Cada día confirma la sentencia de que la guerra que vivimos los terrícolas es en primer orden de naturaleza cultural.
Nada nuevo. Así es desde tiempos inmemoriales; si no qué fue del resultado de las cruzadas de conquista de territorios en diversos puntos de la geografía mundial, y lo que le siguió con la imposición de una filosofía colonizadora.
La cultura –vista en el sentido más amplio—siempre ha sido un arma de dominación. Las estructuras socioeconómicas imperantes favorecen la voluntad de los poderosos. Solo ello explica que en el mundo actual ocurran tantas injusticias, y los corruptos se atrevan a acusar a cuanto político considere progresista, popular, revolucionario.
Las oligarquías nacionales y las grandes corporaciones hacen sólida alianza. Para agravar el asunto y torpedear cualquier proceso emancipador se suman al convite los que ostentan el poder informativo –los medios de comunicación están concentrado en pocas manos–, y como si no bastará llega también el mando judicial. Así, todos integran una fórmula ideal de doble vía para aplicar la judicialización de la política y la politización de la justicia.
Hoy se hace urgente articular un frente antihegemónico inspirado en principios humanistas y vocación de paz. Quizás el primer paso de este propósito ya está dado con la creación de la Red de intelectuales, artistas y luchadores sociales En Defensa de la Humanidad que muestra notable presencia en el ámbito de internet.
Todo lo que se haga en materia de cultura de la resistencia debe resultar oportuno en el empeño de contraponer a la ofensiva malintencionada en marcha contra gobiernos populares y progresistas del continente. Es muy evidente en el presente la maquinaria desplegada hacia nuestros pueblos para influir y decidir en las subjetividades de los seres humanos, y así lograr una manipulación efectiva en favor de los intereses reaccionarios. Es lo que el destacado teólogo brasileño Frei Betto ha calificado como un plan de “globocolonización”.
Los ejemplos abundan. Justo en el gigante sudamericano hemos vivido acciones de demonizar a líderes de izquierda que llegaron a la presidencia de la República. El golpe parlamentario a Dilma Rousseff y el encarcelamiento político a Luiz Inacio Lula Da Silva demuestran a las claras la finalidad de la derecha neoliberal. La próxima asunción a la jefatura del gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, según sus propias declaraciones, traerá más persecución y aniquilamiento a las fuerzas progresistas.
Otros dirigentes de la región que han sido víctimas de acoso judicial con fines políticos son los expresidentes Cristina Fernández de Kirchner y Rafael Correa.
Llama la atención que muchos de los que se erigen como jueces supremos para juzgar a quienes colocan en su mira tienen como se dicen en buen cubano tejado de vidrio. Las hojas de servicios en el mundo empresarial y político de los que acusan denotan infinidades de trampas e ilegalidades. Solo un poder compactado en lo político, económico, judicial y mediático les permite a esos personajes salir airosos.
No son pocos los líderes de derecha vinculados a fenómenos de corrupción, lavado de dinero, narcotráfico, evasión de impuesto…De tanto querer confundir a millones de personas, durante los procesos eleccionarios llegan a utilizar elementos de los programas de la izquierda, y cuando no les agrada un gobierno lanzan vocablos como régimen totalitario, populistas, dictadores…, cuando sabemos que en detrimento de la soberanía de los pueblos la más recia dictadura es la que representan las grandes corporaciones y las instituciones financieras internacionales.
Esa realidad deja más de una enseñanza: no se puede renunciar a la lucha de clases; las conquistas, fruto de las luchas, deben sacudir las estructuras expoliadoras de los oligarcas, porque no es lo mismo ocupar el gobierno que ejercer el poder. Solo de esa manera se podrá poner fin a las injusticias imperantes en las sociedades modernas.
¿Quién dijo que todo está perdido? Esos tramposos que acusan, las élites de las naciones de nuestra región poseen muchas vulnerabilidades. Su auge es relativo y temporal. De ningún modo puede entenderse que llegaron para quedarse, y que el ciclo de gobiernos progresistas en nuestra América está cerrado. Dentro de unas horas asume la presidencia de México Andrés Manuel López Obrador, y a pesar de la guerra económica y de múltiples maniobras políticas en su contra, el líder bolivariano Nicolás Maduro Moros fue reelecto hace unos meses por el pueblo venezolano para un nuevo mandato.
No hay que ser sabio para vislumbrar que queda tiempo de lucha, pero nada detendrá el curso de la historia. En la medida en que la derecha regional muestre su divorcio y su insensibilidad con los problemas e intereses de las mayorías, cavará su propia sepultura.