Pocas veces se aprecia tanto reconocimiento al judo cubano como cuando le piden contar dos historias en la tierra madre y raíz de esta disciplina. Como parte del segundo encuentro Equidad de Géneros en este deporte, Idalis Ortiz y Yordanis Arencibia fueron convocados a hablar y conversar en lugar de entrenar y subir a un tatami. El escenario: Hotel Tokio Dome. Auditorio: directivos, judocas, entrenadores, prensa, invitados de todo el mundo.
La primera en llegar al estrado fue la Diosa de los Ippones en la última década de nuestra selección nacional de judo. Sus palabras fueron interrumpidas par de veces por aplausos. Y su sonrisa, ideas precisas y total respaldo al empoderamiento de la mujer en el deporte, en especial el judo, motivaron felicitaciones, tal y como la recibiera al hacerse doble campeona mundial y titular olímpica. ¡Idalis bajó triunfadora!
Detrás vino su profesor actual, judoca fogoso y batallador de mil campañas hasta hace unos años. Menos acostumbrado a los micrófonos, el tunero logró calmar sus nervios y con sencillez y claridad esbozó conceptos que Cuba ya tiene instrumentados hace un tiempo, pero son quimera para muchas naciones todavía como el respeto y reconocimiento a los resultados de las mujeres, la incorporación de muchas de ellas como entrenadoras y la necesidad de sumarla a otros espacios dentro del deporte. ¡Arencibia bajó vencedor también!
Lejos de reseñar las intervenciones, preferimos compartir fragmentos de ambas, como antesala de un campeonato mundial de judo que ha comenzado diferente, pero en el que Cuba volvió a enseñar que además de ganar medallas, puede compartir sus experiencias y valores, tal y como lo transmite este arte marcial.
UNA CAMPEONA AUTÉNTICA Y CUBANA (Intervención de Idalis Ortiz) (Fragmentos)
Las mujeres en este deporte hemos demostrado que detrás de cada campeona o simplemente de cada practicante que entró a un tatami hay muchas historias por contar, tal y como las tienen nuestros antecesores del sexo masculino.
Empecé el judo en un pequeño gimnasio del municipio Candelaria, en la provincia de Pinar del Río. Tenía 9 años y el primer entrenador Miguel Chamizo fue claro al explicarme en qué consistía este deporte: “mucha disciplina, mucho esfuerzo, mucho entrenamiento y un comportamiento ético ante la vida”. Y al final resumió: “en lo deportivo, se trata de proyectar a la gente y que no te tiren a ti”. Ambas cosas las he seguido al pie de la letra.
Tras aprender a romper caídas y algunas técnicas gané una competencia municipal al mes de haber llegado al gimnasio, pero no había concientizado que podía ser una gran deportista. Eso llegaría tiempo después cuando fui invitada a un tope con el equipo nacional que dirigía entonces el profesor Ronaldo Veitía. Era viernes y tenía 14 años. Había ganado el campeonato nacional juvenil.
El profesor Veitía me preguntó sin rodeos: ¿trajiste kimono? Y ahí mismo me puso a combatir. Mi hermana, que me acompañaba estaba nerviosa y me decía: “Idalis, ¿tú quieres estar aquí seguro?, vámonos, que esas mujeres están muy fuertes”. Al otro día ella regresaría a traerme ropas, pues la niña se quedó en el equipo nacional y desde entonces solo he vuelto a la casa solo de visita o vacaciones. Han pasado15 años desde entonces.
Luego vendría el estreno internacional en el torneo Villa del París, en Francia, en una fecha que recuerdo como si fuera hoy: 12 febrero del 2006. Allí perdí el primer combate ante una búlgara. Lo asumí tranquila, aunque nunca más he perdido una primera pelea. Crecí como mujer, deportista y judoca. Llegaría la primera medalla olímpica en Beijing 2008 (bronce) y luego siete medallas mundiales, incluidos los oros del 2013 y 2014. Como si fuera poco, disfruté al máximo la corona olímpica de Londres 2012 y una plata también brillante en Río de Janeiro 2016. (APLAUSOS)
Pero no son de medallas lo que más quiero hablar en estos minutos. El judo femenino en Cuba ha sido una escuela de valores humanos y cada una de las adolescentes, casi niñas, que llegamos a la elite mundial, recordamos que al principio nuestros padres y algunas personas en la sociedad no comprendían este deporte, que ayuda a romper barreras, que nos hace sentirnos más libres y también más sanos física y espiritualmente.
Poco a poco, los resultados alcanzados por nuestro equipo superaron cuantitativamente los del equipo masculino en Cuba, primero a nivel de América y luego a nivel mundial y olímpico. Y eso demostró que teníamos las mismas posibilidades que ellos, que la práctica de este deporte no depende solo de ser fuerte físicamente, sino también mental. No se concentra solo en ser independiente y tener los músculos desarrollados, sino en asumir que esa fortaleza y libertad son capaces de lograr todos los objetivos que uno se proponga.
Gracias a nuestro ejemplo y al de muchas entrenadoras, los padres han ido entendido que las mujeres podemos participar en los deportes de combate, específicamente en judo, y no dejamos de ser bellas, a quienes nos gusta también la música, el baile, que nos regalen una flor o sentir el amor por nuestra pareja. (APLAUSOS)
Tener entrenadores hombres es otra de las cosas que ha ido cambiando con el tiempo y muchas de las judocas con medallas mundiales u olímpicas se han superado con estudios universitarios y hoy cumplen esas funciones.
Quiero terminar mi intervención con dos anécdotas personales que reflejan este tema.
