Las emociones que despertó la jornada del 26 de Julio en el joven abogado Fidel Castro, líder del Movimiento que protagonizó aquellas acciones, las plasmó en una carta escrita desde el presidio: “Para mí el momento más feliz de 1953, de toda mi vida, fue aquel en el que volaba hacia el combate, como fue el más duro cuando tuve que afrontar la tremenda adversidad de la derrota con una secuela de infamia, calumnia, ingratitud, incomprensión y envidia.”
Ese revés estuvo acompañado por el inmenso dolor ante la pérdida de valiosos compañeros de lucha, como él mismo denunció en al juicio: “todas las formas de crueldad, ensañamiento y barbarie fueron sobrepasadas. No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumentos de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre; en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamusqueados por los disparos a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre. Las manos criminales que rigen los destinos de Cuba habían escrito para los prisioneros a la entrada de aquel antro de muerte, la inscripción del infierno: «Dejad toda esperanza.»
Y es que ellos eran y así lo declararon, seguidores de una obra iniciada por los luchadores independentistas, abrazada por otros recios luchadores de los inicios de la República como Baliño, Mella, Villena, Guiteras, y presidida por la prédica inmortal de José Martí, a quien proclamaron como autor intelectual del 26 de Julio.
Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura lo que un pueblo quiere, expresó el Apóstol, y al pueblo llegó el Programa del Moncada, defendido con pasión por Fidel en el juicio, donde se recogían sus aspiraciones más sensibles. Como esperaban los moncadistas, las masas, convencidas de la justeza de esas ideas, se lanzarían con ellos a la pelea, el Moncada iba a ser solo el primer grito de combate.
Entre los fragmentos de la obra de Martí subrayados por Fidel en la prisión, destaca uno que se convirtió en guía: Quien desee patria segura, que la conquiste.
Y a la conquista se lanzaron los nuevos libertadores sin que la adversidad lograra desanimarlos. Cuando en mayo de 1955 una amnistía arrancada al tirano por la prisión popular dejó libres a los protagonistas del asalto, no hubo descanso, por el contrario, un mes después se creaba la organización que tomó el nombre de Movimiento 26 de Julio, como hermoso símbolo de la continuidad de la lucha.
En vano Fidel trató de batallar en la legalidad, todas las puertas se le cerraban, en un momento dado expresó: “Ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y el 95”.
Y en declaraciones que en ese momento ningún medio de prensa se atrevió a difundir, dijo, antes de partir al exilio mexicano:
“Como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no de pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. (…) De viajes como estos no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
Y retornó con un contingente expedicionario para poner proa nuevamente a la libertad. Una vez más la adversidad hizo mella en los combatientes, y el Jefe indiscutible de la Revolución se quedó con unos pocos hombres y fusiles, pero como a Céspedes, les bastaron para emprender la batalla.
La perseverancia, la confianza en los ideales y la fe en la victoria guiaron al Ejército Rebelde que de un puñado de hombres creció hasta convertirse en una fuerza que derrotó al ejército de la tiranía, mucho más numeroso, mejor equipado, armado y entrenado por Estados Unidos.
Así el 26 de Julio se multiplicó el 2 de diciembre de 1956 y el Primero de Enero de 1959 y siguió multiplicándose en estos sesenta años de Revolución.
Como expresó en conmovedor poema Roberto Fernández Retamar, los cubanos de hoy somos sobrevivientes de aquellos jóvenes que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes,
¿Quién se murió por mí en la ergástula,/ Quién recibió la bala mía,/La para mí, en su corazón?, se preguntó el poeta.
A los que murieron en la lucha guerrillera o en la clandestinidad siguiendo el camino insurreccional trazado en el Moncada los hacemos seguir viviendo con nuestra conducta cotidiana en defensa de los ideales por los que cayeron, en cada uno de los puestos de lucha de la construcción socialista