La del 18 de octubre de 1996 fue una tarde-noche terrible. Toda la población cubana se encontraba alerta, pues se conocían la proximidad y amenaza del huracán Lili.
Las autoridades principales y algunos periodistas de la provincia de Cienfuegos estábamos desde temprano en el Puesto de Dirección, situado en una dependencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
A eso de las tres y media el entonces primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en esa provincia, Manuel Menéndez Castellanos, me invitó a acompañarlo en un recorrido a fin de constatar in situ la preparación para afrontar sobre todo, las fuertes lluvias, pues se afirmaba que entraría por tierra matancera y pasaría sobre Cárdenas, localidad situada al norte, cerca del balneario de Varadero, por lo que el ciclón dejaría mucha agua en la banda derecha.
A las 4: 00 p.m., más o menos, llegamos al hotel Jagua, insigne instalación turística cienfueguera. Había turistas de varios países. Todos fueron concentrados en el primer piso. Menéndez Castellanos les habló y aseguró que contarían con la protección requerida. Fuimos entonces a la oficina del gerente y escuchamos a través de la radio que el huracán pasaría en breve sobre la ciudad de Cárdenas.
Un fuerte estruendo nos hizo correr al lobby. Varios cristales de gran tamaño fueron arrancados por el fuerte viento y convertidos en pedazos al chocar contra el piso. El agua de la bahía próxima comenzaba a penetrar; las olas eran enormes. “Secretario, el huracán está sobre nosotros”, le dije a Menéndez Castellanos. “Vamos rápido”, fue su decisión.
Ya el agua nos daba sobre los tobillos y era imposible salir en el auto ligero en el que habíamos llegado. Con prontitud y gracias a las medidas preventivas adoptadas para garantizar una rápida evacuación, un camión militar, muy alto, se acercó a la puerta y pudimos subir a este. Minutos antes, un árbol enorme, de muchísimos años, había sido arrancado de raíz ante nuestros ojos.
Al avanzar, el nivel del agua sobrepasada la mitad de la altura de los neumáticos del vehículo. Resultó imposible avanzar por la avenida cercana al Malecón, la cual ya estaba totalmente inundada. Salvando obstáculos por otras vías llegamos al Puesto de Dirección. Supimos entonces que con certeza el Lili había tocado tierra por un punto de la Ciénaga de Zapata y atravesaba en ese momento la localidad de Yaguaramas, en la zona occidental de la provincia de Cienfuegos.
Tarde en la noche conocimos que había avanzado recto en esa dirección, se desvió después a la derecha, pasó cerca de Santo Domingo y salió al mar por Caibarién, en la cercana Villa Clara.
Gracias a que había quedado “vivo” un teléfono pude transmitir la nota a la redacción. Los colegas en La Habana no querían creer los destrozos y detalles que narraba en esta. Pasadas las 11 decidí ir a mi casa, donde permanecieron tres mujeres solas (una de ellas sobrepasaba los 80 años de edad) y mis dos pequeños hijos: no conocía nada de ellos. “Temprano mañana aquí”, me dijo en tono confidencial un alto oficial de las FAR muy respetuoso con la prensa y amigo personal.
Aprecié en el trayecto mucha destrucción. En el céntrico parque Villuendas todos los árboles, quizás centenarios, estaban arrancados y mostraban sus raíces. Apenas pude dormir.
A las cuatro de la madrugada ya estaba en pie y en una esquina de ese propio parque esperé una “botella” o aventón, como le llaman en otros países, para trasladarme. Al poco rato pasó la directora provincial de Salud y me hizo espacio en el auto.
Aprecié de inmediato que en el Puesto de Dirección se adoptaban medidas especiales. “Dentro de poco llegará el Comandante en Jefe”, informaron. Exactamente. A eso de las 7:00 a.m. llegó a la puerta el auto de color negro que lo transportaba. Se bajó, saludó a los dirigentes del PCC y del gobierno, a oficiales de las FAR y el Ministerio del Interior (MININT), y a otras personas que estaban allí. A los periodistas nos ubicaron en el portal que rodea la edificación. Su ayudante personal de entonces nos llamó y subimos hasta un salón donde le explicaron los detalles acopiados y las afectaciones registradas hasta ese momento. Al Comandante en Jefe se le notaba preocupado.
Terminado ese encuentro fuimos hasta una oficina y mientras quienes le acompañaban tomaban café en un lugar cercano, tres periodistas: Omar George Carpi, de la TV Cubana; Jorge Domínguez Morado, de la emisora Radio Ciudad del Mar, y quien escribe estas líneas, en ese momento corresponsal del periódico Granma en Cienfuegos, dialogamos ampliamente con él.
Nos contó que había estado en Matanzas y Villa Clara y que apreció muchas afectaciones, sobre todo en las plantaciones cañeras, las que quedaron casi totalmente dobladas y partidas sobre la tierra, lo que provocaba la preocupación de si las combinadas podrían cortarlas en la cercana cosecha. Insistió en la importancia de la disciplina y la organización en ese duro momento y ratificó que todos los daños serían atendidos.
Bajamos y llegamos hasta donde se encontraba su auto. Prosiguió con las orientaciones. En un momento dirigió la mirada hacia mí y me preguntó de qué medio yo era. Le respondí. Indicó que le dijera al director que se publicara la mayor cantidad posible de fotos para que la población pudiera apreciar la magnitud de las afectaciones. Contesté que lo haría de inmediato.
Alguien le preguntó si haría un recorrido por el territorio cienfueguero. “No, voy directo para La Habana…, hay que adoptar muchas decisiones urgentes”, dijo y se despidió.
Como lo había hecho siempre, una vez más Fidel estuvo en el “ojo del huracán”, ocupado y preocupado.