambio innovador en el panorama político no era, por supuesto, del agrado de Washington. ¿Podría serlo tan sólo cuando los republicanos estén en el poder?
¡No! Por lo tanto, para quienes pueden estar sinceramente confundidos pero sedientos de verdad, en el Capítulo 8, titulado “Estados Unidos abate uno a uno a los aliados de Venezuela” (The US Takes Down Venezuela’s Allies One at a Time), los lectores son confrontados a asumir el reto. Hoy, este capítulo vale su peso en oro porque, dado que el mundo observa la actual campaña presidencial estadounidense, especialmente a los candidatos del Partido Demócrata compitiendo por el poder, parece que existe cierta confusión y cualquier número de ilusiones e interpretaciones erróneas. Esta perspectiva concierne a los distintos candidatos del Partido Demócrata, especialmente a quienes son presentados como del ala izquierda del Partido Demócrata o auto-proclamado “socialistas democráticos”, teniendo en cuenta −si uno llegase a aceptarlo (no es mi caso)− que es posible tener un ala izquierda en este partido, aun cuando siempre haya sido partidario de la guerra y la agresión en América Latina y el mundo.
De esta manera, este capítulo aborda –“uno a uno”− el golpe de Estado en la empobrecida Haití, cuyo crimen fue tener acceso al petróleo de Venezuela; el golpe en Honduras en 2009 (resulta significativo que, en el momento en que escribo estas palabras, todo el hemisferio está lidiando con el 10º aniversario del golpe de Estado de Obama-Biden-Clinton en Honduras); los intentos de golpe en Nicaragua y, por último, en Brasil, donde el complot –efectivamente dirigido para derrocar a Lula y a Dilma, desde la publicación del libro fue revelado que había sido amarrado al mandato de Obama, haciendo así este capítulo aún más pertinente hoy día.
Aun cuando es un hecho conocido que el objetivo de Estados Unidos en Venezuela es el petróleo (Kovalik cita a John Bolton, quien indica muy claramente que el objetivo es el petróleo), es más valioso para tener a su alcance todos los hechos que indiquen que se está librando una guerra −y no sólo una futura hipotética intervención militar, utilizada como pretexto para evitar tomar una postura en contra de la actual guerra en nombre de la “ayuda humanitaria”− para capturar ese recurso. El capítulo 9 ilustra esto a través de su apropiado título, “Se intensifica la guerra por el petróleo de Venezuela” (The War for Venezuela’s Oil Intensifies). Mientras muchos liberales en el Norte se horrorizan frente a una intervención militar directa de Estados Unidos, lo que sería en realidad abominable, parecen inmunes o le restan importancia al hecho de que actualmente existe una guerra contra Venezuela. Por supuesto, la incómoda realidad es que la más reciente ofensiva contra Venezuela para capturar su petróleo y aplastar al chavismo fue iniciada por la administración Obama.
Este capítulo detalla la manipulación de los precios del petróleo por Estados Unidos y sus aliados, entre ellos Arabia Saudita, en 2014 (durante el primer mandato de Obama), concebida como un apalancamiento, principalmente contra la competencia estadounidense de Irán a Rusia. Sin embargo, leemos que el más afectado fue Venezuela.
Aún más, “como si esto no fuera suficiente, el presidente Obama, oliendo sangre en aguas proverbiales, comenzó entonces a imponer sanciones contra Venezuela en 2015”. ¿Cuál fue el pretexto? Kovalik no pierde la oportunidad de indicar el paralelo entre el pretexto de Donald Trump de la construcción del muro a lo largo de la frontera mexicana y la excusa de Obama, en marzo de 2015 (tres meses después del “deshielo” con Cuba, aliado de Venezuela) para lanzarse a la yugular de Venezuela al declarar que “Venezuela representa una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”. El enfoque de Obama no sólo refleja la declaración de Ronald Reagan de 1985, utilizada como pretexto para la guerra contra Nicaragua, sino que los planes de Obama para Venezuela “se han acelerado con la presidencia de Donald Trump”.
Junto con la “crisis humanitaria”, las denominadas “elecciones fraudulentas” de mayo de 2018, que confirmaron a Maduro como Presidente, constituyen dos de las principales piezas de desinformación que Estados Unidos ha venido fabricando como pretexto para una injerencia extranjera en Venezuela. Por tanto, el tratamiento dado a las elecciones presidenciales está descrito por Kovalik como parte de la guerra económica contra la Venezuela Bolivariana: amenaza con más sanciones económicas e incluso con una intervención militar si no votan “correctamente”. Kovalik, quien, junto con muchos otros en Estados Unidos y en Canadá, así como en Europa y otros lugares, presenció las elecciones, nos proporciona los detalles acerca de cómo Estados Unidos intentó influir en las elecciones y fabricó la narrativa del fraude. Es muy desconcertante confrontarse a personas de izquierda, a “progresistas” y por el estilo, personas profusamente citadas y a quienes se les proporciona espacio en los medios masivos de comunicación, quienes aceptan la narrativa estadounidense con respecto a las elecciones, más que el testimonio de los propios ciudadanos de los países que habían participado como observadores en las elecciones de mayo de 2018. Sin embargo, es a esto a lo que nos enfrentamos y, como tal, el texto resulta una lectura obligada para quien se interese en Venezuela.
