Lo he dicho en otras ocasiones parecidas: la ciudad es la misma y a la vez, otra. Las personas caminan como cada día hacia su centro de trabajo o de estudios, pero amanecieron con una preocupación no tan habitual: ¿Cómo llegaré? La restricción con la disponibilidad de diésel crea, aunque no se aprecie a simple vista, una inquietud constante.
Y así sucede con la asistencia a un turno médico o a un examen clínico…, o simplemente con la transportación al hospital donde está un familiar o amigo ingresado. Sin embargo, se aprecia en la gente calma, paciencia, porque aunque no se logra que sea una actitud generalizada, la solidaridad ha devenido nuevo paliativo ante las carencias.
Salí temprano a recorrer las calles de Cienfuegos, para observarlo todo con mirada periodística. Las paradas de los ómnibus tenían más o menos la misma cantidad de personas que de costumbre. Solo me llamaron la atención estudiantes uniformados, al parecer de un politécnico, que estaban sentados pasadas las 8: 00 a.m. en los bancos del Paseo del Prado, celular en mano, sin importarles mucho si paraba un ómnibus o un auto estatal daba “botella”. Cuestión de jóvenes quizás.
En la céntrica P, de la Avenida 37 (Prado), entre las calles 54 (San Fernando) y 56 (San Carlos), un auto de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) detuvo la marcha y el conductor dijo algo a quienes allí se encontraban, pero parece que ninguno iba en la misma ruta. No son pocos los que esperan “botellas directas”, y eso, en estas circunstancias, resulta casi siempre imposible. Mejor es adelantar, aunque sean dos o tres kilómetros nada más.
En una de las piqueras de coches (carretones) de la Perla del Sur, precisamente donde nacen los que conducen al hospital provincial Doctor Gustavo Aldereguía Lima, la cantidad de personas era notable. En ese instante no había ninguno de ellos, aunque después aparecieron varios y “limpiaron” de pasajeros el céntrico lugar. Cuando no había ninguno, en la esquina, a solo unos metros, un inescrupuloso cochero tenía, como se dice en buen cubano, el “anzuelo tirado”. Dos estudiantes, al parecer de la Universidad de Ciencias Médicas, lo alquilaron solo para ellos. No pude escuchar el precio, pero debe haber sido muy superior al establecido. En la viña del Señor hay de todo. Algunos ─más de lo debido y permisible─ se aprovechan siempre de las circunstancias y otros le ayudan a “sacar el máximo rendimiento”.
Resulta obvio que no puede existir un ejército de inspectores, pero en sitios como esos deben estar presentes en los horarios “picos” de transportación. ¿Por qué no se encontraba al menos uno?
Más de 15 triciclos taxis, de los llamados amarillos por su color predominante, pasaron totalmente vacíos. ¿A qué se debe eso? No me fue posible averiguar las causas, pues iban en marcha, pero infiero, por las denuncias hechas por cienfuegueros en la red social Facebook, que sus conductores están pidiendo una “millonada” por cubrir cualquier tramo, justificándose con el costo del combustible, las piezas de repuesto, los mantenimientos…
Un colega expuso que para cubrir una distancia relativamente corta, en la zona turística y residencial de Punta Gorda, uno de ellos le cobró 50 pesos, y otra señaló que esos conductores “se mantienen indolentes ante la situación y las medidas adoptadas. Sin embargo, con lamentarnos no hacemos más que envenenar el alma. Nosotros, los ciudadanos, los de a pie, debemos tomar partido y no dejar todo en manos de las autoridades. Lo que está dispuesto es pagar 18 pesos, no 30 y mucho menos 50. Es el momento de hacerles ver que se deben al pueblo. Denunciemos, exijamos nuestros derechos, en lugar de envenenarnos el alma. Hay que pensar como país”.
Se establecieron precios fijos para la transportación de pasajeros, pero, ¿se cumplen tácitamente? ¿Cómo se ejerce el control permanente a los conductores de esos vehículos de pasajeros? Visité la piquera de los autos que van de Cienfuegos a Palmira y no había tampoco siquiera un inspector. No basta con disponer para erradicar un problema, hay que chequear y actuar con la mayor energía.
Sobre los vehículos estatales pudiera conformarse un trabajo periodístico referido a la utilización que hacen de ellos. En el noticiero de la televisión se afirmó recientemente, con mucha razón, que muchos de los que tienen uno asignado, de cualquier tipo, sienten que es “su carro”, que les pertenece y que son ellos lo que determinan qué hacer, qué no hacer con ellos, cómo y cuándo.
Aún se aprecian, a pesar de la situación existente, los que evaden detenerse en las paradas y puntos de recogida (pude verlos en el Paseo del Prado de la Perla del Sur); quienes pasean vestidos con short y camiseta, junto a sus familiares, y van hasta sitios alejados con el combustible entregado por la entidad para trabajar, o los que llevan cada día a sus escuelas y centros laborales, sin dar siquiera “botella” al vecino más cercano. Ese es un viejo lastre de la sociedad y la economía cubana, que ha perdurado por demasiado tiempo por falta de control, exigencia y medidas no paternalistas y tolerantes.
Es estimulante, sin embargo, pasar como hice hoy, por una oficina que anteriormente permanecía día tras día con tres equipos de aires acondicionados en funcionamiento permanente, sin importar horario ni temperatura ambiental, y apreciar que en estos momentos están apagados o, como observé también en el Prado, que algún auto particular se detiene porque su conductor decidió llevar a quienes van en su mismo destino y dirección.
La ciudad es la misma y es otra; persiste la tranquilidad, la confianza y la solidaridad de muchos y algo muy importante: se garantizan los servicios esenciales. Eso se contrapone lamentablemente con la actitud de algunos inescrupulosos y oportunistas, quienes solo mueven sus vidas y sus sentimientos con dinero contante y sonante.