Comienza la semana de receso docente y en el Hogar de niños sin amparo filial de Pinar del Río inician las sorpresas. Pudiera pensarse en mil razones por las cuales un gesto desprende muestras de valores y principios sociales. Pero hoy todo lo compensa la sonrisa de un niño.
No se trata mirar con extrema compasión sino con atemperada objetividad, ni es brindar cuanto nos sobra, sino compartir lo que poseemos. Para quienes carecen del calor del seno familiar, ese que comparte lazos consanguíneos, permanece con los brazos abiertos una familia diferente, unida por el respeto y el cariño, por el amparo del desvelo, las noches y los sueños.
No obstante, la vida ha demostrado que más allá cada uno de esos infantes cuenta con un pueblo que cree y apoya a sus hijos. Por eso el sindicato no solo representa a los trabajadores que fertilizan el porvenir con el sudor de su frente, sino a todas y cada una de las personas que integran la sociedad.
Animados por la responsabilidad que creen suya, los trabajadores del sector no estatal, sienten la responsabilidad de aportar un poco más a la Revolución y sus hermanos. La vida nos ha enseñado a compartir y multiplicar. Por eso para quienes pudieran parecer vulnerables el aporte importa.
Una tras otra comenzaron a llegar las donaciones. Al frente los dirigentes sindicales con su espíritu innegable.
De sorpresa irrumpe Lidis Lamorou. Al verla recuerdo el antiguo programa televisivo “El patio de Gabriela”. Ha pasado más de una década y hoy está cantando para una nueva generación, para los hombres y mujeres de mañana.
A penas termina y la suceden tres payasas terapéuticas. Una jura que reír ayuda a sanar el alma. Las otras simulan menudo despiste entre muecas y gestos confusos. Los niños, hipnotizados por la nariz roja, quedan embobecidos entre jaranas y carcajadas.
Todos están atentos. Entre los espectadores se funden los trabajadores del centro, líderes sindicales, amigos, periodistas, artistas y cuentapropistas. El espacio convida a olvidar las tensiones. Es diferente. Quizás no cuenta con las actuaciones perfectas, pero sí las más sinceras. Falla el audio. La tecnología siempre mella el espectáculo pero los niños toman la iniciativa: declaman y cantan.
El guión de la improvisada actividad anuncia el momento crucial. Artesanos y gastronómicos pasan al frente para entregar en manos de la directora del Hogar los presentes que trajeron. Calzado y ropa para los niños, útiles para la cocina, equipos electrodomésticos, adornos y aseo priman entre los obsequios.
Para Omar Oliva Patterzon, que ya no es tan pequeño, traen un detalle especial. En sus manos ponen un ventilador. Públicamente dan a conocer que en mayo será propietario de su propia vivienda con solo 21 años. Dueño de su destino le tocará echar a navegar y trazar su propio destino. Todos aplauden.
Al cierre confiesan que el detalle no fue tan fortuito. Días antes esas personas que decidieron colaborar con la institución pasaron preocupados a preguntar qué necesitaban los niños. El aporte debía cubrir necesidades concretas para que el valor del gesto trascendiera y fuera útil. Fue iniciativa del sindicato aglutinar y coordinar el gesto que en unos pocos había surgido, para después convocar a quienes deseaban sumarse.
Nuestros trabajadores todos, tal y como promulgara el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, son gente revolucionaria, que quiere y siente por Cuba. Habrá quienes critiquen y vociferen que a esos voluntariosos alguien los forzó a cumplir, y lo dirán porque no tuvieron la oportunidad de mirarles a los ojos para ver el sentido de pertenencia y el orgullo de cumplir con un deber arraigado en la conciencia.