Satanizada por el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados europeos cuando las relaciones con Occidente y sus líderes parecían disfrutar de una luna de miel, la Gran Yamahiria Árabe Libia Popular Socialista del asesinado Coronel Muammar Ghadafi, desapareció en el año 2011 por la intervención y los devastadores bombardeos de la aviación de la OTAN.
La sustituyó el caos, la anarquía, la división territorial, la violencia extrema, las luchas intestinas entre cientos de milicias armadas por hacerse con el poder, le depredación de sus vastos recursos petroleros, la corrupción, el tráfico de drogas y la miseria de las masas populares.
El país árabe dejó de ser una nación próspera con relativa estabilidad política y seguridad política, en el que sus ciudadanos disfrutaron por más de 40 años de uno de los más altos niveles de vida en África, con derecho a servicios médicos y educación gratuita y a otros múltiples beneficios sociales.
Fue este el saldo siniestro que las potencias imperialistas dejaron a su paso, como herencia de un pretendido apoyo a la primavera libia, a la lucha contra el terrorismo y a la “defensa” de los derechos humanos, cuando la avidez por el petróleo era la verdadera causa de la llamada Operación Odisea al Amanecer, en que bajo la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, del 17 de marzo 2011 se estableció una zona de exclusión área, burlada por Estados Unidos y el Reino Unido, que dejaron caer miles de misiles Tomahawk sobre objetivos militares libios. Tarea que culminaron los aviones de la OTAN.
Ocho años después el panorama político, económico y social continúa siendo desolador.
Las facciones tribales y los señores de la guerra, pertrechados con poderosos armamentos saqueados de arsenales del derrocado régimen de Ghadafi y hasta adquiridos de la OTAN, desconocen la autoridad del denominado Gobierno del Acuerdo Nacional, encabezado en Trípoli por el primer ministro, Fayez Sharjah, tutelado por Naciones Unidas.
Las rivalidades entre las fuerzas progubernamentales que apoyan a Sharjah y las huestes del Ejército Nacional Libio, comandado por del general del antiguo ejército, Jalifa Haftar, que amenaza con avanzar hacia Trípoli, han recrudecido los violentos enfrentamientos armados entre las partes en conflicto.
Haftar encabeza desde el 2014 el gobierno paralelo implantado en el este del país, que pretende ahora conquistar a Trípoli, la asediada capital de Libia, defendida por las fuerzas leales a Sharjah respaldadas por la ONU.
Por su parte, el portavoz del Gobierno de Acuerdo Nacional de Libia, el coronel Muhammad Gnunu, ha informado del inicio de la Operación Volcán de la Ira, para neutralizar la ofensiva militar lanzada por el Ejército Nacional Libio contra Trípoli.
Para crear una mayor confusión en los avatares de la presente crisis, el Parlamento libio acaba de establecer su rechazo al proyecto de un Gobierno de Unidad Nacional propuesto por Naciones Unidas.
Un factor de gran protagonismo en la convulsa situación del país ha sido durante estos años la presencia y determinado activismo de Al Qaeda y del autoproclamado Estado Islámico y de Al Qaeda, entronizado tras el derrocamiento del Ghadafi, el cual llegó hasta ocupar a Sirte, la ciudad natal del ex mandatario libio y mantiene reductos en la capital y áreas del desierto.
Liba, se ha convertido, además, en un reservorio de inmigrantes que huyen de numerosos países hacia la nación norteafricana, donde su triste destino es morir en la travesía o el de ser vendidos como fuerza de trabajo esclava.
En este ámbito convulso y desesperanzador son pocas las posibilidades de que la situación no derive a una fraticida guerra civil, que hará más insostenible las condiciones de vida de la sufrida población libia, la mayor victima de la importada democracia occidental por los cañones de la OTAN.