Dagoberto Prado Fusté fue un hombre íntegro, un hombre bueno. Al morir la pasada semana sumaba 84 años, 43 zafras azucareras como machetero y un historial difícil de resumir en pocas cuartillas.
Llenó páginas enteras de periódicos que en los años 70, 80 y 90 del pasado siglo intentaron reflejar el esfuerzo de la superbrigada Fernando Chenard Piña, que bajo su mandato cortó más de 100 millones de arrobas, y donde atesoró gran parte de su obra este hombre de fuerte constitución física, que en la última etapa de su vida desandaba pasillos y oficinas de la Central de Trabajadores de Cuba, de hablar bajo, desprendido, como los verdaderos héroes.
Nació en el municipio espirituano de Taguasco. Y en hermosa remembranza refería que su relación con la caña “fue la misma que la de miles de cubanos de mi época. Recuerdo que cuando llegaba la zafra me iba con mi padre y hermanos a Camagüey en busca de trabajo. La escuela la dejé en tercer grado, porque primero había que comer y vestirse. Luego, cuando llegaba el tiempo muerto en la caña venía el tabaco y en mi pueblo natal, la mayoría de los muchachos pobres de mi edad teníamos que convertirnos en cosecheros de esa hoja para aportar algo de dinero a la familia”.
Llegó a La Habana en 1952 y fue ayudante de albañil, vendedor ambulante y otras muchas cosas. “En 1957 un amigo que tenía un bar en Guanabo me dio empleo. Así me convertí en gastronómico. En 1962 era dependiente de almacén en el Ten Cent del Vedado y cuando los compañeros del sindicato me hablaron de la necesidad de ir a la zafra, me enrolé en esa aventura”.
Dago, amigo entrañable de otro héroe grande también del sector del comercio: Dimas Martinto, hablaba del trabajo con facilidad al parecer increíble, pero con humildad y sencillez. “Tal vez lo que me impulsó a cortar caña fue que siempre me he sentido en deuda con la Revolución. Pero si en vez de la zafra azucarera me hubieran convocado para otra tarea, la hubiera asumido con el mismo nivel de compromiso. Fíjate si es así que al regresar de mi primera zafra, ya estaba convencido de que tenía que ir a la siguiente”.
Nadie nace héroe. Él recibió ese título en 1998. “Pero no me adapto a pensar que haya hecho más que los demás… Cuando se asumen tareas y responsabilidades como parte de la vida, las hazañas se convierten en hechos cotidianos”, dijo en una ocasión. Sirvan sus palabras como el mejor epitafio.