Lima.- Mis ejercicios de nostalgia frente a la mar han sido un ciclo eterno de desconfianza y pasión. Tal vez porque continuamente la aprecié con sospecha y deseo. De pequeño la asumí como una inmensa superficie desconocida, donde se ocultaban tesoros fuera de toda fantasía posible. También como el hogar de seres temibles y extraños, capaces de devorar mis ansias de vida.
Mi primer contacto directo con el océano Pacífico sobrevino durante el torneo de voleibol de playa de estos XVIII Juegos Panamericanos. Confieso que a pesar de su tono azul grisáceo me resultó seductor. Decidido por tan positiva sensación, me acerqué a su orilla y percibí sonidos repletos de leyendas e interrogantes.
Con los sentidos bien abiertos noté en ese mar una capacidad poética espléndida. Testigo de cientos de historias de amor y vida, capaces de conmover, intrigar y sugerir cosas hermosas o tristes. Dicen quienes lo visitan regularmente que este inmenso añil es un formidable confidente. En momentos es luz, a ratos igualmente oscuridad.
En compañía y soledad logra ser calmante y vital. Sombrío e incomprensible. Fiel compañero de la vida limeña se aferra a su milenaria presencia como los náufragos al madero. En las orillas que reciben las caricias y embates de sus olas, se reúnen personas que certifican la eterna capacidad que tiene para desenfundar su única e inconfundible partitura.
Tranquila y tempestuosa, siempre magistral y curiosa. Semejantes razonamientos me obligan a regresar. Mi próxima visita será más prolongada y resuelta, despojada de esa obsesión de recelo.
Cuando esté frente a su enormidad, volveré a sentirme felizmente ese niño que creía en milagros y tesoros imposibles. Hay quienes defienden con particular lógica que la inspiración no existe, que no es más que un espejismo ideado por el hombre para justificar ciertas genialidades.
Les contradigo diciendo que no han descubierto lo que es la inspiración. Ella tiene múltiples formas y rostros. El Pacífico es uno de esos soberbios semblantes, capaz de estremecer y cautivar. Nunca refugio indiferente. Siempre escondite feliz. Una maravilla ante la que se puede respirar espiritualmente sin temores. Lo confiesa alguien que siempre ha tenido a la mar como un espacio de eterna desconfianza.