Cuando el primero de mayo de 1938, Lázaro Peña González, quien ocupaba la secretaría general de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (Cnoc), llamó a la constitución de una organización única que agrupara a todos los trabajadores de Latinoamérica, lo hizo como parte de los pasos que se daban con vistas a la fundación de la Confederación de Trabajadores de América Latina (Ctal), durante un congreso que se celebraría en México, en septiembre de ese año.
Estimó que era preciso consultar los distintos sindicatos respecto a la composición de la delegación cubana a esa significativa cita, y recorrió el país para someter la propuesta al criterio de las organizaciones de base comunistas de los diferentes territorios. En Caimanera llegó al hogar de Juan La O, secretario general del Partido Comunista en ese territorio, para reunirse con las dos células allí existentes y la de la Liga Juvenil Comunista, antes de celebrar la asamblea con el Gremio de Estibadores, Braceros y Marinos, el Sindicato de Obreros Salineros y la Unión de Chequeadores.
Entre los 13 elegidos para integrar la delegación se hallaba Juan Arévalo, que había sido furibundo machadista, a quien Lázaro había convencido de la necesidad de lograr la unidad de todos los trabajadores. El militante Evangelista Mengana manifestó su desacuerdo con respecto a Arévalo, y Lázaro le explicó que se laboraba en la creación de un movimiento unitario, y Arévalo, quien gozaba de gran influencia entre los ferroviarios y portuarios, se había comprometido a trabajar en ese sentido.
“Al día siguiente, los tres sindicatos se reunieron en el Salón del Gremio de Estibadores, Braceros y Marinos, donde de nuevo Mengana planteó su disconformidad. Lázaro volvió a argumentar acerca de la importancia de aunar esfuerzos con el propósito de garantizar que la organización obrera próxima a constituirse fuera esencialmente unitaria, y los asistentes aprobaron la propuesta, dando muestras una vez más de su confianza en Lázaro”.