Icono del sitio Trabajadores

Gallego Fernández: «Mi vida se realizó después del triunfo de la Revolución»

A manera de homenaje al Héroe de la República de Cuba José Ramón Fernández Álvarez, el Gallego, como todo el pueblo lo conocía, reproducimos fragmentos de una interesante entrevista que concedió a Trabajadores en enero de 1999

Nunca después del 10 de marzo fue monolítico el pensamiento dentro de las fuerzas armadas: faltó valentía, rigor, aplicación de la ética a conciencia, de los principios de lo que se pensaba  afirma el entonces primer teniente de 33 años y subdirector docente de la Escuela de Cadetes, José Ramón Fernández, quien en 1956 fue condenado a cuatro años de cárcel por haber tomado parte en una conspiración militar para derrocar a la dictadura de Batista.

Sobre las características de este movimiento, su confraternización en el Presidio Modelo con los militantes del 26 de Julio y otros revolucionarios allí confinados; la forma en que siguieron los acontecimientos del país; lo sucedido en la Isla el 1ro. de enero de 1959 y en Columbia antes de la llegada de Camilo, y los resultados de un encuentro decisivo con Fidel, nos habla Fernández, en una apasionada y casi cinematográfica evocación personal de aquellos hechos.

La actitud de la oficialidad joven

El golpe del 10 de marzo de 1952 tomó por sorpresa a la inmensa mayoría de los miembros del ejército en activo, recuerda, y el curso posterior de los acontecimientos despertó una gran preocupación en la oficialidad joven.

Nosotros éramos el instrumento que sostenía a Batista, su latrocinio, su corrupción, el abuso, la política que seguía y la represión sin contemplaciones que llevaba adelante.

Eso constituía una gran responsabilidad y se convirtió en uno de los argumentos que utilizábamos cuando tratábamos de sumar a otros compañeros a la conspiración para derrocar a la tiranía.

Sobre nosotros, les decíamos, cae también la mancha de sangre y todo el odio del pueblo, sin que hayamos generado el 10 de marzo, ni creado esa situación anormal, ni estuviésemos llevando a cabo acciones de ningún tipo para respaldar con la fuerza las ilegalidades que se realizaban, como el contrabando, el juego, la prostitución, el vicio en general, los fraudes, el robo al erario público, todas las lacras de aquella sociedad que se exacerbaron con la llegada de Batista al poder.

Esas fueron las causas que llevaron a un grupo de oficiales jóvenes, que el pueblo bautizó después que fuimos juzgados como el movimiento de  los puros, a conspirar para tratar de restituir la legalidad en el país. Propugnábamos el restablecimiento de la Constitución del 40, la depuración a fondo de las fuerzas armadas, la policía, el poder judicial y la carrera administrativa; la Reforma Agraria, en torno a la cual había diferentes criterios: unos querían una reforma solo a costa de las tierras del Estado, otros algo.  más general y profundo; al igual que divergían las opiniones sobre qué hacer con los autores del 10 de marzo y Batista. Algunos propugnábamos detenerlos y juzgarlos a todos de modo sumarísimo, otros pensaban dejarlos ir para no originar derramamientos de sangre. bamos además a convocar a elecciones en un período corto.

Llevábamos como presidente al rector de la universidad, Guas Inclán, que no era un político, pero sí una personalidad honesta; y de fiscal de la República a alguien que en aquella época tenía fama de honrado y después se convirtió en un fraude: Herminio Portell Vilá.

Los más conscientes queríamos de ministro de Defensa al coronel Ramón Barquín. Era un cargo burocrático, porque la propia ley decía que el presidente podía dar órdenes directamente al jefe del ejército; y para este último cargo, proponíamos al comandante Enrique Borbonet, quien tenía el atractivo en el ejército, la personalidad, el prestigio como hombre de tropa. Barquín dijo en el juicio: yo no hice la conspiración ellos vinieron a mí, y tenía razón.

La oficialidad joven buscó un líder, y en nuestra ignorancia y falta de capacidad política pensamos en un coronel conocido internacionalmente, con prestigio en Cuba y el exterior, en la Junta Interamericana de Defensa, en México y otros lugares, lo que nos permitiría enfrentar los primeros momentos con el reconocimiento y la aquiescencia de otros gobiernos al movimiento que se había gestado y al gobierno que se originaba.