En los Juegos Olímpicos de Londres, donde gané la medalla de oro, la decisión fue por hantei en regla de oro. Estaba tranquila cuando terminó el tiempo reglamentario, pero el árbitro del centro del tatami era una mujer y me sonrió. Interpreté que quería decirme: lo has hecho bien, pero desconocía qué pensaban los otros dos árbitros. Confiaba que había dado lo mejor de mí y debía merecer la victoria. Pero ese gesto de mujer no lo olvido nunca. Segundos más tarde fue unánime la votación y me hice campeona olímpica.
Muy ligado a lo anterior estuvo que viendo esa pelea mía en Cuba una persona se infartó y hubo que hospitalizarlo. Cuando regresé a mi país fui visitarlo al hospital y luego a su casa, pues por suerte, todo pasó, fue solo la emoción y sobrevivió al infarto. Hoy somos grandes vecinos y amigos. Esta es la Idalis Ortiz más auténtica, cubana y feliz, gracias a lo que me ha proporcionado el judo. (APLAUSOS)
No se puede hacer judo si no hay una gran dosis de amor (Intervención de Yordanis Arenncibia) (Fragmentos)
Es un enorme placer que nos hayan invitado a dos judocas cubanos a compartir desde nuestras historias un tema de tanta actualidad en el judo y el deporte mundial. Y para más honor en la tierra de Jigoro Kano, padre fundador de este arte marcial que tanto ha contribuido a la formación y educación de millones de personas en todo el mundo.
Debo confesar que en Japón está mi ídolo de niño y adolescencia, Toshihiko Koga, campeón olímpico y mundial. Miraba sus vídeos y el sode-tsuri que yo hacía y que tanto le agradaba a la gente se lo copié, aunque con mi estilo. Fue una referencia el judo japonés para mí, pero lo fueron también las judocas cubanas que antes de yo ganar el título mundial juvenil en 1998 ya habían conquistado medallas de oro en campeonato mundiales élite y sumaban campeonas continentales y olímpicas.
Es decir, un poco me hice judoca y gané cuatro medallas mundiales (plata 2007 y bronce 1999, 2001 y 2003), y dos bronces olímpicos (Atenas 2004 y Beijing 2008) inspirado en un equipo femenino que dirigía el profesor Ronaldo Veitía, quien siempre defendió la idea de que las mujeres en el deporte, en especial en el judo, podían igualar o superar los resultados de los hombres. Y en Cuba lo consiguieron.
Años más tarde, tras retirarme como atleta, me ha tocado dirigir y continuar el trabajo con las mujeres judocas, que son una escuela para muchos otros deportes en Cuba y me atrevería a decir que en América y el mundo.
Es cada vez más importante el empoderamiento de la mujer en el deporte, que ocupen las mismas responsabilidades que por mucho tiempo han estado reservadas solo para hombres y que lo hagan con esa dosis de fortaleza y ternura que solo ellas pueden lograr. Cada uno de sus triunfos es una enseñanza de que pueden conquistar lo que se propongan.
Y lo logran además con perfección, belleza y amor. Considero que no se puede hacer judo si no hay una dosis grande de amor al trabajo, a los valores de lealtad, dedicación y entrega. Mis alumnas asimilan y recepcionan todo muy bien. Las apoyo desde lo técnico y deportivo, pero también desde lo espiritual, desde los sentimientos, con el consejo oportuno y una estrecha relación con sus novios, hijos y familia en general.
Siempre les digo que no se puede perder la sangre de guerrera y la valentía que tenemos los cubanos, porque esa nos lleva a ganar, aunque no tengamos todos los recursos económicos. Y son muchos los ejemplos de triunfos cuando más difícil o duro han sido las rivales, cuando casi llega el final del combate, o cuando una lesión molesta, pero no impide seguir peleando encima del tatami. De eso también aprendo mucho junto a un colectivo de entrenadores. (APLAUSOS)
Soy un convencido de que el mundo no va a cambiar si las mujeres no están en posición de liderazgo al lado de nosotros. Por eso defiendo que los premios, tanto de la organización como de los patrocinadores del evento, sean de manera igualitaria para hombres y mujeres, con las mismas cuantías y obsequios.
El deporte practicado por mujeres es una de las concreciones del derecho a la igualdad en las sociedades contemporáneas, independientemente de su condición social, edad, origen de procedencia, orientación e identidad sexual, etcétera. Lo hecho por la Federación Internacional de Judo con la competencia mixta por equipos, la misma cantidad de divisiones (7) desde hace varios años para hombres y mujeres, así como los premios y reconocimientos al mismo nivel son ejemplos de ese empoderamiento al que estamos convocados todos.
Por supuesto, quedan todavía barreras en la sociedad, en algunos dirigentes y en el aspecto cultural de muchos pueblos. En el judo debemos promoverlas más como practicantes, dirigentes, profesoras, entrenadoras, árbitros, jueces, periodistas, investigadoras y profesionales del judo.
Quiero concluir mis palabras con dos conclusiones de los pocos años de trabajo que llevo junto a ellas.
La primera, que en una sociedad condicionada por los estereotipos de género, el deporte juega un papel muy importante en el empoderamiento de la mujer, porque les permite ser más críticas con ellas mismas y con la sociedad, aumentar su confianza y aprender a relacionarse sin miedo con los demás. El judo es ideal para probarlo.
Lo segundo, si aumentamos la visibilidad de las mujeres judocas, a través de los medios de comunicación y otras formas, y se muestran que hay resultados iguales o superiores a los de los hombres, muchas más chicas se sumarán a los ippones porque tendrán un referente y un modelo a seguir. En Cuba lo hemos logrado hace muchos años con Estela, Driulis, Amarilis, Legna, entre otras y seguimos haciéndolos hoy con Idalis Ortiz, Kaliema Antomarchi, Maylín del Toro y muchas más. (APLAUSOS)