Para honrar mejor las esencias que en 1988 inclinaron la balanza por un turismo internacional intensivo, llamado a captar grandes cantidades de divisas, al estratégico sector no le queda otra opción que acercarse a su potencial verdadero, posicionarse en la punta de la economía cubana, estirar el brazo y halarlo todo.
A ese encargo de engrosar moneda dura, de exportar servicios, se consagra una industria aquejada por situaciones externas e irremediablemente conectada a entidades de apoyo, a terceros, a suministradores, a un encadenamiento productivo sin conseguir.
Un camino quizás sea conformarse menos con lo logrado e ir a lo opuesto, para traer de vuelta una eficiencia extraviada en las fisuras del control interno, en las cuentas por cobrar, en los inventarios, en el uso de los portadores energéticos, los índices de consumo, en la inversión que tarda en amortizarse, en la inejecución de mantenimientos, en las habitaciones fuera de orden.
Ahí, y en otros nichos, se hospeda el peor enemigo de un sector dañado por el descenso en la recepción de visitantes, en los turistas días, y urgido, como el propio Ministerio de Turismo (MINTUR) ha admitido, de un inteligente manejo de quienes eligen el destino Cuba, viajeros faltos de estímulos para gastar más de lo que ahora lo hacen, una cuenta pendiente de saldarse aún, tal vez porque siguen siendo pocas las ventas de opcionales, de alternativas fuera del paquete, dirigidas a que, dentro o fuera del hotel, un solo turista ingrese por dos, y ojalá que por tres.
Esta rápida mirada no pudiera eludir los pendientes en lo que debiera ser, por antonomasia, el principal aliado del turismo. Acumula añejos débitos la calidad en la prestación de los servicios, asunto que, como otros ya aludidos, pasa por la aplicación de fórmulas que incentiven lo cualitativo, la eficiencia, el ahorro y, como consecuencia, incrementen los ingresos al Estado y a los trabajadores.
A diferencia de otras zonas del sistema empresarial cubano, donde suben las remuneraciones, corta se ha quedado la industria del ocio, esencialmente en la hotelería, en la extrahotelera y agencias de viaje, actividades con un salario promedio de 491 pesos, inferior por mucho a la media de Cuba y perjudicial para el momento de la jubilación.
Ningún sistema actual, ni siquiera el más reciente, estimula el máximo de rendimiento de empleados y empleadores, para que el turismo aporte parecido a lo que puede, una urgencia insatisfecha, a juzgar por los lamentos escuchados durante los procesos orgánicos de la Segunda Conferencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Hotelería y el Turismo, y del XXI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba.
Y aquí, un problema salta a la vista. En dependencia del grupo donde se esté, todo el mundo gana lo mismo, método desconocedor del aporte individual, que anula la remuneración ceñida a cómo cada hombre o mujer participa en su cuota del plan, en el de la brigada, en el de la instalación. De esa arcaica zona de confort hay que escaparse, si en verdad se quiere mitigar, por ejemplo, su impacto en una fuerza laboral fluctuante, consecuencia muy nociva para una industria dependiente de competencias profesionales, de oficio.
Para muestra, dos botones. Tímidamente se aplica la Resolución 120 del MINTUR, que promueve el ingreso de un 10 % por las ventas de opcionales, lo mismo que sucede con la Resolución 14 (de las empresas mixtas), motivadoras en sus letras, desaprovechada en la práctica, por una suerte de limbo jurídico. Ni se aplica el pago por resultados ni se ha definido lo referido al fondo de estimulación.
Disminuido por el hecho de erogar salarios en moneda nacional cuando todos sus ingresos y gastos los realiza en divisas, los pagos por resultados han sido hasta hoy una misión imposible y lo seguirán siendo, a menos que se vaya a la variante de abonarlos en pesos convertibles. Sí, en CUC. No sería ocioso echarle el ojo a esta variante, si partimos del hecho de que las soluciones se parezcan a un tiempo donde al mismo turismo se la ha pedido ser innovador.