Por Carla Gutiérrez Mouriz, estudiante de primer año de Periodismo, Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana
Maria Karla tiene siete años de edad. Desde hace varios días observa atentamente las imágenes televisadas que muestran a muchas personas con gigantes carteles, maquetas y sombreros de yarey; llevan con orgullo una bandera cubana. La pequeña lee los letreros pero desconoce la razón del festejo.
El momento más esperado del día para ella es la llegada a casa de su madre, quien forma parte de sus travesuras. Este martes la mamá llegó pero no pudo jugar con Karlita, pues se encarga de preparar lo necesario para el gran día.
Karlita adivina por qué su madre rebusca esmerada la camisa de color rojo, esa con la bandera cubana en el pecho junto al corazón, y la gorra de tono blanco, que solo usa una vez al año para evitar el desgaste.
Frente a la interrogante del motivo de celebración, la madre le respondió a la pequeña: “Mi cielo, las imágenes y videos te gustaron porque tenían al Comandante Fidel Castro y a José Martí con sus frases para motivar al pueblo a desfilar en la Plaza de la Revolución”.
Sin entender todavía la razón de tanto entusiasmo, como si hubiera una celebración, Karlita volvió a preguntar: “Mami, ¿Qué ocurrió un Primero de Mayo? Cuéntame por favor”.
La madre dejó de revisar el armario, sentó a Karlita en sus rodillas para contarle la historia de los sucesos de Haymarket Square, Chicago, el 1 de mayo de 1886, cuando mil trabajadores norteamericanos comenzaron una huelga obrera en Estados Unidos para reclamar la jornada laboral de ocho horas. Ello devino en un incidente violento, del que se derivó un juicio donde un grupo de sindicalistas fueron acusados injustamente y ejecutados.
La niña prestó suma atención a todo el relato, en especial cuando la interlocutora concluyó con una frase de José Martí sobre los acontecimientos en su crónica Un drama terrible: «De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado de pino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a la nación que hoy ha estado dando gracias a Dios en sus templos, porque han muerto en la horca esos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!».
Después de una larga reflexión Karlita observó cómo su mamá continuaba husmeando, en silencio encontró la pieza de ropa que tanto buscaba, se la entregó y regresó a su dormitorio.
La madre no comprendía el extraño silencio de su hija, después de organizar todo para el día siguiente, se asomó a la puerta del cuarto de la mayor de sus hijos.
Karlita con una gran sonrisa le mostró su creación: un cartel de varios colores que tenía la bandera de la estrella solitaria en el centro y una foto de Fidel.
Con crayolas escribió bien grande: ¡Viva el Primero de Mayo, Viva Raúl, Viva Fidel!, debajo se podía leer además el lema del XXI Congreso de la CTC: Unidad, compromiso y victoria.
Al final del cartón, encuadrado por la pequeña, se distinguía la frase ¡Por mi Habana, Lo más Grande!
“Mami, quiero desfilar a tu lado mañana por primera vez, junto a mis hermanitos; eso sí, llevaré mi cartel para celebrar de conjunto a todos los trabajadores cubanos en su día y recordar a los obreros de Chicago”, comentó Maria Karla.
La madre no pudo responder de la emoción, abrazó a su pequeña, no sin antes prometer que marcharían juntas en la Plaza de la Revolución el Primero de Mayo. Y así lo hicieron.