De unos, he visto sus “ojeras poscierre económico”, pruebas irrebatibles de un “déficit” de sosiego y un “superávit” de trabajo. De otros, he conocido sus dotes de estrategas para “conquistar” utilidades. Con algunos he pactado ventajosos “contratos”: me han dado sus análisis y yo, en cambio, he emborronado páginas. De todos admiro sus habilidades para “escuchar” a los dígitos y entender un mundo de verdades encriptadas.
Acostumbrados a lidiar con turbulencias numéricas, cargan, desde diferentes puestos y por partida doble, un “peso pesado”, la Economía, de la que todos opinamos, mas solo ellos pueden sopesar con la mejor báscula. Su misión es compleja: en tiempos de actualizaciones y perfeccionamientos están llamados, nada más y nada menos, que a “poner las cuentas claras”.
Y ello se escribe aprisa, no obstante, la verdad es que esa labor se torna oscura, cuando de procesos de producción, intercambio, distribución y consumo de bienes materiales se trata. Si esta sociedad quiere saltar la varilla impuesta por el siglo XXI, demanda, como nunca antes, de las competencias de los profesionales de las ciencias económicas.
Su amplio campo de actuación, que incluye, entre otras, las funciones de gestión, asesoramiento y evaluación de los asuntos económicos en general, los convierte en agentes claves para el cambio que aspiramos. Sus esfuerzos, ya sea en los ámbitos de la micro o la macroeconomía, son decisivos para contribuir a asimilar las transformaciones operadas en el país con la implementación de los Lineamientos.
El imaginario popular tiende a figurarse al economista como un individuo que simplemente procesa datos, confinado en una oficina, visión reducidísima de un profesional que es, cuando menos, imprescindible. Sin embargo, en los perímetros empresariales hay también propensión a minimizar su importancia e ignorar que en los tiempos actuales es un elemento estratégico.
Sobre el economista, los entendidos plantean que, de ser la empresa su radio de acción, debe estar capacitado para evaluarla integralmente, sin aislarla del contexto político, social y ambiental donde se desenvuelve; interpretar los fenómenos económicos que pueden afectarla y, a nivel técnico, analizar y tomar las mejores decisiones en cuanto a la optimización de sus recursos.
A poner la economía a la altura del prestigio político de esta nación, nos convocó Raúl Castro Ruz; y esa tarea puede concretarse con la participación de todos, fundamentalmente con el asesoramiento oportuno de los economistas, como piezas esenciales de nuestro engranaje.
El país está urgido de un profesional de este tipo que no carezca de creatividad e innove, investigue, analice y se supere. Tampoco puede faltarle pericia para otear el horizonte, ni valentía para advertir si se aproxima un abismo.
Este 26 de noviembre economistas y contadores celebrarán su día y conmemorarán un aniversario más del nombramiento del Comandante Ernesto Guevara como presidente del Banco Nacional de Cuba. La fecha es válida para reafirmar que el economista cubano tiene una misión dura, pero posible.