El capítulo 10 está dedicado a Elliot Abrams, enviado especial de Trump a Venezuela. Tomando tan sólo uno de los muchos ejemplos que ponen de manifiesto la naturaleza de la política estadounidense hacia Venezuela, “como subsecretario de Estado para los derechos humanos, Abrams procuró asegurar que el general Efraín Ríos Montt, entonces dictador de Guatemala, pudiese llevar a cabo “actos de genocidio” –palabras jurídicamente vinculantes de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala, respaldadas por las Naciones Unidas− contra la población indígena en la región de Ixil, departamento de Quiché, sin las molestas interferencias de organizaciones de derechos humanos, y mucho menos del gobierno de Estados Unidos”. Esto es tan sólo uno de los muchos ejemplos que se destacan en este capítulo. Por tanto, no es una sorpresa. De hecho, es un comentario bienvenido, con el cual el autor cierra el capítulo al preguntar “y ahora, ¿queremos creer que Abrams ha venido a traer la democracia y los derechos humanos a Venezuela? De todas las mentiras que dicen acerca de los planes y operaciones de Estados Unidos contra Venezuela, esta puede muy bien ser la mayor y más salvaje”.
No obstante, todavía existe una gran apoyo bipartidista a la política de Estados Unidos con base en la “ayuda humanitaria” para Venezuela, por parte del Congreso y, por supuesto, de los medios de comunicación dominantes, especialmente la CNN, a la cual Kovalik señala con el dedo acusador. Esta es otra razón por la cual este libro no es sólo una lectura necesaria, sino que también debe ser promovido activamente en Estados Unidos, junto con el resto de periodistas de izquierda, iniciativas independientes, que de hecho son generosamente citadas de un extremo al otro del libro, puesto que Kovalik no se considera el único escritor que lucha contra la desinformación acerca de Venezuela.
Hablando de la izquierda o alternativas socialistas, en el último capítulo se analiza cómo la política de cambio de régimen de Trump está exacerbando la crisis en Venezuela y su relación con el paisaje político norteamericano. Se trata de cómo Estados Unidos, como es su costumbre, señala los demonios en el exterior con el fin de desviar la atención respecto a su situación política y económica interna. La única objeción que tengo con la publicación es cuando el autor indica que la ofensiva contra Venezuela está teniendo lugar en el contexto de una situación en la que “los estadounidenses están comenzando a hablar seriamente de socialismo”. La referencia parece ser de Bernie Sanders y Alejandria Ocasio-Cortez (AOC), miembros del Partido Demócrata. Sin embargo, lejos de fomentar una discusión seria acerca del socialismo real, estas cifras y su narrativa apoyan el papel tradicional del partido Demócrata como salvaguarda y protección contra cualquier movimiento revolucionario en Estados Unidos. Para decirlo sin rodeos, como muchos observadores de Estados Unidos se lo han incriminado, el Partido Demócrata es el sepulturero de cualquier movimiento de izquierda o del socialismo que se atreve a salir del sistema bipartidista.
Si se revisa el último debate del Partido Demócrata en la televisión en el que Sanders participó, la transcripción muestra que el tema de Venezuela no fue planteado por ninguno de los candidatos, ni por los animadores. Esto indica el hermetismo de la elite acerca de la narrativa venezolana. Debe admitirse, sin embargo, que la política exterior no estaba considerada oficialmente en el orden del día.
