¡No tuvimos tiempo para llorar porque había que actuar! Fue la frase de una de las trabajadoras de la salud que se crecieron ante el desastre que provocó en el Hospital Materno-Infantil de Diez de Octubre el tornado que azotó a varios municipios de la capital.
Salvar a los recién nacidos, algunos de ellos graves, proteger a las recién paridas u operadas y garantizar su rápido traslado a otra maternidad, en medio de los escombros, la oscuridad y el desconcierto, fue el desafío que tuvieron que enfrentar estas mujeres de batas blancas. Sobreponiéndose a la angustia y a la tensión del momento y al dolor de las heridas que laceraron sus cuerpos, supieron cumplir con su misión. Las lágrimas vinieron después, al desatarse la emoción contenida, y darse cuenta de su insospechada fortaleza.
Recuerdo que en Guatemala entrevisté a una integrante de la misión médica cubana que se consideraba miedosa y floja; sin embargo, su desempeño en ese país demostró todo lo contrario. De las 18 aldeas que atendía esta doctora en Puerto Barrios, municipio del departamento de Izabal, nueve estaban junto al mar, a las que debía acceder en lancha; a otras cuatro se trasladaba en cayuco —como allí llaman a la canoa de remos—, por el río Motagua, el más grande y caudaloso de esa nación, y con otras cinco se comunicaba por tierra y en moto.
En una ocasión, aunque el mar estaba picado, se aventuró en la lancha para no dejar de visitar a sus pacientes y casi se ahoga porque una ola volcó la embarcación. En otro momento estuvo a punto de asfixiarse cuando navegaba debido a una reacción alérgica severa causada por la picadura de un insecto y el técnico que la acompañaba logró actuar a tiempo inyectándole el medicamento que llevaban a bordo para esas contingencias. Ninguno de esos inconvenientes la intimidó ni le impidió continuar con su solidaria labor. Y como para poner más a prueba esa fortaleza que tal vez ella no había logrado descubrir dentro de sí misma, hasta experimentó los efectos de un terremoto.
Son dos ejemplos, entre muchos, del carácter de la mujer cubana que se manifiesta en todos los sectores, profesiones y oficios, y contradice la añeja y patriarcal concepción de sexo débil.
En un reciente encuentro organizado por la Central de Trabajadores de Cuba en homenaje a las féminas, una de las participantes declaró que se sentía orgullosa de ser mujer y si volviera a nacer quisiera serlo otra vez. Me sumo a esa afirmación y no es una actitud feminista, sino el compromiso de estar a la altura de las que a lo largo de la historia, desde sus diversos puestos en la sociedad, le han entregado a la patria lo mejor de sí.
“Nuestro país puede sentirse afortunado en muchas cosas –dijo el Comandante en Jefe— pero entre ellas, la primera de todas, por el magnífico pueblo que posee. Aquí no solo luchan los hombres, aquí, como los hombres luchan las mujeres”.
Fue la Revolución la que les desató las alas y les dio acceso a la superación, al empleo digno, a recibir el mismo salario que los hombres por idéntica labor y el respeto a sus derechos sociales y reproductivos, que la nueva Constitución refrenda, en beneficio de las que laboran en el sector estatal civil, en el que constituyen el 49 % y en el no estatal, dentro del cual componen el 33 por ciento.
Es creciente su presencia en la producción, los servicios, la cultura, la ciencia, la salud, la educación, el deporte, la defensa, en el Consejo de Estado y el Parlamento y en responsabilidades políticas. Las dirigentes sindicales profesionales en el país sobrepasan el 60 %, en la base son el 59,4, constituyen el 43,8 % de los comités de innovadores y racionalizadores, y tres dirigentes sindicales ocupan cargos en las Uniones Internacionales.
Muchas, sin embargo, enfrentan todavía dificultades: han sido siempre las primeras en buscar soluciones en el hogar a las carencias materiales derivadas del bloqueo; soportan una doble jornada, en su trabajo y en la casa, cuando están solas o no cuentan con el apoyo de su pareja; suele recaer sobre ellas el cuidado de los adultos mayores, y algunas tienen que renunciar a su empleo por esa causa. La solución está, en primer lugar, dentro de la propia familia, y en la voluntad del Estado de crear suficientes instituciones para apoyar la atención de los infantes y ancianos.
El próximo 8 de marzo coincidirá con el X Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, que ha hecho un destacado aporte al empoderamiento de la mujer. Los acuerdos se encaminarán al logro del pleno ejercicio de su igualdad, su incorporación a las tareas de la Revolución y el incremento de su acceso y permanencia en el trabajo. De lo que no caben dudas es de la fortaleza de la inmensa mayoría de las cubanas, demostrada en el día a día.
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