Este fin de semana el presidente Jair Bolsonaro fue aclamado en Israel, adonde acudió en visita oficial. Tales vítores no consiguieron acallar las protestas que en Brasil levantó su decisión de conmemorar el golpe militar del 31 de marzo de 1964, que derrocó al presidente João Goulart.
Luego de una breve querella legal —el viernes la jueza Ivani Silva da Luz prohibió las celebraciones por considerarlas “ilegales” e “incompatibles con la reconstrucción democrática”, decisión que fue anulada el sábado por una instancia superior, el Tribunal Federal Regional de Brasilia—, por primera vez desde 1985 las celebraciones castrenses por la efeméride recibieron el visto bueno del Ejecutivo.
Durante años el Gobierno brasileño fue sensible al consenso nacional de que el golpe militar significó la “ruptura violenta y antidemocrática del orden constitucional”, pues instauró “un régimen de restricción a los derechos fundamentales y de represión violenta y sistemática a la disidencia política”, como reconoció el Ministerio Público Federal tras retornar la democracia.
Bolsonaro ha decidido honrar a ese pasado represor al que pertenece. En una entrevista televisada cuando era apenas un diputado de poca monta, llegó a decir que “el error del régimen militar fue no torturar y matar más”.
La protesta por su llamado a los festejos no se hizo esperar, a esta se sumaron intelectuales, familiares de las víctimas, así como activistas sociales y políticos. Entre estos últimos, Gleisi Hoffmann, del Partido de los Trabajadores (PT); Luciana Santos, Comunista de Brasil (PCdoB); Carlos Lupi, Democrático Laborista (PDT); Carlos Siqueira, Socialista Brasileño (PSB); Juliano Medeiros, Socialismo y Libertad (PSOL); y Edmilson Costa, Comunista Brasileño (PCB), quienes firmaron un manifiesto que rechaza la convocatoria a los “actos de desagravio al régimen militar y a los peores verdugos de la democracia producidos en aquel período”.
Pero como la desfachatez de algunos políticos de derecha anda sin bridas, el capitán/ presidente salió de viaje, justo hacia Israel, donde además de inaugurar la embajada en Tel Aviv, ha anunciado que también abrirá una “oficina diplomática en Jerusalén”.
Con esta decisión hace realidad otra de sus promesas de campaña, y con ello contenta a su gran aliado, Donald Trump/Estados Unidos; da un espaldarazo al anfitrión, Benjamín Netanyahu, de cara a las elecciones del venidero 9 de abril; ofende a la causa palestina que reclama la devolución de las tierras ocupadas por Israel; e irrespeta a la ONU y a todas las resoluciones aprobadas sobre el tema.
A propósito del anuncio, Israel Katz, ministro de Exteriores israelí, publicó en Twitter que ambos países “son verdaderos amigos que comparten valores comunes” y que fortalecerán la “cooperación”.
A esa intención responde la firma de seis acuerdos bilaterales, varios vinculados a seguridad, tecnología y defensa, “algo de gran interés” para su país, según declaraciones del propio Bolsonaro, quien además aseguró que “Brasil ha cambiado y ahora las cuestiones ideológicas ya no son relevantes”.
No es de extrañar entonces que Netanyahu, quien acumula casi 13 años en el poder y busca un quinto mandato en las legislativas del venidero martes, reconozca, sonriente, que están “haciendo historia juntos”.