Los niños necesitan juego, intercambio, comunicación, afectividad al máximo y todo ello es insustituible
Las nuevas tecnologías han traído innumerables ventajas; no obstante, el empleo inadecuado de estas provoca adicción, un fenómeno con mayor o menor grado de presencia según la sociedad de que se trate.
Aun cuando pudiera pensarse que este hecho solo está relacionado con los adultos, hoy el asunto se torna preocupante pues los infantes, acceden a estos medios desde edades cada vez más tempranas, muchas veces sin el debido acompañamiento de los padres.
Al igual que otras adicciones, la que ahora nos ocupa trae consigo consecuencias negativas para el desarrollo psíquico de los niños que, incluso, pueden ser irreversibles si la familia no le otorga la debida importancia.
Atentos a los riesgos
Según la doctora del hospital pediátrico Juan Manuel Márquez, Zenaida María Sáez, especialista de Primer y Segundo Grado en Psiquiatría Infantil, las tecnologías llegaron para quedarse. “En nuestro país su uso es noble, pero hay desconocimiento por parte de los padres acerca de cuándo se convierten en un problema.
“O sea, bien usadas, con objetivos de aprendizaje y socialización —teniendo en cuenta el tiempo apropiado en dependencia de las características del niño y su edad— no constituyen un problema siempre y cuando los adultos conozcan qué está consumiendo el pequeño y se integren a la actividad”.
Explicó que hay padres que no dominan las tecnologías y, por tanto, piensan que sus hijos son “supersabios”. No acceden a los programas, ni saben lo que ven, y pueden ser imágenes violentas, pornográficas, cosas para las cuales no están preparados psicológicamente.
La también profesora auxiliar, máster en Educación, comentó que las preguntas fundamentales de los adultos están relacionadas con la edad para el acceso, la cantidad de horas y los programas. “Eso cada familia lo tiene que evaluar en su contexto, lo que no debe permitirse es el inadecuado empleo de las tecnologías”.
“Por ejemplo, si se pasa la noche jugando, como a veces ocurre, al otro día no quiere ir a la escuela, y cuando va está inquieto, agresivo, irritable, apático, o se duerme. Ya tiene un síndrome de abstinencia, es decir, eso sucede cuando hay una supresión abrupta, ya sea de una droga o de un juego al cual es adicto y se lo suspenden, lo cual genera un trastorno de ansiedad”, señaló Alina Leyva Castells, especialista de Primer Grado en Psiquiatría Infantil, jefa del servicio de Salud Mental en esa institución hospitalaria, y profesora asistente.
“Entonces empiezan los problemas de comportamiento, no solamente en la escuela, sino en la familia. Resulta difícil el manejo porque quiere estar siempre jugando, no hace las tareas; incluso los trastornos del sueño pueden ser significativos”.
Peligro real
Alina precisó que la institución cuenta con una sala de hospitalización, donde se han tratado pacientes por diferentes comportamientos (conductas agresivas, compulsivas, dificultades serias con el sueño, crisis de excitación) que, de alguna manera, han tenido relación con el excesivo consumo de las tecnologías.
“La adicción a los videojuegos es similar a otras, resulta difícil desconectarlos, privarlos de esa actividad, entonces hay que ser flexibles, dando otras alternativas de entretenimiento, de estímulo. En ocasiones la familia no tiene percepción de riesgo, y esto es una manera de tener al niño controlado, tranquilo, estimulado entre comillas”.
La especialista colocó la mirada sobre el retardo en el desarrollo psicológico y resaltó que resulta esencial la necesaria atención que debe recibir el pequeño antes de los tres años, lo cual tiene que ver con la madurez del sistema nervioso central. “Es una etapa importantísima —dijo— de estímulos. Es esencial que cumpla con la actividad que le corresponde según la edad, independientemente de que pueda utilizar o no algún medio audiovisual”.
Al intervenir sobre el asunto, Zenaida agregó que una práctica extendida en los últimos tiempos son las llamadas niñeras electrónicas. “Las madres realizan sus quehaceres domésticos mientras el pequeño escucha música o ve imágenes que todavía no comprende porque su desarrollo psicológico no se lo permite. Entonces empieza a hablar con un tono de voz y realiza movimientos similares a los muñequitos de la televisión. Para él las personas dejan de ser interesantes, se convierten en simples objetos”.
En esas edades —manifestó— el niño necesita intercambio, comunicación, juego, afectividad al máximo, pero no puede ser la televisión, el video, ni el equipo más sofisticado, los que se encarguen de eso.
Apuntó que en muchas ocasiones a la consulta “llegan infantes con retardo en el desarrollo del lenguaje, con dificultades en la imitación, en la interacción y comunicación social, pero cuando vemos esos antecedentes y les explicamos a los padres la necesidad de familiarizarlos con la voz humana, de intentar que imiten, de socializarlos con otros niños, el que no venía con una vulnerabilidad biológica considerable, puede incluso salir de ese problema”.
En el caso de los adolescentes, Alina afirmó que pueden estar viendo programas que no son adecuados; de cómo en un momento determinado podrían autoflagelarse, autolesionarse, y eso conduce a un comportamiento violento, destructivo para sí y los demás”.
De ahí la necesidad de compartir con ellos esos momentos de vínculos con las tecnologías. “A veces los padres se enteran de lo que ven sus hijos cuando nosotros se lo comunicamos”.