“El ideal de Bolívar debe ser nuestra aspiración, el de Monroe es nuestra muerte”, escribió Julio Antonio Mella en la revista universitaria Alma Máter, en abril de 1923. ¿Acaso no parecen palabras dichas para estos tiempos en que el poderoso vecino del Norte esgrime nuevamente la nefasta doctrina hegemónica?
Puede afirmarse que el antimperialismo surgió tempranamente en Julio Antonio. Cuando era un adolescente viajó a México con el propósito de ingresar en la carrera militar (lo que no logró), y escribió en su diario: “Los pueblos hermanos que un loco tenaz descubriera, son presas del águila estrellada. ¿Por qué razón? ¿Por la justicia? Por ninguna. Ese amor a los cachorros de mi tierra y ese odio santo al águila enemiga, son los que engendran mi ideal de unir a los cachorros”.
Nadie hizo tanto en tan poco tiempo, dijo Fidel de Mella, y podría afirmarse también que pocos en la historia han madurado políticamente de manera tan acelerada como el dirigente estudiantil y comunista.
Su primer campo de batalla fue la Universidad, donde ingresó como alumno de Derecho y Filosofía y Letras. Allí en 1923 lidereó una Reforma encaminada a transformar a la entonces arcaica Casa de Altos Estudios, permeada de vicios, inmoralidades y dogmatismos, para convertirla en una institución moderna que influyera directamente en la vida social.
Ante 3 mil estudiantes, profesores y otros invitados reunidos en asamblea en el Aula Magna, Mella declaró que quizás su campaña en pro de la reorganización de la Universidad serviría de base para la reorganización de la patria cubana. Y realmente concibió esa cruzada como un punto de partida hacia dicho fin.
Lo demostró en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes al promover la Declaración de Derechos y Deberes, donde se establecía el deber del estudiante de divulgar sus conocimientos entre la sociedad, principalmente entre el proletariado manual “por ser este el elemento más afín al proletariado intelectual, debiendo así hermanarse los hombres del trabajo para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud de su propio esfuerzo”.
Otros acuerdos de gran trascendencia de aquel Congreso, en los que Mella tuvo una actuación protagónica, fueron la petición al Gobierno que considerarse el reconocimiento de la Rusia soviética, declararse contrario a todos los imperialismos, especialmente contra la intromisión yanqui en los asuntos internos de Cuba y contra la existencia y aplicación de la Enmienda Platt, y el envío de un saludo cordial a la Federación Obrera de La Habana, “haciéndole presente los deseos de una perfecta unión entre estudiantes y obreros, mediante el intercambio de ideas e intereses, con el fin de preparar la transformación del actual sistema económico, político y social sobre la base de la más absoluta justicia”.
De ese histórico cónclave nació la idea de Mella de la Universidad Popular José Martí, “la hija querida de mis sueños”, como él la calificó, que ligó a los estudiantes con los trabajadores y los sindicatos. Fue en esa coyuntura que Julio Antonio conoció al recio líder proletario Alfredo López, a quien consideró su maestro, porque al calor de su ejemplo y acción adquirió experiencia de lucha.
A partir de ese momento la trayectoria revolucionaria de Mella se tornó vertiginosa: ingresó en 1924 en la Agrupación Comunista de La Habana, en 1925 fundó con otros militantes marxistas el Primer Partido Comunista de Cuba, en ese mismo año constituyó, con otros luchadores, la sección cubana de la Liga Antimperialista de las Américas…
Expulsado temporalmente de la Universidad, escribió una carta de protesta en la que expresaba frases que resultarían premonitorias:
“Si algún día la Universidad merece tener historia, se verá allí que este ‘hereje’, expulsado ignominiosamente, ha hecho más por esta Casa de Estudios que todos sus jueces y acusadores cuando pasaron por las aulas y tenían su edad. ¿Vanidad? ¿Orgullo? Crean mis jueces que no. Tengo la firme convicción de hacer más en los años que me restan de vida, por mi país y por la humanidad, que lo hecho en la Universidad y lo que han hecho hasta hoy mis jueces”.
Así fue. Detenido por la policía machadista junto con varios trabajadores, bajo la falsa acusación de haber cometido “actos terroristas”, protagonizó una huelga de hambre de 18 días que conmovió a la nación y obligó al tirano Gerardo Machado a ponerlo en libertad. Para evitar ser asesinado, Mella abandonó el país y se estableció en México donde ingresó en el Partido Comunista.
Asistió al Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, celebrado en Bruselas, Bélgica; visitó la Unión Soviética, pronunció discursos, escribió artículos, participó en protestas y en actos de solidaridad, creó la Organización de los Nuevos Emigrados de Cuba, de la cual fue secretario general, se mantuvo al tanto de la situación cubana y analizó a profundidad sus males en numerosos escritos, donde condenó desmanes del machadato y la entrega del país al imperialismo yanqui.
Convertido en una figura de prestigio continental, Mella se volvió un peligro para la dictadura de Gerardo Machado, quien planeó su asesinato. El crimen se consumó en tierra azteca el 10 de enero de 1929. Julio Antonio murió, como había vivido, por la Revolución, y a nueve décadas de su asesinato sigue viviendo en la Revolución.