Los Juegos Deportivos y Recreativos de los Trabajadores nacieron en el XIII Congreso de la CTC en 1973. Un año más tarde vería la luz la primera edición, impulsada por la creatividad y las ideas de Lázaro Peña, quien defendía una lid que promoviera y estimulara la práctica sistemática del ejercicio físico en cada centro laboral, al tiempo que hermanara valores con un mayor sentido de pertenencia hacia la organización sindical.
Desde entonces a la fecha se concatenaron las versiones de 1975, 1977, 1979, 1981 y 1985. Luego se produjo un receso forzoso hasta las celebraciones del 2005 y 2006, en tanto este 2018 se reanudó la justa con cuatro deportes: sóftbol, atletismo, ajedrez y béisbol, y un cronograma que abarcó todos los niveles: base, municipio, provincia, zonas y nacional. Pendiente aún está la final del campo y pista en Santiago de Cuba.
Sin embargo, ya es posible valorar lo sucedido en cuanto a preparación, fórmula de competencia y retos, así como un posible diseño de la décima fiesta, que no tiene por qué ser en el 2019, sino quizás en el 2020, para retomar el carácter bienal. Es decir, ¿qué queremos para que la cita no pierda su esencial original y qué podemos hacer realmente en medio de las conocidas limitaciones económicas?
Lo primordial es irradiar el entusiasmo y la organización apreciables en la estructura nacional de la CTC a las secciones sindicales, a los diferentes sindicatos y a los territorios. No basta con lanzar una convocatoria formal o asignar una tarea más dentro de las tantas que hay que cumplir. Se necesita ponerle amor y ganas a esta idea, así como mayor movilización y divulgación (medios de comunicación, spots, promoción digital, etc.) en función de que cada trabajador haga suyo los juegos y sepa cómo y dónde inscribirse o simplemente, de qué manera puede apoyar a sus representantes.
Un tema reclamado por muchos es la incorporación de otros deportes, lo cual debe ser gradual por los gastos que implica y su real ascendencia entre los colectivos. Baloncesto y voleibol apuntan con filo para la venidera edición (en el caso del primero sería prudente pensar en la modalidad 3×3), aunque en la mirilla de los organizadores no debe faltar una futura inclusión del tenis de mesa, fútbol sala y hasta dominó, de gran impacto y con centenares de practicantes en el país.
El éxito de un certamen como este descansa en que sumemos a la mayor cantidad de personas en los eventos de base y municipio (en 1985 se contabilizaron casi 1 millón de trabajadores involucrados), a la vez que también exista la posibilidad de reunir a los clasificados para la etapa élite (nunca superior a 300 personas) en un plazo que no exceda las cinco jornadas en un territorio con instalaciones e infraestructura para eso.
La solución encontrada por la CTC de fragmentar esa fase final por disciplinas y provincias se justifica por temas de alojamiento y logística, pero quizás la décima edición sirva para experimentar unos juegos con inauguración, discusión de medallas y clausura en una provincia, cual trascendental fiesta de los trabajadores, tal y como sucede hoy con una conferencia nacional de un sindicato u otras actividades centrales.
Respecto a los participantes, vestuario y apoyo del Inder son evidentes las fisuras por cerrar. Si tomamos en cuenta que lo más importante fue sacarlos del olvido tras 12 años de ausencia, lo vivido este 2018 significa experiencia y lecciones. Hay que desterrar los fraudes de inscribir por un sindicato a quien no pertenece en función de cumplir o ganar a toda costa.
Hay que salvar los juegos del fenómeno de champeonismo, pues si bien el deporte es para ganar o perder, el objetivo supremo es otro, expresado hace 45 años por el Capitán de la Clase Obrera. En la uniformidad hay que aplicar más lo establecido en la mayoría de los Convenios Colectivos de Trabajo: que la administración apoye en la compra de vestuarios deportivos.
El noveno capítulo de esta justa es ya historia. Despertar un gigante deportivo entre la masa de obreros, científicos, intelectuales, mujeres, hombres, jóvenes y veteranos no se logra de la noche al día sin sacudir los cimientos de lo que puede aportar la actividad física a los cumplimientos de producción y al clima laboral.
Además de trabajadores más saludables y comprometidos, tendremos colectivos más alegres, orgullosos y motivados. Queda tinta en el tintero para otros temas, como el rescate de las Espartaquiadas del Níquel y el ejemplo de la Liga Azucarera con 38 ediciones. El espacio es finito. Los sueños y el optimismo enormes.