La fecha del 4 de marzo de 1960 contiene una dramática acusación a los que cínicamente pretenden incluir otra vez a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo.
Ese día una gigantesca explosión hizo estremecer a la capital cubana. El vapor francés La Coubre anclado en la rada habanera, del que se estaban desembarcando armas para la defensa de la Revolución, había estallado. Al instante desapareció la mitad de la nave y fueron barridos los obreros y soldados que estaban realizando la operación de descarga.
Portuarios, soldados, policías y milicianos, a los que se sumaron vecinos del lugar, avanzaron hacia la zona en llamas sin amedrentarse con el impresionante hongo que a semejanza de una explosión nuclear se elevaba al cielo con tal de salvar a los hombres atrapados entre los hierros retorcidos del barco y de los escombros de los edificios desplomados por la onda expansiva. Una segunda explosión, más cobarde aún que la primera, pues su objetivo era incrementar las víctimas, provocó más muertos y heridos. En el siniestro perdieron la vida más de un centenar de cubanos.
Investigaciones realizadas por una comisión de expertos de la nación concluyeron en que se había cometido un acto de terrorismo.
Con ese cinismo ha procedido y procede quien ha demostrado ser el campeón del terrorismo en el mundo, que ha ignorado la demanda del pueblo de Cuba por daños humanos de la que se cumplen este año dos décadas, y la que se formuló por el valor de la vida de 3 mil 478 cubanos fallecidos y 2 mil 99 incapacitados, como consecuencia de las acciones hostiles y agresivas ejecutadas por el Gobierno estadounidense.
En la despedida de duelo de los fallecidos en el bárbaro acto, Fidel expresó: “Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería patria o muerte”.
Esa consigna mantiene plena vigencia ante los aires belicistas que soplan desde el Norte, alentados por la Administración Trump, quien con su política amenazadora hacia Cuba ha hecho retroceder lo poco que se había avanzado en las relaciones bilaterales. No hay arreglo con los cubanos.
No olvidamos el atentado al vapor La Coubre ni las innumerables acciones terroristas de nuestros enemigos históricos contra la Mayor de las Antillas que llenaron de dolor y luto a nuestras familias.
Como expresó el Comandante en Jefe en aquel discurso memorable, lo que importa –agregaríamos que tanto ayer como hoy— “no son los claros en las filas; lo que importa es la presencia de ánimo de los que permanecen en pie”.
Ni amenazas ni agresiones lograrán amedrentarnos. Nuestra posición sigue siendo la misma que la expresada por el líder de la Revolución en la despedida de duelo de los caídos: “Cuba no retrocederá; la Revolución no se detendrá, la Revolución no retrocederá, la Revolución seguirá adelante victoriosamente, la Revolución continuará inquebrantable su marcha”.