La anécdota, repetida después en corrillos familiares —las más de las veces en voz baja por la represión batistiana— y enriquecida con otras que me revelaban, poco a poco, la dimensión de aquel hombre, pasó a formar parte del incipiente cofre de mis propios, pequeños e intangibles tesoros personales, siempre advertido por los mayores de que, en lo personal, debía comprenderlo como un premio del azar, que yo mismo podría hacer valedero con mis futuros pasos.
En 1960, con 15 años, mi estreno como activista sindical —en tareas de propaganda en el entonces Sindicato de Carros y Camiones donde a la sazón se desempeñaba mi viejo— me puso ya en contacto definitivo con la trascendencia humana y revolucionaria de Lázaro Peña, cuya huella en mi propio decurso fue entonces para siempre inmarcesible más allá de su vida física, tras cuyo doloroso apagamiento escribió el Indio Naborí, como para retenerlo en versos, este poema:
CANTO POPULAR A LA CTC
CENTRAL DE TRABAJADORES
DE CUBA, Lázaro Peña
extrajo tu roja enseña
de un mar de sangre y sudores.
Él —con otros fundadores—
despertó la mutua fe
del proletariado en pie,
te alzó como una montaña
y sintetizó su hazaña
con las siglas CTC.
Fragua de Mella y Martí
fundidora de ideales,
bandidos y criminales
se rompieron contra ti.
Ante el ciego frenesí
de ellos, fuiste faro y guía,
central de Jesús, que ardía
en fuego de luchas recias,
barco de Aracelio Iglesias,
timón de José María.
Cuando a la Patria volvió
el tiempo gris de Machado,
tu palacio fue asaltado,
pero tu espíritu, no.
En todas partes ardió
la lucha —hoguera de grana—,
por ti, que eras la guardiana
del pan de la clase obrera:
Amancio que a la caldera
dio el azúcar del mañana.
Fueron grandes tus conquistas
desde los tiempos ingratos:
y han sido tus Sindicatos
Escuelas de Comunistas.
Y cuando los fidelistas
junto a su Titán de Acero
volvían por el sendero
del heroísmo y la gloria,
tú sellaste la victoria
con la Gran Huelga de Enero.
Ahora impulsas y compasas
el ritmo de producción,
polea de trasmisión
entre el Partido y las masas.
Tus hombres construyen casas
y hospitales dondequiera;
y si llama la trinchera
se visten de verde olivo,
como si Lázaro vivo
¡Adelante! les dijera.
Hoy dices a cada obrero
que vaya desajustado:
—Acuérdate del pasado
y despierta, compañero.
No midas por el dinero
el tiempo de tus labores,
sino por días mejores.
Piensa que Lázaro Peña
extrajo su roja enseña
de un mar de sangre y sudores.