Quiero señalar que en la propaganda, el ataque al Moncada por el Movimiento 26 de Julio fue explotado con mucha habilidad. Los artículos de periódicos, las circulares del ejército, las informaciones que se leían a la tropa, las conferencias que se daban, las fotos y documentos que se ponían en las tablillas de las unidades militares, pretendían mostrarlo como un movimiento originado en el extranjero, que el 26 de julio los asaltantes al Moncada había pasado a cuchillo a los que estaban en el hospital que utilizaban armas prohibidas, balas explosivas, etcétera, y estaba dirigido contra el ejército. Se tardó tiempo en reaccionar ante esta campaña y de entender que se golpeaba al ejército porque era el instrumento que sostenía a la tiranía.

Así era el panorama cuando llegó la víspera del 4 de abril de 1956, fecha prevista para nuestro movimiento, en que fuimos descubiertos por la indiscreción de uno de los conspiradores. En un documento aparecido en los archivos del SIM se decía que la conspiración se había descubierto y seguido por días y años, lo que tengo como una absoluta falsedad, porque Batista no podía arriesgarse a que existiera un movimiento en el que estaban involucrados el regimiento de tanques, unidades de artillería, Columbia y la Cabaña, la aviación y fuerzas de las escuelas militares. Fue una forma de  lavar la cara  del régimen ante la opinión pública, porque Batista presumía de tener un bloque monolítico dentro de las fuerzas armadas. El chusco de Grau San Martín dijo algo así como que  se había separado el mono del lítico .

Entre 80 y 90 oficiales fueron sancionados u obligados a renunciar y exiliarse o quedarse en Cuba, otros fueron trasladados a mandos remotos en el interior del país. A algunos les impusieron 6 años de cárcel y a los de grado bajo como yo, cuatro años y dos meses. Nos llevaron a la  Cabaña, después al Príncipe adonde nos fueron a visitar cientos de personas del pueblo, entre ellos las Mujeres Martianas, hecho que asustó a Batista, y por eso a más de la mitad de nosotros, los principales, nos mandó para el Presidio Modelo de Isla de Pinos.

Llegamos a declarar la circular Territorio Libre de Cuba

El supervisor del penal era el comandante Capote, nos dijo, qué pena nos da, ustedes amigos míos, gente buena, aquí todos los presos son batistianos, los voy a ubicar en un lugar seguro y luego los voy a ir mejorando.

Nos fueron sacando uno a uno y no volvimos a saber de nuestros compañeros hasta casi un año después. Posteriormente quitaron a Capote y pusieron a Ugalde Carrillo. Unos meses más tarde llegaron los detenidos por el asalto al cuartel Goicuría, y como yo había recibido noticias optimistas sobre la lucha revolucionaria en una visita, se lo escribí y tiré el papel por una ventana alta que daba a donde ellos estaban.

El papel llegó por un descuido a la dirección del penal y Ugalde Carrillo me mandó a buscar, me torturó y me tuvo encerrado desnudo en una celda solitaria un mes. Mi situación llegó por la vía de los presos a conocimiento de la calle, se hizo una denuncia formal y Ugalde fue encausado por los tribunales. Cuando me volví a reunir con mis compañeros había bajado de 190 a 160 libras en ese mes, la gente pensaba que estaba tuberculoso.

Posteriormente a denunciar y declarar contra Ugalde nos trasladaron a la circular 4  donde había presos comunes y políticos  y después nos dejaron solos a nosotros. Empezaron a llegarlos expedicionarios del Granma capturados: Montané, Mario Hidalgo y otros y también participantes en el alzamiento del 30 de noviembre como Casto Amador y otros; llegó Armando Hart, y se fue formando la dirección del Movimiento 26 de Julio en la circular.

Al propio tiempo siguieron ingresando militares de pequeñas conspiraciones que merecen respeto, oficiales de la marina y el ejército relacionados con el alzamiento del 5 de septiembre y llegamos a ser 600 presos en la circular.

La composición era aproximadamente como sigue: 8 ó 10 compañeros del Goicuría; 10 ó 12 de la Triple A; 6 u 8 del Directorio Revolucionario; 6 del PSP y de la Juventud Socialista; unos 70 militares dentro de los cuales alrededor de 40 eran oficiales; y el resto, la inmensa mayoría, militantes del 26 de Julio. 

Teníamos un pequeño radiecito que se desarmaba y se escondía en piezas en los lugares más inverosímiles, y se armaba en horas de la tarde o la noche o en alguna ocasión especial, en medio de la vigilancia de los custodios. Conocimos, por ejemplo, que se iba a producir la huelga del 9 de abril de 1958, y habíamos hecho una coordinación con el director de Radio Reloj para que, si estallaba la huelga, se trasmitieran en el espacio de curiosidades, noticias del mundo marino.

