En medio de los trajines para su reelección, el mentiroso, prepotente y agresivo, presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció la próxima retirada de unos 8 mil 600 soldados del total de las tropas yanquis dislocadas en el irreductible Afganistán, decisión que rememora los contradictorios versos de un poeta antillano “…yo solo se que me voy, yo solo se que me quedo…”
El mandatario norteamericano no tiene en su haber la invasión, ni la guerra de agresión contra la pequeña nación del Asia Central, iniciada en el año 2001 por el presidente George W. Bush, bajo la falsa consigna de la lucha internacional contra el terrorismo, que sirvió para expandir por el mundo los actos del criminal flagelo, tras los atentados del 11 de septiembre en New York, de los que culpaba a Osama bin Laden, líder de Al Qaeda.
Lo que correspondió a Trump, al igual que su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, fue darle continuidad a pesar de las promesas de ambos durante sus campañas electorales de “traer los muchachos a casa” incluyendo los efectivos en la ocupada Iraq, víctima dos años después, en marzo del 2003, del apetecido predominio de EE.UU. en el Oriente Medio.
De hecho, la guerra en la República Islámica de Afganistán, la mas larga en la historia de EE.UU. es un conflicto bélico que ha contado con la participación de tres presidentes norteamericanos, pero también con sus fracasos en lograr, después de18 años de contienda bélica, implementar la proclamada Operación Libertad Duradera, para llevar “democracia, pacificación, seguridad y prosperidad” al pueblo afgano, que repudia a sus invasores y demanda su retirada..
Aventura militar, considerada por George W. Bush parte de la doctrina de “guerra preventiva”, que acumula un cruento saldo de cientos de miles de muertos, heridos y desaparecidos civiles, cínicamente contabilizados por Washington como “daños colaterales”. Conflicto que continúa costando miles de millones de dólares, provenientes de los bolsillos de los contribuyentes norteamericanos.
La Administración Trump tampoco tomó en cuenta que las anteriores fuerzas rebeldes, ni las del insurgente Taliban, surgidas en 1996, que se mantienen preponderantes en Kabul y en otras partes de inexpugnable territorio afgano, no han podido ser históricamente derrotadas.
En ese empeño, fracasó la intervención armada de la antigua Unión Soviética, obligada a una retirada forzosa en 1988, mucho antes que los talibanes ocuparan el Gobierno, ni la posterior de Estados Unidos, estancadas hoy en el callejón sin salida de una guerra que pretenden permanecer semioculta o a un bajo perfil, por la imposibilidad de poner fin a la resistencia afgana.
Especialistas y analistas militares estiman que el Taliban controla más territorio que en ningún otro momento desde la caída de su régimen hace 18 años y amenaza al 70% de todo el territorio
Aunque como una hoja de parra o paliativo Trump se ufana de que EE. UU mantiene conversaciones con representas de la insurgencia para llegar a un acuerdo de paz, los rebeldes talibanes se niegan a dialogar con el Gobierno de Kabul, al que consideran ilegítimo y condicionan cualquier negociación a la salida total de las fuerzas extranjeras del país.
La ilegal invasión norteamericana y su permanencia en Afganistán, junto a la violencia extrema y los desmanes de sus tropas, exacerbaron los grandes males políticos, económicos y sociales de su población.
Se incrementaros los índices de pobreza, de desnutrición infantil, de analfabetismo, desocupación y corrupción administrativa. El Gobierno central instaurado por los ocupantes no ha llegado a rebasar los límites de Kabul, mientras los caciques tribales y señores de la guerra, divididos en departamentos estancos, medraban con el tráfico de estupefacientes y la venta de armas y los atentados y actos terroristas se han convertido en hechos cotidianos.
En el país prevalecen, además, el caos, la anarquía, la ingobernabilidad, la extrema violencia, la destrucción de la infraestructura económica, la producción de cocaína y su bimillonario comercio en manos de contratistas” y mafiosos norteamericanos ha crecido en un 90 % y supera las 8 mil 500 toneladas anuales, que el nuevo enfoque la guerra anunciado por el presidente Trump pretende ignorar.
Aunque como una hoja de parra o paliativo Trump se ufana de que EE. UU mantiene conversaciones con representas de la insurgencia para llegar a un acuerdo de paz, los rebeldes talibanes se niegan a dialogar con el Gobierno de Kabul, al que consideran ilegítimo y condicionan cualquier negociación a la retirada total de las fuerzas extranjeras del país.
Ha transcurrido un año desde que el presidente Donald Trump reveló su nueva estrategia para Afganistán, con la que prometió que Estados Unidos «lucharía para ganar».
No obstante sus triunfales vaticinios de continuar el avance de los talibanes pueda ser que las tropas norteamericanas se vean forzadas abandonar el país en zafarrancho de combate, como lo hicieron en su estampida en Vietnam.