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Del legado de Ñico López: La honradez como divisa

En el otrora cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, se ubica hoy el Parque Museo Ñico López — Antonio López Fernández—, en homenaje a uno de los miembros del destacamento que el 26 de julio de 1953 atacó esa instalación militar, en apoyo a la acción principal del asalto al cuartel Moncada, de Santiago de Cuba.

 

Bayamo, situado a poco más de 730 kilómetros de La Habana y a unos 129 de Santiago de Cuba, constituía un punto estratégico debido a que en esa ciudad confluían las vías fundamentales de comunicación de la provincia de Oriente, lo cual permitiría impedir el envío de refuerzos hacia Santiago de Cuba, además de estar próxima a las montañas y a otras zonas de condiciones propicias para la lucha guerrillera, en caso de no lograr el objetivo previsto.

Entre los múltiples valores que caracterizaban a los jóvenes, que bajo la conducción de Fidel Castro Ruz intentaron la toma de ambas instalaciones, se encontraba la honradez. Acuden a la memoria pasajes relacionados con Ñico López, contados por dos de sus compañeros participantes en aquella gesta y muy cercanos a él: Haydée Santamaría Cuadrado y Raúl Castro Ruz.

Haydée contó que una noche en que se hallaban en la casa de Melba Hernández Rodríguez del Rey, también participante en la gloriosa acción, Ñico reía como de costumbre, aunque algo en el fondo de sus ojos denotaba una tristeza sin igual. Al preguntarle qué le sucedía, él le habló de la gravedad de su padre y de que no contaba con el dinero necesario para adquirir las ámpulas de morfina que mitigarían su dolor. Y esto sucedía, en momentos en que llevaba consigo 300 pesos de los fondos del Movimiento.

Raúl narró lo siguiente: ‘‘(…) basta recordar cómo lo vimos en una oportunidad con 200 pesos del Movimiento incipiente en los bolsillos y verlo caminar cuadras y cuadras, por ahorrarle los seis centavos del pasaje al Movimiento; basta recordarlo haciendo esos recorridos con sendos agujeros en sus gastados zapatos cubiertos con un cartón, cosas que sabemos por convivir con él, no porque las pregonase; basta recordarlo tomándose un café con leche, como único alimento, en cualquier cafetín habanero, al final de cada jornada, a altas horas de la noche, y teniendo en el bolsillo dinero del Movimiento; basta recordarlo emprendiendo dentro de cualquier reunión una crítica firme y fraterna contra todos los errores y debilidades que los demás pudiésemos cometer; y basta recordarlo irreductible, incorruptible, en la postura que mantuvo hasta el día de su muerte (…)”.

Tal era la honradez de aquel joven nacido el 2 de octubre de 1932 en la barriada de La Lisa, en Marianao, La Habana, que al participar en el ataque al enclave militar de Bayamo solo tenía 20 años de edad, y transcurridos apenas dos meses de cumplir los 24 fue asesinado, el 7 de diciembre de 1956, en Boca del Toro, en la localidad oriental de Niquero, tras la dispersión sufrida por los integrantes de la expedición del Granma.

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