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Fin de temporada

A este cronista le gustaría trascender el reclamo de siempre: ¡necesitamos programas con buena factura! Si la Televisión Cubana estableciera y lograra respetar ciertos estándares de calidad, ese no sería necesariamente un acápite a tomar en consideración a la hora de comentar las propuestas. Pero en un panorama donde impera todavía la medianía (y donde la chapucería asoma más de la cuenta), los productos “bien realizados” tienen que llamar la atención.

Es el caso del concurso La Banda Gigante y de la telenovela Vidas cruzadas: fueron puestas en pantalla que pretendieron (y lo lograron en buena medida) ir más allá de la gris funcionalidad… que a veces no alcanza para disimular la deficiencia.

La Banda… ha sido uno de los más brillantes espectáculos televisivos de los últimos años.

La Banda… ha sido uno de los más brillantes espectáculos televisivos de los últimos años. Evidentísimos resultan sus valores: decidida concepción del diseño gráfico, decorados fastuosos y bien aprovechados, dinamismo en la narración (aunque algunas secciones estuvieron mejor conseguidas que otras; tarea para la próxima temporada)…

Convendría moderar un poco la rimbombancia de la promoción (“nunca antes”, “los mejores”, “el mayor espectáculo”): indudablemente son buenos instrumentistas, pero como ellos hay muchísimos en este país… y hay una vanguardia que, a propósito, fue homenajeada en cada una de las entregas.

Lo cierto es que sin hacer dolorosas concesiones artísticas (el equilibrio entre “lo bueno” y “lo que vende” puede ser muy arduo), el público pudo acceder a un importante patrimonio instrumental, defendido por músicos capaces, a partir de arreglos casi siempre interesantes.

El talento y la ejecutoria del jurado están fuera de discusión. Su composición fue acertada: la poderosa y singularísima personalidad del Tosco, el entusiasmo de Alain Pérez y la inteligente moderación de la maestra Dayana García se complementan perfectamente… y por lo general hubo valoraciones sustanciosas.

Para los espectadores suele ser difícil establecer jerarquías entre los instrumentistas (hace falta dominio de particularidades técnicas), así que las explicaciones del jurado son esenciales.

Los conductores fueron profesionales y derrocharon simpatía. En ocasiones lucieron más exaltados de la cuenta, debe ser difícil lidiar fríamente con las pasiones de la competencia.

En definitiva, La Banda… fue un espectáculo de buen gusto, bien ajustado, aderezado sin excesos de pedantería con aportes culturales. Lástima que la ejecución última, la de la banda seleccionada, no fuera tan brillante como cabía esperar: pareció que al programa, al final, le faltó algo de gasolina.

La importancia del ritmo

Hay que aplaudir también el empeño y el desempeño del equipo de trabajo de Vidas cruzadas, la telenovela cubana que concluyó por Cubavisión.

Estas vidas debieron cruzarse mucho más.

En casi todos los acápites fue notable un trabajo serio, una disposición para el estilo, una contención que redundó en el buen nivel de la puesta.

Fotografía, edición, música y musicalización, ambientación, diseño gráfico, iluminación… redondearon un entramado equilibrado, más que correcto y sutilmente estilizado… en el que primó la diafanidad y la suficiencia.

Apostar por actores jovencísimos, apenas con experiencia en el medio, que alternaron con figuras más que establecidas, pudo resultar arriesgado; pero en ese sentido también hubo más glorias que penas: fue evidente la mano de un director de actores.

No obstante, la clara vocación estética no pudo resolver el principal problema de la propuesta: a grandes rasgos, la historia pareció enjundiosa, pero no tanto la manera de contarla.

Y los aspectos formales no contribuyeron mucho a sostenerla: funcionaron más bien como lindo paisaje.

Es cuestión de ritmo, de intensidad en la narración, de distribución de peripecias… Vidas cruzadas transcurrió con demasiada lentitud, como si los conflictos no fueran suficientes para la cantidad de capítulos y hubiera necesidad de diluirlos.

Se rehuyó de “excesos” dramáticos (aunque la telenovela, en alguna medida, los admite) y al final se extrañaron ciertos énfasis. Algunas tramas precisaban de más asideros, de más “enredos” y contradicciones. Más novelería.

En definitiva, eso es lo que espera el respetable de un folletín: devenir trepidante, lucha sin cuartel entre contrarios, imperio de la virtud sobre la villanía. Estas vidas debieron cruzarse mucho más.

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