Con la aparición en el firmamento del hilial o cuarto creciente de la luna, a partir del amanecer del domingo 5 de mayo y hasta el próximo 4 de junio, más de mil 200 millones de creyentes musulmanes en todo el mundo, iniciaron sus deberes en el mes de ayuno del Ramadán, uno de los cinco pilares de la milenaria religión islámica, establecidos en el Corán, su libro sagrado.
Ramadán es también el momento en que el Profeta Muhammad tuvo su primera revelación y por eso llamado también el mes del Corán.
Durante ese período de tiempo los seguidores de las enseñanzas del Profeta se abstienen de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales en la parte del día comprendida entre el amanecer y la puesta del Sol.
Los niños y los enfermos no están obligados a cumplir los preceptos establecidos para el mes de ayuno del Ramadán.
Para los fieles creyentes musulmanes el Ramadán, que en el idioma árabe significa paz y obediencia, este es una etapa de purificación, devoción, fortalecimiento de la fe, plegarias, meditación; de generosa práctica de la caridad, peregrinación a las mezquitas y santos lugares, y también de amor, paz, solidaridad humana, unión y júbilo familiar.
Cada día al finalizar el ayuno se levantan las regulaciones y a las escasas actividades de la jornada da paso el Iftar, las cenas familiares y la animación de diversas actividades que se prolongan hasta horas de la madrugada.
Al término del sagrado mes del Ramadán se inicia El Eid Al Fitr, que son los tres días de celebraciones festivas en las que los musulmanes estrenan nuevos vestidos, practican el intercambio de regalos, obsequian golosinas a los niños, disfrutan en hogares y mezquitas de comidas familiares, realizan visitas entre amigos, paseos y otros divertimentos
No obstante, esta práctica de fe no transcurrirá de igual modo para todos los pueblos del mundo árabe-musulmán, pues muchos creyentes en Palestina, Afganistán, Irak, Siria, Irán, Egipto, Libia, Yemen, Sudán, Chad, Nigeria, entre otras comunidades musulmanas, se verán privados de ejercer sus deberes religiosos en un ambiente apropiado, a causa de cruentas guerras, agresiones foráneas, conflictos armados, atentados terroristas y otros actos de extrema violencia.
Tragedias causantes de enormes sufrimientos y sacrificios, millones pérdidas de vidas de seres manos creyentes o no, de una enorme devastación material, de la destrucción de ancestrales patrimonios culturales y artísticos de la humanidad, tan ajenos a los nobles objetivos del Ramadán.
En medio de estás adversas coyunturas, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha empeñado en que los misiles nucleares norteamericanos rijan la celebración musulmana-coránica, al crear una muy tensa y peligrosa situación en el Golfo Pérsico con el envío las costas iraníes del Portaaviones nuclear Abraham Lincoln, con el propósito de incrementar las sanciones y amenazas contra Teherán, para agravar el bloqueo económico a la nación persa e impedir la venta de su petróleo a otros países.
La respuesta de las autoridades de la República Islámica de Irán al iracundo inquilino de la Casa Blanca y sus halcones ha sido una lapidaria advertencia: Sr. Trump no juegue con la cola del león.
Ahora es más necesario que nunca, que la comunidad internacional invoque a la preservación de la paz, la seguridad, la proscripción de las guerra y del genocidio en la faz de la tierra, tan amenazada por conflictos de impredecibles consecuencias, que pueden extenderse no solo al mundo árabe islámico sino a toda humanidad, por los obscuros designios de las fuerzas más retrogradas e imperialistas occidentales, con Washington a la cabeza.