Todavía sin apagarse los ecos del segundo lugar de los Leñadores de Las Tunas en la 61 Serie del Caribe, el tope en tierra salvadoreña cerró este domingo con una derrota (3-6) luego de par de victorias 11-6 y 9-4. Muchos exigen argumentos y razones de por qué no ganamos como antes, sin embargo, el dilema parece ser otro, más profundo y quizás incomprensible para algunos.
En la justa panameña, tal y como hemos visto en las seis ediciones anteriores, el nivel fue accesible para nuestros peloteros. Así lo reflejaron los marcadores y hasta la posibilidad de discutir un título por segunda ocasión desde el retorno en el 2014. Triunfar no significaba que todo estuviera bien, como el revés tampoco enseña solo manchas u oscuridades.
Obvio en este análisis el idilio de acudir a estas justas con los campeones íntegros de nuestra Serie Nacional, pues los refuerzos siempre serán necesarios y no es posible establecer cuotas dado que a un elenco le puedan hacer falta más lanzadores y a otros más bateadores. No obstante, a esta versión de Leñadores les cabían algunos monarcas, no por estímulos como varios presionan, sino por el aporte hacia el futuro que pudiera dejar esa experiencia.
Es preciso entonces ir a al centro de la diana. Nuestra ofensiva se comportó mal porque la disciplina táctica en home fue fatal. Al primer lanzamiento le fueron el 32% de las veces (Ayala lo hizo al 57 % y Alarcón al 50%). Cuba fue el que más swings hizo a ese envío inicial entre todos los elencos.
En más de 10 ocasiones en los cinco juegos celebrados dejamos corredores en posición anotadora (incluso en tercera base sin out) sin poder elevar un fly que los impulsaran o adelantaran. Solo una carrera (el robo de Yunieski Larduet a tercera y el posterior error en tiro del receptor venezolano) de las ocho que anotamos en la Serie del Caribe se produjo con un juego táctico y empleando la velocidad.
Es cierto que pesa mucho el hecho de enfrentar a lanzadores, que sin ser Grandes Ligas en activo, tienen un repertorio más amplio que la media de nuestros serpentineros; pero las preguntas se desprenden: ¿Esto no ha pasado siempre? ¿Cómo podemos contrarrestarlo? ¿El mejor pitcheo cubano es dominante porque es superior o porque también los rivales no lo conocen?
Talento, calidad y virtudes para imponerse en ligas profesionales cuentan por arrobas en nuestros jugadores. Los ejemplos sobran en Grandes Ligas y en el propio circuito invernal caribeño. Es decir, el dilema entonces no está en si ganamos o no un torneo, sino en cómo podemos lucir mejor a partir de solucionar errores, tendencias y carencias visibles en cada lid internacional.
En torneos cortos los cambios de alineación tienen que ser ágiles si un bateador no responde; los emergentes tienen que ser los idóneos (Vízcaino parecía ideal por Jorge Jhonson desde el cuarto partido y no con dos outs del último choque), y no puede ser que un hombre encargado de empujar carreras como Alfredo Despaigne —demostró con creces ser el mejor pelotero cubano en la actualidad— abra entrada en seis ocasiones en los dos partidos finales.
A todo lo anterior y para nada como conclusión hay que agregar el aspecto psicológico, que no equivale a presión o estrés. Debemos recuperar la alegría latina, esa que Cuba impuso en cuanto evento internacional asistía y vemos hoy en todos los demás elencos, menos en el nuestro: festejar carreras, alentar desde el banco, reírse y disfrutar el béisbol como un deporte rey. El saludo casi protocolar cuando se anota o impulsa pesa tanto o más que los propios bates.
Quedan otras cosas por comentar: composición de una nómina, formas de entrenamiento y la lógica combinación de jóvenes y experimentados en una misma selección. Por eso ni siquiera nos hemos referido a la derrota del conjunto cubano en El Salvador, pues si algo está claro es la necesidad de revisar todo y a todos los encargados de que el béisbol cubano se vea con prestancia, alegría y cercano a los líderes del mundo. Cuando eso ocurra, podremos volver a ganar muchos torneos y una derrota no dolerá como ahora le duele a este pueblo.