Llegó el día y al oír hablar del mundo marino por Radio Reloj nuestro entusiasmo fue tremendo; al día siguiente, sin embargo, comenzaron a llegar rumores de la  represión, en la visita del domingo se confirmó el fracaso, y ese día cuando regresó la gente los ánimos estaban caldeados y por cualquier motivo se armaba una pelea, y es que la vida en la prisión no era fácil, vivíamos con mucha tensión.

Pero en los últimos tiempos la circular la declaramos territorio libre de Cuba, ni los policías ni los guardias entraban, nada más que para el conteo de los presos. Yo hacía de instructor militar y les daba clases a los militantes del 26 de Julio que formaban un batallón, de cómo tenderse, avanzar, tomar puntería. Nunca quise afiliarme al Movimiento porque lo consideré no ético con mis compañeros,  no obstante haberse producido múltiples disgustos con el coronel Ramón Barquín, quien renunció varias veces a su liderazgo del grupo y se estaba quedando solo en las opiniones de las posiciones a adoptar.

La Isla en manos de los revolucionarios

Ya para el 1ro. de enero el radiecito funcionaba por la libre , día y noche. Como a las 10 de la mañana de ese 1ro. de enero escuchamos que Cantillo citaba a una conferencia de prensa en Columbia. Nos empezamos a cuestionar: ¿el jefe de operaciones de Oriente y de ese distrito militar en La Habana? Podían haberlo trasladado, tal vez habían quitado a Tabernilla y lo pusieron al frente del ejército, pero ¿cita a la prensa Cantillo y no Batista? En aquellas condiciones no creíamos que Batista iba a aceptar eso ni que fuera práctica. Entonces, razonamos, se ha ido o lo tienen preso, hay un golpe de Estado y Cantillo lo está lidereando.

Mandamos a buscar al director de la prisión que era e esos momentos el comandante Viera de la Rosa, le dijimos:  Suéltenos, que Batista se fue (lo dábamos como un hecho), pero nos respondió que no tenía noticias, y no podía dejarnos en libertad. Después de una discusión dijo que viajaría a La Habana a consultar con Cantillo, una prueba de que sí sabía quién era la autoridad suprema. Al regreso manifestó que decía Cantillo que no nos preocupáramos, que nos iban a indultar. La circular se cayó abajo de improperios: ¡Batista se ha ido y usted y Cantillo nos tienen presos a nosotros que estamos aquí por luchar contra Batista!

Mientras en la capital Cantillo había fracasado en nombrar a Piedra presidente de la República, se había quedado agarrado de la brocha, sin autoridad propia y con un movimiento rebelde, pujante y fuerte.

Un grupo de oficiales de Columbia le pidieron que sacara a los militares presos de la Isla para que nos hiciéramos cargo del ejército y con la idea de que enfrentáramos el movimiento revolucionario triunfante. Triste papel que no aceptamos por lo menos la inmensa mayoría de nosotros.  Vienen a sacarnos, pero cuando dicen que los demás presos se quedaban en la circular, el comandante Enrique Borbonet y yo no estuvimos de acuerdo. Debo decir que Borbonet era un hombre politizado, de ideas profundamente democráticas y populares, de fácil contacto con el pueblo al igual que con la tropa.   Lamentablemente falleció en un accidente y hasta el último día de su vida sirvió con lealtad a la Revolución.  Los compañeros del 26 de Julio en la circular ven todo aquel movimiento, dos comandantes entrando a la circular donde ya no iba nadie y hablando con Barquín, les llega la voz de que van a salir todos.

Armando Hart viene a verme, y al conocer la situación me propone si aceptaba quedarme de jefe militar de la Isla subordinado al 26 de Julio, lo que acepté y sería el responsable de liberar a todos los presos políticos.  Hablamos con Barquín, que estuvo conforme, porque no se llegaba a acuerdo sobre cómo, quiénes saldrían para La Habana y quién se quedaría a cargo de la isla.  ¿Qué pensábamos Hart, el Movimiento 26 de Julio y yo, muy racionalmente? Asegurar la isla. Ojalá que en Cuba no pase nada que obstaculice la toma del poder de la Revolución, pero si ocurre algo, tenemos una isla con un puerto de mar y aeropuerto inaccesibles para las fuerzas batistianas.

