Aun con el peso infalible de casi 72 años edad sobre sí, quien observa a Nerlis Gamboa andar con esa rectitud impetuosa sobre sus piernas descubre el vigor. Un cuerpo esbelto, de ancha complexión torácica, párpados cansados y un rostro sobrio se conjuran ante el observador exhaustivo, que ignora todavía la delicada invalidez de la rótula en su rodilla derecha, o la recuperación maravillosa de su mente de algún que otro desvarío nervioso. Sin embargo, ahí está incólume y sencillo, presto siempre a conversar de cómo se transformó de Baldosero Mayor en Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Cuando Nerlis Gamboa Martínez recibió la condecoración era el año 1985. Con su Tercer Congreso el Partido Comunista consolidaba la voluntad del pueblo cubano hacia el emprendimiento por el futuro de la sociedad. Nerlis fue uno de los tantos que en Cuba protagonizó aquel disparo de productividad desde el sector de la construcción, del cual devinieron más de 2 mil instalaciones deportivas, escuelas en zonas rurales, centros hospitalarios y de servicios, viviendas y otros inmuebles públicos.
Quizás por eso es tan inexplicable aquel momento para este hijo del poblado de Río Seco, en el municipio de Manuel Tames (6 de febrero de 1947). “Mucha la emoción —me dice— imagínate…”, Y le sigo la mirada que parece vivir el instante en que recibió la máxima distinción que otorga el Consejo de Estado al trabajo creador, la práctica consecuente y el aporte valioso, de manos del propio Comandante en Jefe Fidel Castro al inaugurar el 26 de julio de 1985 la Plaza de la Revolución Mariana Grajales, también acendrada por las manos gruesas y rugosas de mi entrevistado.
“No estudié nada y empecé a trabajar desde muy joven en la Empresa Integral Número 6 como albañil, y me enviaron a diferentes provincias para terminar múltiples edificios reconocidos hoy: en La Habana por ejemplo, trabajé en la construcción del hospital Hermanos Ameijeiras, inaugurado el 3 de diciembre de 1982, y en el Joaquín Albarrán; aquí en Guantánamo, en el 12 plantas, el 18 plantas y el Hospital General Docente Dr. Agostinho Netho; también en Isla de la Juventud en varias secundarias en el campo… Yo inicié solo como albañil, pero después fui aprendiendo otras cosas y me gustó…”. Con respuestas precisas, y con las maneras y distracciones propios de su edad, comenzó a relatarme la historia descomunal que le puso el apelativo en todo el país de Baldosero Mayor.
“Aprendí mirando a los demás a moldear el cemento, colocar baldosas y terminar paredes y muros, y de tanto practicarlo llegué a hacerlo sin pensar, en un tiempo récord…, a lo mejor porque yo tenía tantas ganas de aprender y me gustaba lo que hacía… Fui Vanguardia Nacional por 24 años consecutivos y luego Campeón de Cuba en la colocación de baldosas, a lo que me dediqué por más de 40 años hasta que tuvieron que retirarme, pues no pude seguir tras un accidente en bicicleta, producto del cual me llevaron hasta el hospital Frank País, en La Habana, donde me sometí a delicadas terapias de rehabilitación de la rótula. Estuve en muchas competencias que se hacían en distintas provincias entre constructores de todo el país, y yo siempre ganaba… debía ser el que más rápido y con calidad hiciera el trabajo. Después me dieron un viaje a Jamaica, donde representé a Cuba en concursos para constructores, y allí también gané medallas y ayudé a la terminación de diversas obras en ese país caribeño”.
Al advertir su silencio procuré al instante anunciarle mi otra pregunta temiendo dejarlo callado o se cansara, pero para mi sorpresa contestó puntual y honesto: “No te puedo decir cómo se llaman los inmuebles ni cuántos fueron porque no me acuerdo, he perdido fotos y recuerdos de esa época, pero en Jamaica gané por colocar 240 metros cuadrados de baldosas en 8 horas y 20 minutos”.
En ese momento consulta con la esposa, quien afanada alistaba a la hija para la foto que yo había concertado con toda la familia el día que los llamé para mi entrevista. Le pregunta si la cifra de baldosas que me dio es correcta y ella le aprueba. Luego, continuamos…
“Por el trabajo tenía que estar mucho tiempo alejado de la familia, tengo tres hijos, dos varones y una hembra, y mi señora era la que se encargaba de atenderlo todo mientras yo no estaba, solo venía cada dos o tres meses, pero ella siempre me apoyaba; yo era contigentista desde los 18 años de edad porque me gustaba y a esa labor le entregué toda mi energía. Hoy uno de mis hijos, el menor de los varones es constructor y el mayor es jefe de un comando de bomberos… Estoy muy orgulloso de ellos, igual que de mis tres nietos”.
Irrumpe por la puerta entreabierta la esposa del hijo mayor, quien llega preocupada por su demora a la visita de Trabajadores para entrevistarse con el Héroe. Minutos más tarde el timbre del teléfono interrumpe otra vez nuestra conversación y atiende la recién llegada, quien me comunica de parte de su esposo —que también responde al nombre de Nerlis, en condición de primogénito— las excusas de aquel por la imposibilidad de acudir a la entrevista y a la foto, pues tiene responsabilidades insoslayables en el comando. Así de querido, respetado y venerado es Nerlis Gamboa Martínez, no solo en el seno de su familia humilde, sino además en la tierra del Guaso, donde todos le reconocen como el Héroe, el hombre cuya vida aluden las paredes, ladrillos, baldosas y cemento de tantos lugares, como el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas José Maceo, y la otrora Escuela Formadora de Maestros, hoy Universidad de Guantánamo, entre otras edificaciones a lo largo del archipiélago.
Merecedor del símbolo de la provincia: La Fama (1995) y la réplica de la Garita # 17 de la Brigada de la Frontera, símbolo de heroísmo, resistencia y victoria, este hombre atesora en sí mismo la cúspide del deber y quién sabe cuántas cosas que honran al trabajador cuando se ha hecho bien algo.