La prueba más fehaciente de que en Cuba el anhelo por independizarse del régimen colonial español era muy fuerte, lo demuestra el hecho de que al pronunciamiento armado del 10 de octubre de 1868, liderado por Carlos Manuel de Céspedes del Castillo en Oriente, siguieron el de los camagüeyanos, el 4 de noviembre, y el de los villareños, el 6 de febrero del siguiente año.
Cada una de esas regiones insurrectas constituyó su gobierno, y enarboló su bandera: la de Céspedes en la oriental, y la de Narciso López, en las restantes. Y decidieron reunirse en busca de la imprescindible unidad que favoreciera el éxito de su patriótica empresa, pues si bien todos coincidían en la decisión de poner fin al dominio de España sobre la Isla, discrepaban en cuanto a cómo se debía conducir la guerra: Céspedes, apoyado por los orientales, abogaba por un mando único donde las funciones civiles y militares son asumidas por la misma persona, en tanto Agramonte, con el apoyo de los camagüeyanos y los villareños, lo hacía por la separación del poder civil y militar, con predominio del mando civil.
En busca de la unidad
El sitio seleccionado para el encuentro de los representantes de las tres regiones insurrectas, fue el camagüeyano poblado de Guáimaro, donde del 10 al 12 de abril de 1869 se dieron cita cuatro orientales, cuatro camagüeyanos y cinco villareños, con el objetivo de lograr la unidad y elaborar una constitución cubana que rigiera durante el tiempo que durase la conflagración.
Las sesiones de esa trascendental asamblea estuvieron presididas por Carlos Manuel de Céspedes, con Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana como secretarios designados.
En la mañana del día 10 los representantes acordaron dividir la isla en cuatro departamentos miliares: Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente —región aún no incorporada a la lucha—, así como la redacción de una constitución, la cual elaborada de inmediato por Agramonte y Zambrana, y aprobada por la asamblea en horas de la tarde.
Al día siguiente se acordó adoptar como enseña nacional la bandera izada por Narciso López el 19 de mayo de 1850, en Cárdenas, y que la enarbolada por Céspedes la acompañara en las sesiones de la Cámara de Representantes, y fuera considerada como parte del tesoro de la República.
Asimismo, fueron electas la Cámara de Representantes, con facultades para elegir al Presidente y al General en Jefe del ejército, y las secretarías de Hacienda, Interior, Relaciones Exteriores, y Guerra, además del Presidente de la República en Armas y el General en Jefe. Al día siguiente, los principales cargos fueron investidos y juramentados, con lo cual nacía en Cuba una república.
Significativa en la trascendental cita, fue la presencia de Ana Betancourt Agramonte, una camagüeyana que incorporada a la lucha desde los primeros momentos a la lucha, asistía como invitada y tomó la palabra en favor de la redención de la mujer.
No obstante los buenos propósitos de los patriotas reunidos en Guáimaro, las discrepancias no quedaron resueltas del todo, y a la postre la desunión, el caudillismo y las ansias de poder de no pocos jefes, malograron la obtención de la independencia, primordial objetivo por el que miles de cubanos combatieron, y no pocos murieron, en el transcurrir de casi diez años de cruento batallar.
Trascendencia de la asamblea
Inspirada en los presupuestos de libertad, igualdad y fraternidad, enarbolados por la Revolución Francesa y presentes en las constituciones burguesas europeas, la Constitución de Guáimaro, primera para una guerra de independencia en Cuba, fue la más radical de las existentes hasta entonces en Latinoamérica, y sirvió de base a las de Baraguá, en 1878; Jimaguayú, en 1895; La Yaya, en 1897; así como las de 1901 y 1940, e inclusive algunos postulados de la soberanía nacional, entre otros, se mantienen vigentes.
En relación con esto, en entrevista concedida a esta autora semanas antes de su trágico fallecimiento, el Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, Oscar Loyola Vega, precisó:
“Habría que decir que el constitucionalismo cubano mambí de Guáimaro sentó unas bases que han durado más de cien años, en lo que se refiere a soberanía, independencia absoluta e igualdad de todos los cubanos. Valió la pena que Guáimaro existiera solamente por el artículo 24, el cual expresa: `Todos los habitantes de la república son enteramente libres`, con lo cual se abolió de un plumazo la esclavitud y se igualó el blanco con el negro”.
E indicó que sus leyes complementarias establecieron todas las libertades clásicas del siglo XIX, en algunos casos de modo mucho más radical que en las aprobadas en América Latina, y que aquel acto acostumbró a los cubanos a participar en la elaboración de un texto constitucional, así como a discutir leyes y la estructura política de un estado, algo hasta entonces no permitido por España en condiciones de igualdad, por ser Cuba una colonia.
“Por esa razón puede afirmarse que Guáimaro inauguró también el desarrollo de una cultura política nacional, no de sus practicantes, sino del simple ciudadano”, puntualizó.
Sin embargo, con el objetivo de evitar el surgimiento de caudillos militares que dieran la imagen de dictadura, como había sucedido en diversas naciones latinoamericanas, la Constitución de Guáimaro, primera legislación propiamente cubana, contempló el establecimiento de una amplia Cámara de Representantes que, facultada incluso para destituir al Presidente y al General en Jefe, resultó un freno para el desarrollo de la contienda bélica. Al respecto, en la referida entrevista el doctor Loyola Vega apuntó:
“(…) el aparato civil era demasiado exacerbado (…) se creó uno de 20 representantes y cinco o seis miembros del ejecutivo. Por lo tanto, en aquellas condiciones de combate cotidiano no se lograba citar al mismo tiempo a tantas personas dispersas por la manigua para que concurrieran a una reunión.
“Esa es la razón por la cual la Constitución de Guáimaro, no en sus preceptos, sino en su instrumentación práctica, representó una rémora para el desarrollo de la contienda, y dejó como experiencia que un aparato civil extraordinariamente grande no podía funcionar en las condiciones de una guerra anticolonial”.
Y afirmó que su legado fue muchísimo más grande que lo que sirvió como rémora, porque sentó pautas de constitucionalismo en cuanto a independencia y soberanía absolutas.
Asamblea de Guáimaro
Delegados por regiones:
Departamento Oriental: Carlos Manuel de Céspedes, Jesús Rodríguez, Antonio Alcalá y José María Aguirre
Camagüey: Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte, Miguel Betancourt Guerra y Antonio Zambrana
Las Villas: Miguel Jerónimo Gutiérrez, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés y Arcadio García
Cámara de Representantes:
Presidente: Salvador Cisneros Betancourt; vicepresidente: Miguel Jerónimo Gutiérrez;
Secretarios: Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana;
Vicesecretarios: Miguel Betancourt y Eduardo Machado.
Gobierno de la República:
Presidente: Carlos Manuel de Céspedes
General en Jefe del ejército: Mayor general Manuel de Quesada
Secretario de Hacienda: Eligio Izaguirre
Secretario del Interior: Eduardo Agramonte Piña
Secretario de Relaciones Exteriores: Cristóbal Mendoza
Secretario de Guerra: Francisco Vicente Aguilera
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.