Con las fuerzas que teníamos allí no había quien desembarcara, teníamos un bastión con una estación de radio, con todo, autosuficiente.  Fui al cuartel, me presentaron como el nuevo jefe militar de la Isla, había como 80 ó 90 soldados, unos 80 policías y el resto estaba de guardia, era una fuerza sustancial. Mandé a poner las armas en el armero y en el acto tomé un vehículo y fui a la circular, porque allí estaba mi fuerza, en el batallón que había entrenado y en los militares presos. Se abrió la puerta de la circular y empezaron a salir los compañeros, pero parece que alguien malintencionadamente dejó sin cerrar la circular 3 donde estaban los criminales más connotados, y hubo una fuga generalizada de presos comunes. La ametralladora emplazada frente a nuestra circular empezó a disparar, con tanta suerte que no hirió a nadie, tuve que pararla abriéndole la cubierta porque la dotación, creo que más nerviosa que mal intencionada, no obedecía el alto al fuego.

En el cuartel armé a todos los presos políticos, sustituimos las postas y nos dimos a la tarea de capturar a los presos comunes que se habían escapado. Después detuvimos a otros delincuentes, como el comandante Capote que vivía allí, fue juzgado y fusilado porque tenía crímenes, no con nosotros sino anteriores con los presos comunes.  Cuando llegué a Columbia Camilo todavía no estaba allí, Barquín estaba mandando gente para asumir el mando en otras provincias y entonces le dije, aquí no tengo nada que hacer y me fui.

Rechacé así toda participación en la designación de jefes y la pretensión de ostentar nosotros el mando, usurpar, contener o disminuir la entera libertad que tenía el Movimiento Revolucionario 26 de Julio con el Ejército Rebelde al frente de adoptar todas las decisiones que correspondían en el país en aquellos momentos. Recuerdo que hablé con Borbonet y me dijo que estaba esperando para entregarle el mando a Camilo.  Al salir del Estado Mayor me encontré con Aldo Vera, que fue dirigente del movimiento clandestino en La Habana, y como se conoce años más tarde murió como  contrarrevolucionario. Me iría solo a detenerlo.

Cuando llegué a la casa de Cantillo –él vivía a unos 200 metros del Estado Mayor en una vivienda de oficiales- después de aguardar unos 20 minutos, porque me dijeron que se estaba bañando, entré por el cuarto y lo encontré en calzoncillos. Vino a darme un abrazo ¡Cuánto tiempo que no te veía!, me dijo y le respondí: General, porque usted no quería, vístase para que me acompañe, y lo llevé e ingresé en la prisión.

El encuentro con Fidel

El 12 de enero Fidel invitó a los principales dirigentes del movimiento militar a una reunión que duró varias horas. Fue mencionándonos uno por uno, nos decía a cada uno algo agradable y discutimos temas de uniforme, mandos, ejército, perspectivas, no de grandes cuestiones políticas sino más bien militares.

Al final Fidel le dio cargos a la gente y al llegar a mí me dice: Tú director de la escuela de cadetes. El único que salía con mando era yo, los demás eran asesores.

Yo estaba vestido de civil, cuando nos íbamos. Fidel se paró en la puerta para darnos la mano a cada uno y entonces le dije: Comandante, quisiera hablar con usted. Espérate, me pidió y al irse todo el mundo me llevó a un cuartico  que había sido la antesala de la oficina de Tabernilla y me preguntó qué me sucedía. No sabía cómo hablarle. Mire Comandante –comencé explicando- yo no tengo nada en contra de la Revolución, al contrario, estoy contento, satisfecho, soy libre, pero creo que no he hecho nada que merezca volver al ejército. Realmente no tengo el mayor interés, el Ejército Rebelde ha derrotado a la tiranía, lo que me causa gran satisfacción, y yo me voy a trabajar honradamente.

Me pregunta:¿qué trabajo vas a hacer? Y le respondo que hacía unos 4 ó 5 días me habían nombrado administrador del central Narcisa, ya me habían pagado el primer salario, no recuerdo si eran mil o mil cien pesos, y estaba recibiendo clases todos los días mañana y tarde sobre problemas azucareros y ganaderos, porque había una finca de ganado anexa al central.

Me dice Fidel: ¡Mil cien pesos! No sé si yo te podré pagar tanto. Y como hace Fidel muchas veces cuando reflexiona, era un volcán en movimiento, da unos paseos, se agarra la barba y señala: Tienes razón, tú te vas para el central y yo me voy a escribir un libro sobre la Sierra y la Revolución, y la Revolución se va al carajo, y se me queda mirando Reflexioné unos segundos y le respondí: ¿adónde me dijo usted que quería que yo fuera? De ahí salí vestido tal y como estaba con la orden del nombramiento, una de las pocas que hay por escrito, directo a asumir el mando de la escuela de cadetes.

Compartir...
Salir de la versión móvil