La conferencia de prensa sobre la segunda edición del evento global Run 24:1 que tendrá un reflejo en La Habana este 2 de junio desde las 9:00 de la mañana había concluido en la sede de la Federación Cubana de Atletismo, en el Vedado. Sin embargo, una «noticia» mejor estaba por llegar, para la cual debe estar preparado siempre cualquier periodista.
Javier Sotomayor, expositor en el encuentro y capitán de la carrera, no se levantó del asiento donde había informado los detalles del evento. Parecía listo para más preguntas, o mejor, para una conversación informal, pero ilustrativa del ser humano que hay detrás del recordista mundial de salto de altura.
Las grabadoras no se habían apagado todavía cuando el campeón olímpico y universal aceptó el reto de las confesiones, esas que a veces resultan difíciles de lograr en una entrevista pactada con todo el protocolo requerido. El viento de la tarde soleada soplaba, sin proponérselo, a favor del periodismo frente a uno de los más grandes deportistas de Cuba y América de todos los tiempos.
El Soto contó anécdotas casi desconocidas, dio lecciones de disciplina y sacrificio, río a carcajadas al recordar las bromas hechas por sus amigos de siempre en el colchón de saltos y hasta reveló, con un vídeo en su celular, que su último brinco para burlar la fuerza de gravedad fue de 1,80 metros hace menos de 15 días, mientras preparaba el Festival José Godoy in Memorian.
Tras emitir un pronóstico arriesgado de cinco medallas de oros para nuestros atletas en los venideros Juegos Panamericanos de Lima 2019, el recordista también de estas citas reconoció sentir una lógica nostalgia por los premios dorados en su especialidad, los cuales no se consiguen desde que Víctor Moya lo alcanzara en el 2007. “Es duro, pero hoy no tenemos a nadie que llegue a los 2,30 metros, con lo que se debe ganar en Perú”.
De golpe, el yumurino suelta con jocosidad que “ningún saltador quizás ha corrido tanto como él”, aunque aclara que en sus entrenamientos nunca fue imprescindible trabajar tanto ese tipo de resistencia. “Lo máximo que llegué a correr fueron cinco kilómetros, aunque eso sí, agarré mucho sol porque comenzaba a entrenar en el estadio sobre las 10 de la mañana y no paraba hasta la 1:00 o 1:30 de la tarde”.
Descubre como un descuido uno de los secretos de sus resultados, que empezaba desde estudiar el horario y día de su competencia hasta lo importancia de un calentamiento. “18 horas antes de mi prueba tenía una rutina inviolable, en la que lo programaba todo con alarma, desde el tiempo de descanso y sueño hasta los minutos que debía estar de pie, cuándo debía ingerir alimento, cuándo debía caminar, cuándo debía estar acostado. Y era estricto, casi perfeccionista con eso.
“Al llegar al calentamiento sabía cuántos saltos debía hacer y nunca me pasaba porque eso podía hacerme perder una medalla. En una ocasión, en 1994, llegué a Chicago para un torneo y tuve que cambiarme de ropa en el mismo taxi del aeropuerto al estadio porque el vuelo se retrasó. Demoraron el inicio del evento 15 o 20 minutos esperando por mi. Solo necesité dos saltos de calentamiento para ganar con relativa facilidad “.
Aunque su récord mundial de 2,45 anda inamovible desde hace casi 26 años, Sotomayor muestra la comunicación actual que tiene con el catarí Mutaz Essa Barshim, quizás el único saltador hoy con condiciones de acercarse o romper su reinado, quien se la pasa pidiéndole consejos por WhatsApp o en cuanta justa atlética coincidan. “Hace poco me mandó un vídeo mientras escuchaba en su carro la música del Buena Vista Social Club”, señala mientras muestra los segundos en que se le ve entonar al saltamontes del Medio Oriente la música caribeña.
Antes de apagar el celular busca y enseña una foto reciente del perro que adquirió el sueco Patrick Sjoeberg, amigo y rival en su época de atleta, a pesar de que el cubano le rompiera su récord mundial de 2,42 metros. “Al perro le puso Soto y además lo viste con medias blancas en sus patas, pues a mí me gustaba usar las medias altas y blancas”. Sonríe y no descarta en el futuro invitarlo a él, a Charles Austin y a otros jerarcas para un match de salto en Cuba.
“En una ocasión, por Europa, nos reunimos todos los saltadores y festejamos un poco la noche anterior de la competencia. Tomamos unas cervezas y luego tuvimos que trasladarnos cientos de kilómetros hasta el lugar del torneo. Acordamos que al día siguiente todos saltaríamos con cinco pasos porque el cansancio era general. En dos intentos me puse delante con 2,33, pedí luego 2,36 y finalmente 2,40. Nadie podía creer que lo lograría, pero lo hice fácil”, cuenta y sonríe como un niño al recordar su juguete preferido.
Sin cábalas ni amuletos, Sotomayor coincide que su especialidad no vive hoy la enconada porfía de antaño. No obstante, el secreto de entrenar y entrenar lo persigue, pues va al gimnasio tres veces por semana y no descarta que algún día reaparezca en un campeonato máster. “Ya averigüé el récord para la categoría de más de 50 años: 2,01 metros y hace solo unos días, sin hacer ningún tipo de preparación especial, con un mono deportivo y sin las mejores condiciones en el terreno, salté 1,80. Fueron subiendo la varilla y tuve que parar ahí, pero sé que puedo llegar un poco más”.
Las confesiones del Soto han robado más de una hora y todos quedamos deseosos de muchas más. Una llamada telefónica de la familia puso, sin quererlo, la pausa a una tarde de aprendizaje e historia. “Pronto nos vemos y hablamos de la vez que salté 2,50 metros en un entrenamiento…”
Y la intriga periodística volvió a sacudirnos a todos.