A propósito del aniversario 60 de la aprobación de la primera Ley de Reforma Agraria
Celedonio Barroso y José Antonio Gálvez eran aparceros antes del triunfo de la Revolución; mejor dicho, lo eran sus padres, y ellos, los brazos que entre otros, hacían producir sendas fincas en las prodigiosas tierras de Güira de Melena. Entregaban las cosechas, y los dueños pagaban a la mitad, o a como les conviniera mejor.
De aquellas desazones no quieren ni acordarse, y cambian el derrotero de la pregunta: “La Reforma Agraria fue la liberación del campesinado cubano”, afirmó Celedonio, mientras José Antonio recordó algún jueguito de pelota y las canturías de entonces.
No tienen añoranzas. Sus vidas verdaderas se gestaron después del 17 de mayo de 1959, cuando se aprobó la Primera Ley de Reforma Agraria, y paulatinamente recibieron, como otros 100 mil campesinos, los títulos de propiedad de las tierras que trabajaban. Quizás alguno no lo tuvo directamente, pero sí el padre o el familiar que laboraba junto a ellos.
Dueños verdaderos
A partir de entonces, 300 mil caballerías fueron expropiadas a los latifundistas y a los terratenientes; el 45,8 % del área agrícola de Cuba pasó a manos de los campesinos, y el 54,2 % se gestionaba en la propiedad socialista, según señaló el doctor Antonio Núñez Jiménez en la revista Cuba Socialista.
“La política crediticia del Gobierno Revolucionario eliminó el préstamo usurario del campo, y lo sustituyó por créditos abiertos para los pequeños agricultores, a quienes se les aseguró una red para la comercialización de sus productos y la distribución de los insumos para sus cultivos”, comentaba ese autor, al tiempo que destacaba el propósito de poner la ciencia y la técnica de vanguardia al servicio del desarrollo agropecuario.
Carlos Rafael Rodríguez fue más allá en su descripción: “Ese proceso de expropiación revolucionaria significó una profunda conmoción social. Y no habría podido llevarse a la práctica si la Revolución no hubiera contado con el apoyo de los campesinos”.
El líder agrario José Pepe Ramírez Cruz, presidente de una organización vanguardista surgida exactamente dos años después de la firma de la Reforma Agraria, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (Anap), aseveró:
“Ni aun pagando altas rentas, los campesinos estaban seguros en sus tierras… y hemos iniciado el camino de la prosperidad y la felicidad. Solo con la Revolución se hizo realidad el sueño de libertad, de tierra y justicia de los campesinos”, y para los males que sufren ellos en América Latina, vaticinó: “El remedio es… la Revolución Agraria”.
Desde su raíz, esa ley primera no concibió convertir al proletariado agrícola en campesino, “que habría sido un paso atrás” —al decir de Pepe Ramírez—, sino que propiciaría la diversificación de los cultivos y productos para proveer a la industria nacional, a la exportación como fuente de divisas y elevar, a la vez, el consumo y el nivel de vida de la población.
Con mi casita en el campo
A finales de la década de los setenta, del siglo pasado, otro paso revolucionario consolidaría el devenir del campesinado cubano: la creación del movimiento cooperativo que se logró con la unificación de las propias tierras, los medios y recursos de los campesinos. “Fue un proceso hermoso; juntamos lo que teníamos, y el campo floreció. Nacieron las comunidades, algo así como un pueblo pequeño, donde se levantaron escuelas, postas médicas, mercados y oficinas. Nos ‘pegamos’ a sembrar y a cosechar juntos, a multiplicar los ingresos. La vida reverdeció para cada uno de nosotros, quienes ya teníamos descendientes que nos seguían en estas labores”, dijo José Antonio, un mulato que a sus 88 años no logra desvincularse y cuida los sembrados y la turbina en un área de la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) Niceto Pérez, de Güira de Melena, a la cual aportó su tierra.
Semejante ha sido para Celedonio Barroso. Él donó a su hijo Omar la vivienda que adquirió en la comunidad construida por tres cooperativas en Güira de Melena, “y regresé a mi casita y al entorno del campo”, donde es feliz con los amaneceres que marcan invariablemente el inicio de su jornada, pues con sus 82 años, asesora y chequea cada labor en la cooperativa Niceto Pérez, aunque lo que más sigue disfrutando sea la cosecha de papa: “Esa es mi vida”.
La continuidad de la cooperativa y la familia
Es reconfortante conversar con los campesinos. Son, además de laboriosos, alegres e inteligentes; muchos tienen una habilidad natural para cultivar experiencias ancestrales o asumir las nuevas, incluso aplicar la ciencia y la innovación con tanto rigor y disciplina que se convierten en científicos empíricos. Muchos lo fueron para asimilar los cambios y tomar la vanguardia de todo lo nuevo que aportó la Reforma Agraria.
La CPA Niceto Pérez ha tenido la suerte de contar con algunos de estos hombres, de haber tenido únicamente dos presidentes en sus casi 40 años, de consolidarse no solo productiva sino económicamente, siempre ha sido rentable e implantó récord al cosechar 325 mil quintales de viandas, granos, hortalizas y frutas. Si la mermaron hasta 200 mil es solo por las limitaciones de insumos y tecnología que impone el bloqueo de Estados Unidos a Cuba.
Vienen a mi mente las palabras de la doctora Olga Miranda, quien fuera funcionaria de Relaciones Exteriores, cuando me dijo: La Reforma Agraria fue la primera medida y el detonante para que Estados Unidos declarara el bloqueo a Cuba.
El sentido de pertenencia identifica la cooperativa Niceto Pérez, que surgió con el aporte de sus 17 fundadores; tanto es así que Omar Barroso Miranda, el hijo de Celedonio, que ha tenido estas tierras como su único trabajo, y conoce bien el significado de la Reforma Agraria, es su presidente desde agosto del 2010.
“Continuamos el legado de Orlando Gómez, el presidente anterior, aunque lo mejor es que tenemos aún una treintena de personas como ellos dos, que no quieren irse de la cooperativa, y desempeñan un importante papel en nuestra cotidianidad.
“Cualquiera da una clase sobre los logros, a partir de la firma de la Reforma Agraria y la creación de la Anap, nutren a los jóvenes de sus conocimientos y los estimulan a preservar esas conquistas”.
Le pedí un deseo a cada uno de mis tres entrevistados, y todos coincidieron en “la continuidad de la cooperativa, con las familias como actores fundamentales de su desarrollo”.
Llegan las voces colectivas; las que recuerdan las siete visitas de Fidel a la CPA desde el 19 de mayo de 1981, preocupado por aprender de los campesinos, por la aplicación de la ciencia, por la elevación de los rendimientos… Y su pronóstico de entonces cobra vigencia: “Orlando, hay que trabajar duro; vienen tiempos difíciles”.