Por Luis René Fernández Tabío *
Cuando Donald Trump asumió la presidencia del Ejecutivo de Estados Unidos, la economía se encontraba técnicamente en el octavo año de expansión y el PIB aumentaba en torno al 2 %, llegando al 3 % en algunos trimestres. El desempleo se había venido reduciendo desde 9.8 % en el año 2010 hasta 5.7 % en el 2015 y 4.9 % en el 2016. El descenso del desempleo se ha correspondido con el ciclo económico.
Los indicadores económicos de Estados Unidos con Donald Trump en el Ejecutivo muestran en la actualidad un comportamiento positivo (desempleo en el entorno del 4 % y crecimiento del PIB alrededor del 3 %, o quizás menos según se estime, con baja inflación), son políticamente favorables al presidente, pero no constituyen un “resultado sin precedentes”, como él proclamó, porque en el año 2000 se registró el récord de desempleo más bajo.
Las políticas de expansión fiscal aplicadas por Trump —incremento de los gastos del presupuesto, sobre todo militares y reducción de los impuestos a los ricos— aumentan en cierta medida el crecimiento y reducen el desempleo en el corto plazo. Pero esas mismas políticas expansivas de incremento de gastos y reducción de impuestos, también entrañan el riesgo de aumentar el déficit fiscal y la deuda pública, que para los conservadores fiscales sería prudente controlar.
El desempleo presentado en la estadística oficial se debe ajustar para incluir el denominado subempleo o empleo marginal, que lo elevaría en aproximadamente el doble. Es decir, el desempleo real de Estados Unidos en enero del 2019 sería 8.1 por ciento. Asimismo debe recordarse la gran desigualdad en todos los indicadores socioeconómicos de Estados Unidos, no solamente por estados, regiones, industrias; sino por sexo, raza u origen étnico y edad. En el pasado mes de enero los adolescentes registraron un 12.9 % de desempleo, los negros 6.8 % y los latinos 4.9 %; por lo que al incluir el empleo marginal sería 25.8 % los adolescentes, 13.6 % los negros y 9.8 % los latinos, un cuadro más objetivo.
Pero el mayor desafío para esa sociedad es la disminución de las capas medias, que de hecho está afectando las bases del sistema político y su estabilidad, dada la creciente concentración de las riquezas y las consiguientes desigualdades. Incluso podría afirmarse que la elección de Donald Trump no es ajena a este fenómeno. En 1971 se estimaba que la “clase media” representaba el 61 % de los hogares, pero esta se redujo a 52 % en el 2016, sumando las familias ricas y las pobres.
El éxito mayor de Trump no ha sido el aumento de la expansión económica ni la disminución del desempleo, sino la manipulación mediática y su capacidad de comunicación. La mentira como instrumento político y la tergiversación de la realidad le han permitido tener una aprobación de su gestión posiblemente superior a lo que cabría esperar.
En noviembre del 2018, según Gallup, el 54 % de los encuestados consideraban el estado de la economía entre “bien” y “excelente”. Esta aprobación disminuyó a 49 % en enero del 2019, debido al cierre récord del Gobierno por 35 días, pero se recuperó rápidamente después a favor del Presidente.
Es falsa la relación entre los problemas del desempleo en Estados Unidos y los flujos migratorios. En realidad no está demostrado que las migraciones desplacen el empleo o reduzcan los salarios. En los últimos años el flujo de inmigrantes por la frontera con México se ha reducido de un millón que entraban en las décadas de los ochenta y los noventa, a menos de medio millón en la actualidad.
La efectividad comunicacional de simplificar un asunto tan complejo y sensible como la política migratoria de Estados Unidos en “construir un muro” para “evitar la pérdida de empleos” y garantizar la seguridad nacional, es otra trampa del juego político de Trump. Consiste en convertir el muro en barras de acero, que serían producidas por la industria nacional, generando empleo manufacturero con financiamiento fiscal.
El rechazo y renegociación de acuerdos de libre comercio y el proteccionismo, provocan incertidumbre, conflictos y potenciales guerras económicas, pero el comercio no es el principal responsable de la pérdida del empleo en industrias manufactureras. Tales acciones encuentran una respuesta favorable en las encuestas, pero no reducen el déficit comercial, que en el 2018 alcanzó récord de 878 mil millones de dólares estadounidenses.
La declinación de las industrias manufactureras y del acero son tendencias estructurales a largo plazo desde por lo menos la década de los setenta del siglo pasado. Es solo parcialmente cierto que la globalización ha propiciado el desplazamiento de industrias y empleos a otros países mediante encadenamientos productivos decididos por empresas transnacionales.
El proceso de reducción del empleo manufacturero en la economía estadounidense se debe sobre todo a transformaciones productivas y a los cambios tecnológicos, y no precisamente a las caravanas de inmigrantes. Las metamorfosis en el desarrollo del capitalismo no pueden echarse atrás mediante propaganda, tuits y campañas mediáticas para satisfacer a sus seguidores. No hay forma de cumplir la promesa de Trump de generar 25 millones de empleos en una década. El avance de la inteligencia artificial y la robótica desplazará progresivamente los trabajos que supuestamente la política de Trump quiere recuperar.
El sistema de Gobierno estadounidense está diseñado para servir a los intereses de la oligarquía financiera y sus representantes. A este no le importa la destrucción de empleo y la marginación de la fuerza de trabajo, más allá de las campañas electorales y mensajes para movilizar a sus seguidores, sino sus beneficios. Trump continúa la política de desregulación financiera para garantizar la entrada de flujos de financiamiento externo y así cubrir los déficits de su economía con los otros países del mundo y la exorbitante deuda pública.
Es costumbre del Presidente atribuirse el éxito inmediato de tales políticas, aunque su resultado sea incierto y no exista fundamento en la teoría económica o en los resultados prácticos. Trump ha sido muy enfático en hablar de sus “victorias”, aunque también está bien establecido la baja relación que existe entre sus afirmaciones y la realidad. La frecuencia de mentiras flagrantes y las medias verdades o manipulaciones, en el mejor de los casos, hacen poner en guardia a cualquiera que lo lea o escuche. Es recomendable dudar y someter a cuidadosa revisión todo lo que dice.
Además, en la economía en general, y no es excepción la de Estados Unidos, se produce lo que se conoce como retardo entre la introducción de una política económica y su efecto. Durante el ciclo actual, la reducción del desempleo comenzó en el 2011, mucho después del inicio de la recuperación en el 2009. Cabe esperar que ahora suceda lo mismo. Es decir, el desempleo actual se mantendrá con pocos cambios, incluso cuando la próxima recesión esté en marcha.
No son pocos los economistas en Estados Unidos que no descartan el inicio de la recesión a finales del 2019 o comienzos del 2020, en pleno año electoral. Si ello ocurre podría ser un factor decisivo en los resultados electorales, e inclinaría la balanza a favor de la candidatura demócrata. Ese escenario es el esperado por casi el 47 % de los economistas encuestados por Wall Street Journal y colocaría a la economía como variable decisiva en la contienda política electoral del 2020.
* Investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, de la Universidad de La Habana