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Mella y la Universidad Popular José Martí

No existía entonces la imponente escalinata presidida por la acogedora imagen del Alma Mater, sino la colina universitaria que fue escalada aquel 3 de noviembre de 1923, por primera vez en la historia de la casa de altos estudios, por centenares de obreros que a partir de esa fecha se convirtieron en alumnos de una institución excepcional en su época: la Universidad Popular José Martí.

Su velada inaugural se efectuó en el Aula Magna y como en aquellos tiempos la institución no ofrecía clases nocturnas, los estudiantes de ingeniería se encargaron de realizar la instalación eléctrica en las aulas habilitadas para las clases.

La Facultad de Derecho y la Escuela de Filosofía y Letras fueron las primeras sedes donde se materializó este avanzado acuerdo del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, celebrado en medio del auge de un movimiento estudiantil reformador liderado por Julio Antonio Mella. En esa ocasión se aprobó una Declaración de Derechos y Deberes que establecía el compromiso del estudiante de divulgar sus conocimientos entre la sociedad, principalmente entre el proletariado.

“La hija querida de mis sueños” llamó Mella a aquella institución, de la que fue presidente y en la que impartió clases de Historia, Legislación Obrera y otras disciplinas, además de ofrecer una serie de conferencias sobre problemas de Cuba, sin descuidar sus propios estudios de Derecho y su participación en la lucha revolucionaria. Y le concedió tal prioridad por considerar que las universidades populares contribuían a destruir una parte de las tiranías de aquella sociedad: el monopolio de la cultura.

La dirección de la Universidad Popular estaba integrada no solo por intelectuales progresistas y estudiantes universitarios, como él mismo, sino además por cuadros sindicales. El destacado dirigente gráfico Alfredo López, más tarde fundador de la primera central sindical cubana, le prestó también gran apoyo desde sus inicios.

Constituyó sin dudas, como señaló Mella, una escuela de revolucionarios, que influyó decisivamente tanto en la formación de personalidades como Rubén Martínez Villena, al acercarlo indisolublemente a los trabajadores, como en el alumnado proletario, porque además de proporcionarle instrucción —desde clases para analfabetos y de nivel primario y un ambicioso plan de estudios que abarcaba las más diversas materias— lo ayudó a forjar su conciencia de clase. Y no solo por el contenido revolucionario de los temas impartidos en las aulas o en conferencias, sino porque siempre la Universidad Popular los convocó al rechazo de los abusos e injusticias y al apoyo a las causas justas.

Así ocurrió, entre muchos otros hechos, con la defensa a los trabajadores azucareros en diciembre de 1925, por la cual el gobierno tiránico de Gerardo Machado ordenó vigilar de cerca las actividades de la institución para más tarde considerarla un “peligroso foco de propaganda comunista” y prohibir su funcionamiento.

Desde temprano la Universidad Popular había sido objeto de acoso: sus enemigos la obligaron a abandonar los predios de la colina y tuvo que trasladarse al Instituto de Segunda Enseñanza, y cuando se le cerraron las puertas de las instituciones oficiales de educación, se le abrieron las de los centros obreros.

Poco más de cuatro años pudo funcionar la Universidad Popular. Sobre el verdadero papel que había desempeñado expresó Mella: “La enseñanza de la Universidad Popular ha insurreccionado a más de una conciencia dormida y domesticada, la ha insurreccionado contra el despotismo político, contra la injusticia económica, contra la dominación extranjera, contra el ‘valor’ de la ignorancia”.

Por su contribución a la siembra de conciencia entre los trabajadores para combatir los males que agobiaban al país y su papel como difusora de la cultura entre las masas, la obra de la Universidad Popular José Martí continúa viva y enriquecida con universidades al alcance de todos.

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