No obstante, cuando Honduras surgió, Sanders afirmó lo siguiente en respuesta a un comentario de Joe Biden: “Retomando el punto de Joe, nosotros observamos las causas del problema. Y en Honduras, entre otras cosas, se trata de un Estado fallido, de una corrupción generalizada…” Jeffrey St. Clair, editor y periodista de CounterPunch, señaló en un tweet: “Bernie se refiere a Honduras como a un “Estado fallido”, sin dirigirse a Biden y diciendo: “fallido a causa del golpe de Estado instigado por su administración’”. Además, cuando Sanders estuvo acorralado por un periodista tras el debate y la consulta acerca de Venezuela, obedientemente proclamó que, si es electo, hará todo lo posible para “garantizar unas elecciones libres y justas” en Venezuela contra el régimen “autoritario” de Maduro. ¡Qué programa electoral tan progresista en materia de relaciones exteriores! ¿Suena familiar? En Venezuela existe una “crisis humanitaria” (como lo ha repetido Sanders en numerosas ocasiones), y Estados Unidos debe venir al rescate. Los defensores de esta tendencia, ya sea por una ciega convicción o por falta de información, ofrecen otros ejemplos de supuesta oposición a las guerras o a la injerencia del pasado, y/o a crisis humanitarias evidentes y reales, tales como la de Yemen, para contrarrestar cualquier crítica. Sin embargo, a menudo equivale a una “nostalgia anti-guerra” del pasado, que ahora está de moda −desde una retrospectiva cuando todo ya ha sido expuesto− para señalar cuán equivocado estaba Estados Unidos al realizar sus operaciones. Lo siento, chicos, pero hoy la prueba de fuego es Venezuela. Por tanto, mi única crítica es que, al proporcionar cierta credibilidad a los defensores de este llamado socialismo, se niega la muy real alternativa frente al status quo en Estados Unidos, ofrecida por escritores y periodistas como el mismo Kovalik, y cientos de activistas e intelectuales justamente citados a lo largo de su libro. Su lectura me ha impresionado pero no me ha sorprendido (estando familiarizado con el trabajo de Kovalik) que se refiera orgullosamente a todo el espectro de la izquierda estadounidense progresista, activistas, escritores, así como periodistas.
[NOTA DE ARNOLD AUGUST. Después de que esta reseña fue escrita y publicada en inglés, tuvo lugar otro debate con candidatos presidenciales del Partido Demócrata día 13 de septiembre del 2019. Esto es lo que Sanders afirmó en respuesta a una pregunta acerca de Venezuela. Cito la transcripción oficial:SANDERS: Bien, en primer lugar, permítanme ser muy claro. Cualquiera que hiciera lo que hace Maduro, es un cruel tirano. Lo que necesitamos ahora es la cooperación internacional y regional para lograr que se convoque a elecciones libres en Venezuela, de modo que el pueblo de ese país pueda hacer, pueda crear su propio futuro.
Equiparar lo que pasa en Venezuela, en términos de socialismo democrático, con lo que yo creo, es extremamente injusto. Yo les digo lo que pienso en términos del socialismo democrático. Estoy de acuerdo con lo que sucede en Canadá y en Escandinavia, donde se garantiza la atención en salud a todas las personas como un derecho humano.]
Mientras examinaba los últimos detalles de la parte final de la reseña del libro (espero que vendrán más reseñas de otros escritores), y mientras luchaba con la “norma” para escribir una reseña crítica más allá de los elogios, me sentí bloqueado. ¡No exagero! Fue el mismo autor quien vino al rescate. Acabo de visitar la página editorial del Boston Globe del 1º de julio, escrita por Stone y Kovalik: “Debemos impedir que nuestra nación impulse una guerra implacable” (We must stop our nation’s push for relentless war). En este artículo hacen un llamado a la candidata presidencial del Partido Demócrata Tulsi Gabbard, y no a la denominada izquierda o a los socialistas, quienes no encontrarán el espacio necesario para absorber cualquier credibilidad.
La Congresista Gabbard afirmó lo siguiente acerca de Venezuela:
“Estados Unidos debe permanecer fuera de Venezuela. Corresponde al pueblo venezolano determinar su propio futuro. No queremos que otros países elijan a nuestros dirigentes. Por lo tanto, debemos dejar de tratar de elegir los suyos”.
Es importante tener en cuenta que Gabbard no es ni socialista ni de izquierda. Como ex militar, prestó servicios en el extranjero. Su mérito ahora es tomar una postura general en contra de la injerencia y de la guerra estadounidense. No obstante, actualmente existe cierta polémica en los medios sociales en cuanto a si se debe o no aprobar a Gabbard como candidata en contra de la guerra. Al fin de cuentas, ella se ofreció como voluntaria en Iraq en 2004, después de la masacre de Faluya, luego que se revelara el falso pretexto para la guerra y que llegase a ser de dominio público. No obstante, es necesario considerar si las personas pueden evolucionar honesta y sinceramente. Puesto que no tiene una posición neutra acerca de Venezuela, ella más que compensa su pasado, a diferencia del ala “socialista” del Partido Demócrata. El más reciente silencio acerca de la cuestión constituye un testimonio de la cobarde “neutralidad”, interrumpida ocasionalmente por algunos periodistas (como el citado anteriormente, quien cuestiona a Sanders tras el debate presidencial), cuando la verdadera naturaleza de este centrismo conlleva su lado oscuro: copiar y pegar la política de Trump.
Ahora bien, si la izquierda del Partido Demócrata es empujada a adoptar una postura semejante a la de Gabbard, sea como consecuencia de la circulación del libro o por esfuerzos de los medios sociales o periodísticos, que así sea. En cualquier caso, la conclusión del libro es certera: “Ninguno de nosotros puede permanecer neutral acerca de esta cuestión”.
Original en inglés Counterpunch (EE.UU.)