Lima.- Aunque nunca se ha comprobado por encuestadoras, la gimnasia rítmica es quizás el deporte preferido del público femenino en citas multideportivas. En Cuba no es la excepción, de ahí que al bronce por conjunto alcanzado por nuestro equipo en estos XVIII Juegos Panamericanos le debíamos una crónica, cual única manera de contar una historia tan o más trascendental que otros títulos de la delegación antillana.
Claudia, Melissa, Tatiana, Elaine y Danay habían quedado a las puertas del podio un día antes en la modalidad de conjunto (cinco pelotas). El llanto de la derrota, del cuarto lugar inmerecido según algunos especialistas, fue compartido con su entrenador Nely Ochoa. Sin embargo, lejos de desanimarlas, se levantaron el 5 de agosto con una motivación especial, más belleza, mejor técnica y una ejecución más limpia en otra prueba de conjunto (tres aros y dos pares de mazas).
Antes de salir al tapiz, todas se abrazaron. Era su último intento de lograr una medalla en esta lid continental e igualar lo hecho hace cuatro años en Toronto, donde también lidiaron con jueces rigurosísimos y un nivel mundial. Hasta ese momento, Brasil marcaba la punta con un respetable 24,250 puntos y restaban tres equipos por competir después de las nuestras. Soltaron la tensión lógica, sonrieron y cuando la música sonó escribieron con virtuosismo su sueño.
Esta vez no dieron margen a restarle puntos por imprecisiones. Los aplausos sentidos y vibrantes del público fueron el primer premio para ellas. Esperaron la nota y cuando la pizarra reflejó el 22.200 volvió otra vez el abrazo, el llanto, los besos a Nely. Solo que ahora eran de alegría, satisfacción y casi seguridad de medallas, aunque restaban los conjuntos de México, Canadá y Perú por mostrar sus rutinas.
Las mexicanas lo hicieron acto seguido y aunque su selección tuvo ligeras fisuras, su nota de dificultad era bien alta y lograron superar a las antillanas por menos de un punto (23.050). Las nuestras comenzaron a festejar entonces desde el área de calentamiento. Sabían, por lo visto, en el modelaje previo, que canadienses y peruanas no podrían llegar a su puntuación.
Transcurrieron los 20 minutos más largos para ellas. La espera les hizo pensar en muchas personas y en los miles de trabajos que han pasado en el último año para montar sus coreografías y poder actualizarse con lo que sucede en el mundo en esta disciplina. Melisa y Danay recordaron que hacía un año y seis días que se habían coronado campeonas en Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, en la modalidad de conjunto (tres pelota y dos cuerdas). Pero esta actuación era inmensa, mayor, feliz, muy feliz.
Una vez colocada la nota de las peruanas nadie pudo resistir. Saltos, abrazos, risas y prolongadas lágrimas estropearon el maquillaje de las muchachas. “Por favor, control, control, somos medallistas, pero control”, repetía Nely Ochoa con el pecho apretado también de la emoción, pues sus niñas, como le gusta decir, son las mejores gimnastas del mundo porque sin contar con los recursos, torneo o bases de entrenamiento ideales, logran siempre engendrar la maravilla que describiera el poeta.
La gimnasia rítmica es una de las medallas más punzantes en el corazón de esta delegación. A ella le debíamos una crónica. Y no precisamente de bronce, sino de amor.