El 30 de abril de 2019 la Revolución Bolivariana derrotó el último de una serie de intentos de golpes de Estado orquestados por Estados Unidos desde el inaugural, que tuvo lugar el pasado 23 de enero cuando Juan Guaidó fue reconocido por Washington como “presidente”.
Uno de los principales pretextos utilizados para la intervención de Estados Unidos es el de las elecciones presidenciales de mayo del 2018, supuestamente “impregnadas” de irregularidades electorales y, por lo tanto, deficientes. Según esta narrativa, Maduro no fue elegido democráticamente.
Sin embargo, con un toque de ironía, las continuas actividades intervencionistas de Estados Unidos, apoyadas por el Grupo de Lima, son las que precisamente han ratificado a Maduro como Presidente.
Desde el pasado 23 de enero, millones de venezolanos han marchado en todo el país y manifestado en innumerables ocasiones su apoyo a Maduro como Presidente y a la Revolución Bolivariana que él encarna. Sus detractores se burlan de esta expresión política, como si no fuese conforme a las normas aceptables de democracia, por no hablar de los procedimientos electorales.
Sin embargo, —durante cerca de tres meses— millones de venezolanos han votado continuamente con sus pies y sus voces. ¿Puede esta experiencia reemplazar una urna de votación? Obviamente que esto no puede sustituir a la formalidad. No obstante, el permanente “votar en las calles y en los lugares de trabajo” es aún más importante que un simple depósito en una urna de votación. De hecho, el 4 de mayo, los militares venezolanos “acudieron a las urnas” para ratificar una vez más la votación de mayo de 2018.
Esta justicia poética ha fortalecido la posición de Maduro como Presidente legítimo. Maduro y el gobierno lo saben. Sin embargo, Estados Unidos no puede permitirse admitir esto, dado que constituye un desafío a su pensamiento único, en el sentido de que la gente no quiere ni socialismo ni revolución, opciones que supuestamente doblegan la voluntad de la gente.
Además del procedimiento electoral que sirve como excusa a la intervención de Estados Unidos, la acusación por la cual se señala que Maduro y el gobierno son “autoritarios” en el mejor de los casos, o que se trata de una “dictadura”, independientemente de cómo haya sido elegido, también sirve de pretexto.
¿Por qué Estados Unidos no ha sido capaz de derrocar al gobierno de Maduro? ¿Es acaso porque se trata de una dictadura? No, si se tratase realmente de una dictadura, sería relativamente fácil para Estados Unidos convencer a la gente, con una dosis de ingenuidad, a liberarse de sus “opresores”.
Estados Unidos no tendría éxito a causa de la unión cívico-militar. A pesar de todos los intentos, incluido este último del 30 de abril, no sólo permanece intacto, sino que se ha fortalecido su conciencia, su patriotismo y la fuerza militar.
El hecho de que la ya amplia alianza armada hunde continuamente, más y más, sus raíces en las comunidades que se arman (a petición propia), hace que, lo que normalmente sería aplaudido como democratización, sea visto como otra prueba de la “dictadura.”
Estados Unidos se opone a esta fuerza. ¿Pueden Estados Unidos y sus títeres ofrecer la democracia? Su objetivo declarado es convertir a Venezuela en un satélite económico y político de ellos. En vista de esto, la alianza cívico-militar y el gobierno de Maduro son garantía de democracia para la mayoría de los venezolanos.
Así, en otro toque de ironía, el mismo gobierno que ha venido señalando una dictadura, como resultado de la política estadounidense, está actuando a diario —y más importante aún, está siendo visto por millones de venezolanos— como un instrumento de democracia para Venezuela y no la antítesis de ella.
Esta consciencia vale su peso en oro y se encuentra omnipresente en la sociedad, incluyendo a los militares.
Estados Unidos afirma que quiere democracia para Venezuela, pero la mayoría de venezolanos está cada vez más aferrada a su propio gobierno como instrumento para mantener —y al parecer fortalecer— la democracia. La virtud es recompensada mientras que la infamia es castigada. Más aún, la situación está evolucionando, y Estados Unidos está destinado a ser castigado una y otra vez, dada su ceguera y sus propios intereses, así como sus opiniones preconcebidas acerca de la democracia.
La resistencia de la Revolución Bolivariana a la actual guerra económica y política liderada por Estados Unidos va a ser uno de los capítulos más heroicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial en la historia de América Latina. Hoy, millones de venezolanos están escribiendo la historia.
Este es el resultado que temen los críticos a la política de Trump. Su única diferencia con Trump es su afirmación de que su intervención económica, política (y potencialmente) militar es “contraproducente”. ¿Qué significa eso? Temen a lo que llaman la “polarización”, una palabra liberal en clave para designar el fortalecimiento del Chavismo, que produce temor en los corazones y las mentes de la oposición de la “izquierda” en EE.UU. y Canadá.
La Revolución Bolivariana imparte justicia poética a todas las acusaciones que se levantan en contra de ella. Es cambiar la historia y a sus acusadores, y al mismo tiempo conseguir un mayor apoyo en todo el mundo. Esto incluye el pueblo, tanto en Estados Unidos como en Canadá, uno de sus principales aliados.
Por otra parte, el gobierno de Estados Unidos está cada vez más aislado. Está arremetiendo y lanzándose cual perro enfermo de rabia, como lo hace contra Cuba, proceso en el que se está aislando más a escala internacional.
( Especial para Trabajadores)